Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

sábado, 24 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 15th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 15  Paris

              Cuando te hablan de París, te hablan de romance, de moda o de cafés. Ya sea la televisión, la prensa o las películas, los medios se han ocupado en instalarnos una visión de la llamada “ciudad luz” que no sólo vende por sí misma sino que mantiene vivo el mito del destino europeo por excelencia. Por supuesto, están los sobrevendidos hitos de la ciudad como la Tour Eiffel, el Arc de Triomphe y el Musée du Louvre, destinos infaltables para cualquiera que se precie de haber visitado la populosa capital francesa, así como otros para gustos más específicos como darse una vuelta por las tiendas de artículos eróticos en el barrio de Pigalle, precisamente donde el famoso Moulin Rouge sigue moviendo sus aspas al ritmo del jadeo, o internarse en los laberinticos túneles de las catacumbas bajo la ciudad, los cuales aun sirven de albergue para alrededor de 6 millones de cadáveres algunos de unos 300 años de antigüedad.  Con todo y su pasado monárquico, evidenciado en el Jardin des Tuileries con sus cuidados diseños y sus esculturas al aire libre; revolucionario con la Place de la Bastille aun en pie recordando el rodar de cabezas reales tras la gran revuelta de 1789; imperial con la presencia de Napoleón I y su aspiración neoclásica en pos de hacer de Paris una “nueva Roma”; y moderno con sus coloridos establecimientos junto al rio Sena y los puentes de metal que interconectan la ciudad permitiéndonos cruzar sobre él según antojo de turista y residente, Paris a mi entender se evidencia mejor precisamente donde los mapas no detallan, es decir en sus suburbios. Cercanos a las Puertas que flanquean y dan acceso al anillo interno de la ciudad, sendos barrios se distinguen por valía propia, permitiendo al viajero saborear un Paris que va más allá de los ridículamente ostentosos escaparates de Champs-Élysées o del inflado valor que conlleva acceder a las ya archiconocidas atracciones. En los peldaños de Monmartre, ahí donde te ofrecen pulseritas a los pies de Sacré-Cœur, o a la vuelta de la manzana, donde pintores, artesanos, músicos y malabaristas conforman su propio bulevar de las artes; puede uno hallarse escuchando “La vie en Rose” en algún añejo acordeón mientras cocineros musulmanes ofrecen sus productos entre los que se cuentan cabezas de cordero asadas por unos cuantos euros. Más allá, tras haber pasado las ferias libres en Belleville te puedes hallar los puestos con mariscos y pescados frescos en plena calle, los aromas de las frutas, el vino caliente y las castañas tostadas que desde un carrito de supermercado algún improvisado vendedor vocea haciéndole el quite a la policía. En la misma huida se encuentran a veces con los vendedores de suvenires no autorizados los que te ofrecen cinco llaveritos de la torre Eiffel por un euro, o con las chicas que en grupo andan recolectando firmas (y euros) por las esquinas de Paris según dicen para causas sociales. Quesos, de todos los colores, tamaños y aromas se entremezclan con las especias y los panini que por 4 euros te puede sacar del hambre imperiosa luego de horas de caminata sin descanso. Y mientras comes puedes alzar la vista y apreciar las barcazas pasando por el Sena cargadas de turistas reclinados