Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

sábado, 24 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 15th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 15  Paris

              Cuando te hablan de París, te hablan de romance, de moda o de cafés. Ya sea la televisión, la prensa o las películas, los medios se han ocupado en instalarnos una visión de la llamada “ciudad luz” que no sólo vende por sí misma sino que mantiene vivo el mito del destino europeo por excelencia. Por supuesto, están los sobrevendidos hitos de la ciudad como la Tour Eiffel, el Arc de Triomphe y el Musée du Louvre, destinos infaltables para cualquiera que se precie de haber visitado la populosa capital francesa, así como otros para gustos más específicos como darse una vuelta por las tiendas de artículos eróticos en el barrio de Pigalle, precisamente donde el famoso Moulin Rouge sigue moviendo sus aspas al ritmo del jadeo, o internarse en los laberinticos túneles de las catacumbas bajo la ciudad, los cuales aun sirven de albergue para alrededor de 6 millones de cadáveres algunos de unos 300 años de antigüedad.  Con todo y su pasado monárquico, evidenciado en el Jardin des Tuileries con sus cuidados diseños y sus esculturas al aire libre; revolucionario con la Place de la Bastille aun en pie recordando el rodar de cabezas reales tras la gran revuelta de 1789; imperial con la presencia de Napoleón I y su aspiración neoclásica en pos de hacer de Paris una “nueva Roma”; y moderno con sus coloridos establecimientos junto al rio Sena y los puentes de metal que interconectan la ciudad permitiéndonos cruzar sobre él según antojo de turista y residente, Paris a mi entender se evidencia mejor precisamente donde los mapas no detallan, es decir en sus suburbios. Cercanos a las Puertas que flanquean y dan acceso al anillo interno de la ciudad, sendos barrios se distinguen por valía propia, permitiendo al viajero saborear un Paris que va más allá de los ridículamente ostentosos escaparates de Champs-Élysées o del inflado valor que conlleva acceder a las ya archiconocidas atracciones. En los peldaños de Monmartre, ahí donde te ofrecen pulseritas a los pies de Sacré-Cœur, o a la vuelta de la manzana, donde pintores, artesanos, músicos y malabaristas conforman su propio bulevar de las artes; puede uno hallarse escuchando “La vie en Rose” en algún añejo acordeón mientras cocineros musulmanes ofrecen sus productos entre los que se cuentan cabezas de cordero asadas por unos cuantos euros. Más allá, tras haber pasado las ferias libres en Belleville te puedes hallar los puestos con mariscos y pescados frescos en plena calle, los aromas de las frutas, el vino caliente y las castañas tostadas que desde un carrito de supermercado algún improvisado vendedor vocea haciéndole el quite a la policía. En la misma huida se encuentran a veces con los vendedores de suvenires no autorizados los que te ofrecen cinco llaveritos de la torre Eiffel por un euro, o con las chicas que en grupo andan recolectando firmas (y euros) por las esquinas de Paris según dicen para causas sociales. Quesos, de todos los colores, tamaños y aromas se entremezclan con las especias y los panini que por 4 euros te puede sacar del hambre imperiosa luego de horas de caminata sin descanso. Y mientras comes puedes alzar la vista y apreciar las barcazas pasando por el Sena cargadas de turistas reclinados en sus asientos como casi vislumbrando una película sobre Paris desde la comodidad de sus butacas. Están las chicas que te ofrecen crêpes y las innumerables panaderías y cafés dispuestos por todo Paris junto a emporios de flores, recuerdos y libros. Los parisinos leen, quepa mencionarlo. Leen cuanto pillan y no dudan en gastarse unas monedas en cuanto les despierte el apetito lector o el digestivo si así fuera el caso. Una ciudad cargada de aromas, a perfumes y a platos recién servidos, a flores recién cortadas, a arte urbano, en su arquitectura, su baja escala y la profusa distribución de esculturas neoclásicas y modernas. Y mientras te pilla leyendo alguna sirena policial, yendo por Montparnasse, Ivry o Notre-Dame, piensas en la cantidad de asiáticos y africanos que han hecho de este sitio lo que los indios han hecho en Londres, un nuevo hogar muy lejos de casa mas con un idioma común con el cual echar raíces. Así te encuentras al parisino medio, sea cual fuere su procedencia, atestando las 14 líneas del Metro, atiborrando las calles con sus vehículos eléctricos (los cuales cuentan con cargadores en las aceras), sus motonetas de tres ruedas (dos delanteras y con capó), monociclos automáticos, monopatines modernos y por supuesto, bicicletas. El parisino medio ha encontrado la manera de desplazarse de manera racional en una ciudad donde los automóviles no son la prioridad sino que el transporte público, o bien privado en cualquiera de las modalidades ya mencionadas. Y el que camina, camina como si la vereda le perteneciese por completo. A diferencia del británico medio el cual pedirá disculpas por cualquier leve roce que involuntariamente pudiere ocurrir al caminar, al parisino pareciera importarle un carajo si es que te ha chocado al pasar, y sin embargo al entrar a un lugar es el primero en saludarte. En su idioma, como corresponde, porque hay que destacar que en Francia se habla francés, y punto. Con todo, Paris no me sabe a romance. O por lo menos no especialmente en relación a otras ciudades donde claramente, de estar acompañado, hasta el parque más estéril pudiere parecernos idílico. Sin embargo su belleza sobrepasa lo meramente estético, histórico y publicitario. Paris es bello porque es interminable, inabordable, inasible. Habita en sus recetas, sus charlas a media tarde, sus pâté y sus curtidos. Bulle de entre sus rincones como las promesas guardadas en los candados que atestan el Pont Neuf. Germina en el verdor de sus jardines, sus infatigables galerías, teatros y museos; así como fluye en sus lagunas y arboledas, en Bois de Vincennes o Bois de Boulogne, allá donde las prostitutas ofrecen sus servicios al caer la noche. Paris es luz sin duda. No necesariamente de neón (que dicho sea de paso abunda para hermosear, no para saturar), sino la luz de la Ilustración, aquel movimiento cultural e intelectual que abogase por la emancipación del individuo a través de la educación del mismo  y en pro del bien común. Paris es luz y el romance, si es que lo hay,  probablemente habite entre las piernas de alguna cortesana parisina entregada al disfrute como en los tiempos de la Belle epoque, o tal vez en alguna de las incontables patisseries que esconden los pasajes lejos del centro, rincones atendidos por sus dueños quienes, particularmente en pareja, se esmeran en invitar al viajero a probar el romance que ellos bien saben cocinar.  