en sus asientos como casi vislumbrando una película sobre Paris desde la comodidad de sus butacas. Están las chicas que te ofrecen crêpes y las innumerables panaderías y cafés dispuestos por todo Paris junto a emporios de flores, recuerdos y libros. Los parisinos leen, quepa mencionarlo. Leen cuanto pillan y no dudan en gastarse unas monedas en cuanto les despierte el apetito lector o el digestivo si así fuera el caso. Una ciudad cargada de aromas, a perfumes y a platos recién servidos, a flores recién cortadas, a arte urbano, en su arquitectura, su baja escala y la profusa distribución de esculturas neoclásicas y modernas. Y mientras te pilla leyendo alguna sirena policial, yendo por Montparnasse, Ivry o Notre-Dame, piensas en la cantidad de asiáticos y africanos que han hecho de este sitio lo que los indios han hecho en Londres, un nuevo hogar muy lejos de casa mas con un idioma común con el cual echar raíces. Así te encuentras al parisino medio, sea cual fuere su procedencia, atestando las 14 líneas del Metro, atiborrando las calles con sus vehículos eléctricos (los cuales cuentan con cargadores en las aceras), sus motonetas de tres ruedas (dos delanteras y con capó), monociclos automáticos, monopatines modernos y por supuesto, bicicletas. El parisino medio ha encontrado la manera de desplazarse de manera racional en una ciudad donde los automóviles no son la prioridad sino que el transporte público, o bien privado en cualquiera de las modalidades ya mencionadas. Y el que camina, camina como si la vereda le perteneciese por completo. A diferencia del británico medio el cual pedirá disculpas por cualquier leve roce que involuntariamente pudiere ocurrir al caminar, al parisino pareciera importarle un carajo si es que te ha chocado al pasar, y sin embargo al entrar a un lugar es el primero en saludarte. En su idioma, como corresponde, porque hay que destacar que en Francia se habla francés, y punto. Con todo, Paris no me sabe a romance. O por lo menos no especialmente en relación a otras ciudades donde claramente, de estar acompañado, hasta el parque más estéril pudiere parecernos idílico. Sin embargo su belleza sobrepasa lo meramente estético, histórico y publicitario. Paris es bello porque es interminable, inabordable, inasible. Habita en sus recetas, sus charlas a media tarde, sus pâté y sus curtidos. Bulle de entre sus rincones como las promesas guardadas en los candados que atestan el Pont Neuf. Germina en el verdor de sus jardines, sus infatigables galerías, teatros y museos; así como fluye en sus lagunas y arboledas, en Bois de Vincennes o Bois de Boulogne, allá donde las prostitutas ofrecen sus servicios al caer la noche. Paris es luz sin duda. No necesariamente de neón (que dicho sea de paso abunda para hermosear, no para saturar), sino la luz de la Ilustración, aquel movimiento cultural e intelectual que abogase por la emancipación del individuo a través de la educación del mismo  y en pro del bien común. Paris es luz y el romance, si es que lo hay,  probablemente habite entre las piernas de alguna cortesana parisina entregada al disfrute como en los tiempos de la Belle epoque, o tal vez en alguna de las incontables patisseries que esconden los pasajes lejos del centro, rincones atendidos por sus dueños quienes, particularmente en pareja, se esmeran en invitar al viajero a probar el romance que ellos bien saben cocinar.  





Rivière Seine from Tour Eiffel – Paris 

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 19 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 14th entry -

FALL IN AUTUMN
                        540 days off season



entry 14  Hibernia

                  
                      Una espesa niebla cubría los extensos campos camino a Hibernia. Había partido la noche anterior desde Southampton, en dirección a la isla de las verdes cúpulas y los tréboles de cuatro hojas, en una travesía de 20 horas que incluía cruce en ferry desde Cairnryan, un pequeño enclave histórico en el sur de Escocia, así como paradas del bus en ciudades ya conocidas como Manchester, Birmingham y Liverpool. Incontables extensiones de intenso verde acompañarían mi viaje a medida que el bus se acercaba a la costa del Mar de Irlanda. Una vez cruzado el estrecho, Belfast me esperaría imbuida en un manto de nubes y allá,  a la distancia, el promontorio de Napoleon´s Nose se erguiría a saludar como lo hacía con todos los viajeros. Un año antes, precisamente un 8 de diciembre, me dirigía como lo dictaba la tradición anual en bicicleta hacia el océano, aprovechando el cierre de la añosa ruta 68 camino a Valparaíso. Cientos de miles de peregrinos se hacen a la ingrata senda de cemento, cerrada de manera extraordinaria para vehículos motorizados, en pos de retribuir a la virgen de Lo Vásquez los favores concedidos. A pie, en bicicleta, e incluso de rodillas, grupos de amigos, familias y hasta mascotas se adueñan por una vez de la concesionada carretera para entregarse a la travesía de recorrerla de punta a cabo y así, tras decenas de horas de pedaleo incansable, caminata, charla, risa y determinación, llegar a los alrededores del santuario a la virgen, dispuesto a unos 20 kilómetros del puerto principal de Chile. Hordas de ciclistas aprovechamos dicha instancia para hacernos al camino apenas  va cayendo la noche, para apreciar así la puesta desde la bajada interminable luego del Túnel Lo Prado, que tras un par de kilómetros de sinuosa oscuridad nos entrega a las alturas en caída libre a punta de pedal y nos despierta del cansancio con  ventarrón en la cara. Tras cuestas horribles y otras no menos agotadoras rectas, y luego de habernos hecho camino entre la multitud que en el Santuario pernocta ansiosa de comprar chucherías, comerse un pernil con café o rendirle sus respetos a la virgen; cada año logramos un no menor número de adictos a la cleta terminar nuestra travesía de cara al océano Pacífico, arrojados en alguna playa entre Valparaíso y Viña, pasando los calambres a punta de plátanos y siesta. Exactamente un año después, me había hecho camino por las gélidas aguas que separan Gran Bretaña de la antigua Hibernia, conocida hoy en día como Irlanda y dividida entre un norte protestante, parte del Reino Unido y por tanto bajo tutela monárquica; y un sur republicano, ferviente católico y devoto de su memoria. En ese norte dejaría los pies y la mirada en el atalaya de Cavehill park, desde el cual pude divisar Belfast, sus grúas, lagunas, iglesias y jardines; para luego enfilar por sus rincones bohemios llenos de murales, recuerdo a sus mártires y los remanentes del Titanic. Construido en  sus muelles, su imponente presencia de buque mítico perdura y bulle su imagen en el mercado de la ciudad, oloroso a pescado fresco y cerveza; así como en postales, museos y suvenires. En el norte reiría en compañía de Kiki, discutiría de sociología caminando entre los puestos navideños y me sentiría más en casa mirándola a los ojos y escuchándola hablar. En el norte veríamos juntos el amanecer y aún tras ponerse el sol Belfast nos seguiría oyendo hablar de nuestra patria común y de nuestra conjunta aventura. En el norte hablaríamos del amor, de los británicos, los chilenos, el dinero y la familia, y nos despediríamos con un abrazo en una concurrida esquina mientras la vida nocturna llenaba las calles de ruidos, colores y algarabía. Desde el norte me dirigiría el último día de mi viaje hacia la capital del sur, Dublín. Con sus edificios monumentales, sus verdes cúpulas y archiconocida iconografía que incluye duendes, tréboles, arpas y ancestrales ritos celtas, la ciudad capital se extendería ante mí para cruzar sus puentes de lado a lado, de pueblo viejo a nuevo, de cerveza negra a olla de oro, y de danza irlandesa a Oscar Wilde. Dublín, donde la bandera de Irlanda flamea orgullosa en cada edificio, donde los extraños son sólo amigos por conocer y donde se comparte en grupo, en las calles, en los bares, los tranvías y paraderos. Irlanda, tierra de amistad, verdor y roca y gaélica lengua, insondable misterio y cruce de caminos; ahí donde los arcoíris guardan un tesoro a quienes los persiguen, donde la suerte está a la vuelta de la esquina si se la invoca con una sonrisa, allá donde la memoria se cultiva en señaléticas y cánticos, allá donde sentirse en casa es muchísimo más fácil que llegar e irse. A eso de la medianoche el ferry que me traería de vuelta tocaría tierra británica en los muelles de Holyhead. A pesar de la profunda noche la luna llena permitiría divisar a la distancia la imponencia de las montañas de Eryri. Atravesaría nuevamente el norte de Gales pero esta vez en la comodidad de un asiento de bus, cansado y henchido de tanta experiencia. En la carretera quedarían mis memorias de Lo Vásquez, las pisadas en Belfast y las sonrisas de Dublín; y en la carretera la belleza de todos los pasos por venir.   