Rivière Seine from Tour Eiffel – Paris 

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 19 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 14th entry -

FALL IN AUTUMN
                        540 days off season



entry 14  Hibernia

                  
                      Una espesa niebla cubría los extensos campos camino a Hibernia. Había partido la noche anterior desde Southampton, en dirección a la isla de las verdes cúpulas y los tréboles de cuatro hojas, en una travesía de 20 horas que incluía cruce en ferry desde Cairnryan, un pequeño enclave histórico en el sur de Escocia, así como paradas del bus en ciudades ya conocidas como Manchester, Birmingham y Liverpool. Incontables extensiones de intenso verde acompañarían mi viaje a medida que el bus se acercaba a la costa del Mar de Irlanda. Una vez cruzado el estrecho, Belfast me esperaría imbuida en un manto de nubes y allá,  a la distancia, el promontorio de Napoleon´s Nose se erguiría a saludar como lo hacía con todos los viajeros. Un año antes, precisamente un 8 de diciembre, me dirigía como lo dictaba la tradición anual en bicicleta hacia el océano, aprovechando el cierre de la añosa ruta 68 camino a Valparaíso. Cientos de miles de peregrinos se hacen a la ingrata senda de cemento, cerrada de manera extraordinaria para vehículos motorizados, en pos de retribuir a la virgen de Lo Vásquez los favores concedidos. A pie, en bicicleta, e incluso de rodillas, grupos de amigos, familias y hasta mascotas se adueñan por una vez de la concesionada carretera para entregarse a la travesía de recorrerla de punta a cabo y así, tras decenas de horas de pedaleo incansable, caminata, charla, risa y determinación, llegar a los alrededores del santuario a la virgen, dispuesto a unos 20 kilómetros del puerto principal de Chile. Hordas de ciclistas aprovechamos dicha instancia para hacernos al camino apenas  va cayendo la noche, para apreciar así la puesta desde la bajada interminable luego del Túnel Lo Prado, que tras un par de kilómetros de sinuosa oscuridad nos entrega a las alturas en caída libre a punta de pedal y nos despierta del cansancio con  ventarrón en la cara. Tras cuestas horribles y otras no menos agotadoras rectas, y luego de habernos hecho camino entre la multitud que en el Santuario pernocta ansiosa de comprar chucherías, comerse un pernil con café o rendirle sus respetos a la virgen; cada año logramos un no menor número de adictos a la cleta terminar nuestra travesía de cara al océano Pacífico, arrojados en alguna playa entre Valparaíso y Viña, pasando los calambres a punta de plátanos y siesta. Exactamente un año después, me había hecho camino por las gélidas aguas que separan Gran Bretaña de la antigua Hibernia, conocida hoy en día como Irlanda y dividida entre un norte protestante, parte del Reino Unido y por tanto bajo tutela monárquica; y un sur republicano, ferviente católico y devoto de su memoria. En ese norte dejaría los pies y la mirada en el atalaya de Cavehill park, desde el cual pude divisar Belfast, sus grúas, lagunas, iglesias y jardines; para luego enfilar por sus rincones bohemios llenos de murales, recuerdo a sus mártires y los remanentes del Titanic. Construido en  sus muelles, su imponente presencia de buque mítico perdura y bulle su imagen en el mercado de la ciudad, oloroso a pescado fresco y cerveza; así como en postales, museos y suvenires. En el norte reiría en compañía de Kiki, discutiría de sociología caminando entre los puestos navideños y me sentiría más en casa mirándola a los ojos y escuchándola hablar. En el norte veríamos juntos el amanecer y aún tras ponerse el sol Belfast nos seguiría oyendo hablar de nuestra patria común y de nuestra conjunta aventura. En el norte hablaríamos del amor, de los británicos, los chilenos, el dinero y la familia, y nos despediríamos con un abrazo en una concurrida esquina mientras la vida nocturna llenaba las calles de ruidos, colores y algarabía. Desde el norte me dirigiría el último día de mi viaje hacia la capital del sur, Dublín. Con sus edificios monumentales, sus verdes cúpulas y archiconocida iconografía que incluye duendes, tréboles, arpas y ancestrales ritos celtas, la ciudad capital se extendería ante mí para cruzar sus puentes de lado a lado, de pueblo viejo a nuevo, de cerveza negra a olla de oro, y de danza irlandesa a Oscar Wilde. Dublín, donde la bandera de Irlanda flamea orgullosa en cada edificio, donde los extraños son sólo amigos por conocer y donde se comparte en grupo, en las calles, en los bares, los tranvías y paraderos. Irlanda, tierra de amistad, verdor y roca y gaélica lengua, insondable misterio y cruce de caminos; ahí donde los arcoíris guardan un tesoro a quienes los persiguen, donde la suerte está a la vuelta de la esquina si se la invoca con una sonrisa, allá donde la memoria se cultiva en señaléticas y cánticos, allá donde sentirse en casa es muchísimo más fácil que llegar e irse. A eso de la medianoche el ferry que me traería de vuelta tocaría tierra británica en los muelles de Holyhead. A pesar de la profunda noche la luna llena permitiría divisar a la distancia la imponencia de las montañas de Eryri. Atravesaría nuevamente el norte de Gales pero esta vez en la comodidad de un asiento de bus, cansado y henchido de tanta experiencia. En la carretera quedarían mis memorias de Lo Vásquez, las pisadas en Belfast y las sonrisas de Dublín; y en la carretera la belleza de todos los pasos por venir.   



Hibernia at dawn – Irlanda

Fotografía/Photo por/by David Lethei

viernes, 16 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 13th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 13  International Bus (or Chasing Autumn)