Hibernia at dawn – Irlanda

Fotografía/Photo por/by David Lethei

viernes, 16 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 13th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 13  International Bus (or Chasing Autumn)

                
              203 días antes de llegar a Southampton, cuando el otoño en el hemisferio sur comenzaba a hacer caer las hojas y los calores del verano ya iban en franca retirada, yo debía decidir si postularía para viajar hacia Estados Unidos, Australia, Canadá o el Reino Unido. Dejando de lado los parámetros académicos de la respectiva institución de destino a la que eventualmente sería adscrito, mi inclinación natural siempre había sido hacia Inglaterra. Más allá de por criterios mercantilistas y/o publicitarios, de esos que nos venden para preferir una opción a otra, mi criterio principal para tomar dicha decisión sería la cuasi certera posibilidad de hallar en Gran Bretaña una amplia variedad de nacionalidades distintas con las que compartir, de las que aprender, y a las que enseñar. No me equivocaría. Ya fuere por su cercanía con Europa, el ser parte del llamado “Primer Mundo”, o su inflado prestigio internacional en materia académica, Inglaterra goza de ser uno de los principales destinos para el desarrollo académico de muchos estudiantes provenientes de las más diversas latitudes.  Además de la enorme presencia extranjera ya residente en el sur del país, que comprende nacionalidades tan disímiles como la turca, la indonesia o la brasileña, Southampton, en su calidad de ciudad universitaria, recibe miles de estudiantes extranjeros cada semestre, los cuales enriquecen con sus respectivas culturas el patrimonio cultural local y viceversa. Es así como, ya fuere en un cotidiano viaje en alguno de los buses locales que conectan los distintos barrios con el campus principal, como en algún seminario, clase teórica o sociedad estudiantil, uno puede hallarse compartiendo con personas provenientes de Japón, Polonia, Marruecos o Ecuador, por nombrar sólo algunos en un variadísimo espectro. Este bus internacional que nos ha llevado a desplazarnos cientos de miles de kilómetros bajo ideales comunes de integración y aceptación, nos ha llevado a mí y a Danielle hasta Bristol, a recorrer sus calles mientras interactuamos sobre su cultura alemana y la mía chilena. Me ha permitido conocer los paisajes de Bangladesh viajando a Bath junto a Arefin, y las peculiaridades históricas de India junto a Attman mientras subíamos el Arthur´s Seat en Edinburgo. Me ha conectado a Hasan con quien, hablando de la inoperancia de los jugadores del Inter, también hemos podido lidiar con las vicisitudes de su hereda paquistaní; y me ha permitido ofrecerle mi hombro a la portuguesa Mariana, cansada en su regreso a Portsmouth luego del matutino viaje que nos llevare a Windsor. Hemos podido compartir hasta la madrugada en torno a un juego de cartas, riéndonos en el mismo idioma con la rusa Milena y el ucraniano Yurii, y subir y bajar los acantilados de la Isle of Wight con el malasio Eugene. Yifan nos ha compartido sus galletas chinas mientras planeábamos una presentación sobre Vygotsky, y la griega Giota nos ha hecho probar su mano repostera a mí y mis compañeros de piso. Desde Hungría Csenge nos ha compartido su gusto por “Game of Thrones” y las montañas que la esperan en casa, y desde Kenia Chinwe nos ha regalado más de una sonrisa al pasar. Un bus internacional que nos ha llevado a compartir con Paloma, natural de España, y con Alessa, directo desde Italia y hasta el corazón de Escocia. Y por supuesto Linus, James y Arshad, y la multitud de otros jóvenes ingleses dispuestos a tender la mano como lo haría Abbie al ayudarme con la lavandería cuando la ropa sucia se acumulaba en el canasto. 100 días después de llegar a Southampton, el otoño que he ido persiguiendo desde el hemisferio sur al hemisferio norte me ha brindado la compañía de muchísimos nombres, historias y lenguas. Un bus internacional con el cual no sólo hemos podido viajar sino también hacer viajar a otros, maravillados ante mis relatos sobre Rapa Nui, el desierto de Atacama, la Patagonia y el mote con huesillos. Un abanico de historias que me acompañará cuando ya haya huido del advenimiento de la primavera en Inglaterra, en pos de los fríos recién nacientes en el hemisferio sur en lo que habrá sido el viaje y el otoño más largos de mi vida; 540 días fuera de estación donde las doradas hojas no habrán parado de caer, y las hermosas experiencias no habrán dejado de brotar.




Autumn – Southampton

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 12 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - Numberless Entry

FALL IN AUTUMN
                 540 days off season


entry n  Dreaming of the return


Io che ti sognai
Italia mia dagli occhi sfuggenti
Io che ti trovai
Nelle montagne del Cymru
Negli angoli di Liverpool – Io
Il tuo poeta di un sogno lontano, io
Il tuo pezzo di mondo nel mondo.

Tu che mi desti le tue labbra
La tua mano, la tua aria, la tua contraddizione ambulante
Tu e il tuo nome da principessa ebraica – la tua lingua
Tu, nell’attesa
Nel viaggio e nel dolore.

Noi nella musica; l’arpeggio, il testo
Le strade di Birmingham, la notte e il freddo
Il bacio sincopato, il suono del vento
L’impeto di esserci
E di non esserci più.

Fossi in te, non fuggirei- mi seguirei
Fino ai confini del mondo
Fossi in te, farei  un monumento
A chi ha avuto l’idea di farci incontrare.

Fossi in te, respirerei intensamente
Il profumo che lasciasti sul mio collo.

Fossi in te, mi butterei nel vuoto,
mi arrenderei al paesaggio
di questo fondo marino.

Fossi in te, consolerei questo petto
Questa anima nostra ansiosa di partorire,
assetata di nuovi baci e di sguardi attenti – vieni,
dopo questa finestra germoglia solo un giardino.

Io e te
Un nuovo percorso.

Tu ed io
Un effluvio di amore.

Io e te
Il linguaggio del cielo.

Tu ed io
Sognando il ritorno.


              

Chester Railstation - Chester * Eryri – Cymru * Albert Dock – Liverpool * 
Christ Church Meadow – Oxford * City Council – Manchester * Church Street – Birmingham

Fotografías/Photos por/by David Lethei


miércoles, 7 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 12th entry - Part II

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 12 Part II  Cymru (Into Wales and back)