                
              203 días antes de llegar a Southampton, cuando el otoño en el hemisferio sur comenzaba a hacer caer las hojas y los calores del verano ya iban en franca retirada, yo debía decidir si postularía para viajar hacia Estados Unidos, Australia, Canadá o el Reino Unido. Dejando de lado los parámetros académicos de la respectiva institución de destino a la que eventualmente sería adscrito, mi inclinación natural siempre había sido hacia Inglaterra. Más allá de por criterios mercantilistas y/o publicitarios, de esos que nos venden para preferir una opción a otra, mi criterio principal para tomar dicha decisión sería la cuasi certera posibilidad de hallar en Gran Bretaña una amplia variedad de nacionalidades distintas con las que compartir, de las que aprender, y a las que enseñar. No me equivocaría. Ya fuere por su cercanía con Europa, el ser parte del llamado “Primer Mundo”, o su inflado prestigio internacional en materia académica, Inglaterra goza de ser uno de los principales destinos para el desarrollo académico de muchos estudiantes provenientes de las más diversas latitudes.  Además de la enorme presencia extranjera ya residente en el sur del país, que comprende nacionalidades tan disímiles como la turca, la indonesia o la brasileña, Southampton, en su calidad de ciudad universitaria, recibe miles de estudiantes extranjeros cada semestre, los cuales enriquecen con sus respectivas culturas el patrimonio cultural local y viceversa. Es así como, ya fuere en un cotidiano viaje en alguno de los buses locales que conectan los distintos barrios con el campus principal, como en algún seminario, clase teórica o sociedad estudiantil, uno puede hallarse compartiendo con personas provenientes de Japón, Polonia, Marruecos o Ecuador, por nombrar sólo algunos en un variadísimo espectro. Este bus internacional que nos ha llevado a desplazarnos cientos de miles de kilómetros bajo ideales comunes de integración y aceptación, nos ha llevado a mí y a Danielle hasta Bristol, a recorrer sus calles mientras interactuamos sobre su cultura alemana y la mía chilena. Me ha permitido conocer los paisajes de Bangladesh viajando a Bath junto a Arefin, y las peculiaridades históricas de India junto a Attman mientras subíamos el Arthur´s Seat en Edinburgo. Me ha conectado a Hasan con quien, hablando de la inoperancia de los jugadores del Inter, también hemos podido lidiar con las vicisitudes de su hereda paquistaní; y me ha permitido ofrecerle mi hombro a la portuguesa Mariana, cansada en su regreso a Portsmouth luego del matutino viaje que nos llevare a Windsor. Hemos podido compartir hasta la madrugada en torno a un juego de cartas, riéndonos en el mismo idioma con la rusa Milena y el ucraniano Yurii, y subir y bajar los acantilados de la Isle of Wight con el malasio Eugene. Yifan nos ha compartido sus galletas chinas mientras planeábamos una presentación sobre Vygotsky, y la griega Giota nos ha hecho probar su mano repostera a mí y mis compañeros de piso. Desde Hungría Csenge nos ha compartido su gusto por “Game of Thrones” y las montañas que la esperan en casa, y desde Kenia Chinwe nos ha regalado más de una sonrisa al pasar. Un bus internacional que nos ha llevado a compartir con Paloma, natural de España, y con Alessa, directo desde Italia y hasta el corazón de Escocia. Y por supuesto Linus, James y Arshad, y la multitud de otros jóvenes ingleses dispuestos a tender la mano como lo haría Abbie al ayudarme con la lavandería cuando la ropa sucia se acumulaba en el canasto. 100 días después de llegar a Southampton, el otoño que he ido persiguiendo desde el hemisferio sur al hemisferio norte me ha brindado la compañía de muchísimos nombres, historias y lenguas. Un bus internacional con el cual no sólo hemos podido viajar sino también hacer viajar a otros, maravillados ante mis relatos sobre Rapa Nui, el desierto de Atacama, la Patagonia y el mote con huesillos. Un abanico de historias que me acompañará cuando ya haya huido del advenimiento de la primavera en Inglaterra, en pos de los fríos recién nacientes en el hemisferio sur en lo que habrá sido el viaje y el otoño más largos de mi vida; 540 días fuera de estación donde las doradas hojas no habrán parado de caer, y las hermosas experiencias no habrán dejado de brotar.




Autumn – Southampton

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 12 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - Numberless Entry

FALL IN AUTUMN
                 540 days off season


entry n  Dreaming of the return


Io che ti sognai
Italia mia dagli occhi sfuggenti
Io che ti trovai
Nelle montagne del Cymru
Negli angoli di Liverpool – Io
Il tuo poeta di un sogno lontano, io
Il tuo pezzo di mondo nel mondo.

Tu che mi desti le tue labbra
La tua mano, la tua aria, la tua contraddizione ambulante
Tu e il tuo nome da principessa ebraica – la tua lingua
Tu, nell’attesa
Nel viaggio e nel dolore.

Noi nella musica; l’arpeggio, il testo
Le strade di Birmingham, la notte e il freddo
Il bacio sincopato, il suono del vento
L’impeto di esserci
E di non esserci più.

Fossi in te, non fuggirei- mi seguirei
Fino ai confini del mondo
Fossi in te, farei  un monumento
A chi ha avuto l’idea di farci incontrare.

Fossi in te, respirerei intensamente
Il profumo che lasciasti sul mio collo.

Fossi in te, mi butterei nel vuoto,
mi arrenderei al paesaggio
di questo fondo marino.

Fossi in te, consolerei questo petto
Questa anima nostra ansiosa di partorire,
assetata di nuovi baci e di sguardi attenti – vieni,
dopo questa finestra germoglia solo un giardino.

Io e te
Un nuovo percorso.

Tu ed io
Un effluvio di amore.

Io e te
Il linguaggio del cielo.

Tu ed io
Sognando il ritorno.