                              Sus ojos titilaban en la noche. Titilaban entre las luces de Liverpool y los sabores de Bari. Sus ojos titilaban dentro de mí. Titilaban entre el frío y la noche en Chester, aguardando el bus mientras se congelaba el pasamano. Sus ojos titilaban a la distancia. Tras pasar una reparadora noche en Chester, ese domingo me levanté ansioso ante lo que se avenía. Ya había recorrido por mi cuenta la costa oeste de Cymru y el día prometía una nueva aventura internándose junto a un grupo de desconocidos hasta el corazón de Snowdonia. Tras recorrer los vestigios dejados por los romanos en la ciudad, iluminados grácilmente por las luces de la mañana, me dirigí presuroso hasta el punto de reunión acordado. Me había inscrito en un grupo turístico y nos llevarían en una van por aquellos lugares que no había recorrido el día anterior. Fue así que me encontré con un cuarteto de chicas de Suiza, dos parejas francesas y un trío compuesto por dos italianas y una polaca. Y por supuesto con Frank, nuestro guía de turno. Tras pasar los saludos de rigor nos dirigimos hasta Llandudno, un balneario victoriano adornado con estatuas de las creaciones de Lewis Carroll, poseedor de un hermoso muelle pintado de blanco, y coronado con un gran promontorio desde el cual se puede apreciar toda la localidad e incluso más allá, alcanzando la vista hasta Anglesey, Liverpool y por supuesto, las grandes alturas de Eryri. Desde ahí enfilamos hacia Conwy, pequeño pueblo poseedor de unos de los mejor conservados castillos medievales de toda Gran Bretaña, hogar alguna vez de Edward I y bastión de su poderío en la región durante las guerras de independencia. Además, destaca por los muros que protegen al pequeño pueblo, los cuales es factible recorrer pudiéndose apreciar desde la distancia tanto la imponencia de la construcción medieval como la belleza de la desembocadura del río Conwy. Conwy cuenta además con la casa más pequeña de toda Gran Bretaña, parte de los encantos de esta villa medieval patrimonio de la Humanidad. Tras dejarlo atrás, y tras pasar la antigua villa minera de Bethesda, nuestro variopinto grupo se dirigió hacia el sur, adentrándonos por fin en el sinuoso valle entre las montañas de Snowdonia, recorriendo “The long and winding road” como es conocida la ruta principal por sus sinuosos recovecos y serpenteante trazado, hasta llegar a Pont Pen-y-benglog junto al lago Ogwen. Ahí pudimos apreciar los esteros, cascadas y riachuelos que descienden desde las altas cimas en su camino al mar, flanqueados de lado a lado por las altas montañas nevadas de Gales con su característico gris pedregoso producto de milenarias glaciaciones. Más adelante, los valles cafés, amarillos y rojizos dan paso a verdes explanadas y lagunas, abrazadas por tupidos bosques y escasos asentamientos. Entre ellos, nos detuvimos en Betws-y-Coed, donde las calles olorosas a leña se adornan para los turistas con tiendas de souvenirs además de emporios donde ataviarse para el montañismo. La luz, ya haciéndose escasa, nos hizo apurar el tranco (o el motor para el caso) en dirección este hacia el antiguo acueducto de Pontcysyllte, el cual cruzando sobre las aguas del río Dee, permite la navegación y el recorrido a pie. La moribunda luz de la tarde nos regalaría entonces una última mirada sobre los picos de Eryri, de donde nacen las aguas que alimentan las fértiles tierras de Cymru y su pueblo ancestral. Engolosinados de tanto paisaje y ya entregados al divertimento, el variopinto grupo terminó de contar los millones de ovejas blancas y negras generosamente repartidas por los campos y trató de enunciar las últimas palabras de despedida en galés; Hwyl Cymru (adiós Cymru) y por supuesto, la impronunciable Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch la cual nadie pudo atinar a decir. Al llegar a Chester y viendo que algunos del grupo serían llevados hasta Liverpool tomé la intempestiva decisión de irme con ellos. Tenía pasajes de regreso a medianoche desde Chester, y aun cuando ya la noche era cerrada, apenas las 5 de la tarde era lo que marcaban los relojes. Ya habiendo recorrido Chester los días previos, y completamente entregado a un impulso, me dejé caer por Liverpool sin mapa ni preparación alguna, muchísimo menos boleto de regreso hasta donde debía tomar el bus de vuelta a Southampton. Tenía 6 horas para descubrir lo que me trajera el destino o la casualidad, y para encontrar la manera de regresar a tiempo. Las luces de Liverpool titilaban y bullía la vida en torno a sus calles y muelles. Las luces titilaban y sus ojos titilaban dentro mío.



Snowdonia Mountains – Eryri

Fotografía/Photo por/by David Lethei

viernes, 2 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 12th entry - Part I

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 12 Part I  Cymru (Into Wales and back)


                    Eran las 7 de la tarde. La noche había caído hacía rato en Cymru y yo hacía guardia al tren que me llevaría de vuelta a Chester. La pintoresca estación de trenes, un imán para los viajeros y turistas en la no menos pintoresca villa de Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, me albergaba hacía ya una hora y la temperatura había disminuido considerablemente. Sin nadie más en la estación que este pobre peregrino, me preguntaba si de hecho alguien tomaba el tren desde allí en algún momento del día, tomando en cuenta que del largo rato que llevaba deambulando por el lugar no había logrado atisbar alma alguna en la terminal, además obviamente de los frecuentes viajeros y turistas ávidos por sacarse una foto junto al letrero con el sui generis nombre de aquel lugar perdido en la entrada a la isla de Anglesey. Con no menos frío la noche anterior había llegado desde Southampton tras un largo viaje de 8 horas en bus hasta Chester, ubicada en la frontera norte entre Inglaterra y Gales. Desde ahí, tras recorrer sus calles desiertas unas horas antes del alba, había tomado el tren hasta Bangor, en la costa oeste de la montañosa región; un viaje soñado junto a la orilla norte de Gales que me llevaría sobre el riel junto a las aguas del mar de Irlanda permitiéndome divisar a la distancia el puerto de Liverpool y la Isla de Man. Las luces del amanecer me acompañarían hasta descender del tren para rápidamente abordar un bus local hacia Caernarfon, mi primer destino oficial como parte de la travesía. En Caernarfon había nacido Edward II, infame hijo de Edward “Longshanks” igualmente infame por aplicar su brutalidad acostumbrada sobre Wallace y los Scots durante las guerras de independencia de Escocia. En Caernarfon uno podía hallar la magnificencia de su castillo medieval y atisbar a la distancia tanto a Anglesey por el oeste como al parque nacional de Snowdonia, con el pico más alto de toda Gales, el Snowdon, asomando la vista por sobre las nubes con sus 1085 metros de altura. Yr Wyddfa, como se le denomina en galés, se alza como una atalaya en el extremo noroeste de  Eryri, el nombre original del parque de 2.130 km cuadrados que me había hecho llegar hasta ahí en primer lugar. En Caernarfon, como en toda Gales, se podía oír a la gente charlando indistintamente en inglés o en galés, siendo dicha nación uno de los pocos lugares donde aún se mantiene viva la tradición y lengua de las culturas celtas de la Edad del Hierro. En Caernarfon me maravillaría con sus altos muros de piedra y sus vistas hacia el estrecho de Menai, aquel que separa Gales de la isla de Anglesey y que alguna vez el capitán Cook refiriese como el más peligroso entre los que le había tocado navegar. Caernarfon, pequeña villa con sabor a medioevo desde donde partiría de vuelta a Bangor, esta vez para explorarlo a cabalidad. Ahí, a diferencia de en Caernarfon, podría hallar una activa calle comercial, abundante en opciones tanto en artesanía local como en productos de producción masiva, activa vida universitaria dada la Universidad de Bangor emplazada en las alturas sobre el pueblo, además de un atractivo muelle abriéndose paso sobre las aguas del estrecho. Desde su extremo y al girar la cabeza, uno podía apreciar la belleza de las montañas nevadas de Eryri, coronando imponentes las alturas sobre Bangor junto a las aguas que rodean Gales por el norte. Un artesano local me enseñaría ahí que Wales (el nombre de Gales en inglés) era, si bien el nombre por el cual el país era internacionalmente conocido, no precisamente el más apreciado por los locales. Wales refiere en su acepción original al extranjero, a aquel que es un desconocido, mientras que su gente llama a sus tierras Cymru, que en galés significa amigo, un término mucho más apropiado para estas inmemoriales tierras habitadas por granjeros, pastores y amantes de las ovejas desde mucho antes de la llegada de los romanos a Gran Bretaña. Desde Bangor y antes de caer la tarde, me dirigiría hasta el puente colgante sobre el Menai en dirección a la villa con el nombre más largo en todo el Reino Unido, desde donde se prometía pasaría un tren a eso de las 7 que me llevaría de vuelta a Chester. Diez minutos después de la hora acordada, las luces del expreso me sacudirían la escarcha a esas alturas depositada en todos los rincones. Me dolían los pies, tenía hambre, frío y ganas de estar en casa, pero no precisamente en Santiago de vuelta en Chile, sino en algún lugar perdido en el corazón de Eryri, junto a las montañas, los bosques y el fuego de un hogar galés.



Caernarfon Castle – Caernarfon

Fotografía/Photo por/by David Lethei