              

Chester Railstation - Chester * Eryri – Cymru * Albert Dock – Liverpool * 
Christ Church Meadow – Oxford * City Council – Manchester * Church Street – Birmingham

Fotografías/Photos por/by David Lethei


miércoles, 7 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 12th entry - Part II

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 12 Part II  Cymru (Into Wales and back)


                              Sus ojos titilaban en la noche. Titilaban entre las luces de Liverpool y los sabores de Bari. Sus ojos titilaban dentro de mí. Titilaban entre el frío y la noche en Chester, aguardando el bus mientras se congelaba el pasamano. Sus ojos titilaban a la distancia. Tras pasar una reparadora noche en Chester, ese domingo me levanté ansioso ante lo que se avenía. Ya había recorrido por mi cuenta la costa oeste de Cymru y el día prometía una nueva aventura internándose junto a un grupo de desconocidos hasta el corazón de Snowdonia. Tras recorrer los vestigios dejados por los romanos en la ciudad, iluminados grácilmente por las luces de la mañana, me dirigí presuroso hasta el punto de reunión acordado. Me había inscrito en un grupo turístico y nos llevarían en una van por aquellos lugares que no había recorrido el día anterior. Fue así que me encontré con un cuarteto de chicas de Suiza, dos parejas francesas y un trío compuesto por dos italianas y una polaca. Y por supuesto con Frank, nuestro guía de turno. Tras pasar los saludos de rigor nos dirigimos hasta Llandudno, un balneario victoriano adornado con estatuas de las creaciones de Lewis Carroll, poseedor de un hermoso muelle pintado de blanco, y coronado con un gran promontorio desde el cual se puede apreciar toda la localidad e incluso más allá, alcanzando la vista hasta Anglesey, Liverpool y por supuesto, las grandes alturas de Eryri. Desde ahí enfilamos hacia Conwy, pequeño pueblo poseedor de unos de los mejor conservados castillos medievales de toda Gran Bretaña, hogar alguna vez de Edward I y bastión de su poderío en la región durante las guerras de independencia. Además, destaca por los muros que protegen al pequeño pueblo, los cuales es factible recorrer pudiéndose apreciar desde la distancia tanto la imponencia de la construcción medieval como la belleza de la desembocadura del río Conwy. Conwy cuenta además con la casa más pequeña de toda Gran Bretaña, parte de los encantos de esta villa medieval patrimonio de la Humanidad. Tras dejarlo atrás, y tras pasar la antigua villa minera de Bethesda, nuestro variopinto grupo se dirigió hacia el sur, adentrándonos por fin en el sinuoso valle entre las montañas de Snowdonia, recorriendo “The long and winding road” como es conocida la ruta principal por sus sinuosos recovecos y serpenteante trazado, hasta llegar a Pont Pen-y-benglog junto al lago Ogwen. Ahí pudimos apreciar los esteros, cascadas y riachuelos que descienden desde las altas cimas en su camino al mar, flanqueados de lado a lado por las altas montañas nevadas de Gales con su característico gris pedregoso producto de milenarias glaciaciones. Más adelante, los valles cafés, amarillos y rojizos dan paso a verdes explanadas y lagunas, abrazadas por tupidos bosques y escasos asentamientos. Entre ellos, nos detuvimos en Betws-y-Coed, donde las calles olorosas a leña se adornan para los turistas con tiendas de souvenirs además de emporios donde ataviarse para el montañismo. La luz, ya haciéndose escasa, nos hizo apurar el tranco (o el motor para el caso) en dirección este hacia el antiguo acueducto de Pontcysyllte, el cual cruzando sobre las aguas del río Dee, permite la navegación y el recorrido a pie. La moribunda luz de la tarde nos regalaría entonces una última mirada sobre los picos de Eryri, de donde nacen las aguas que alimentan las fértiles tierras de Cymru y su pueblo ancestral. Engolosinados de tanto paisaje y ya entregados al divertimento, el variopinto grupo terminó de contar los millones de ovejas blancas y negras generosamente repartidas por los campos y trató de enunciar las últimas palabras de despedida en galés; Hwyl Cymru (adiós Cymru) y por supuesto, la impronunciable Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch la cual nadie pudo atinar a decir. Al llegar a Chester y viendo que algunos del grupo serían llevados hasta Liverpool tomé la intempestiva decisión de irme con ellos. Tenía pasajes de regreso a medianoche desde Chester, y aun cuando ya la noche era cerrada, apenas las 5 de la tarde era lo que marcaban los relojes. Ya habiendo recorrido Chester los días previos, y completamente entregado a un impulso, me dejé caer por Liverpool sin mapa ni preparación alguna, muchísimo menos boleto de regreso hasta donde debía tomar el bus de vuelta a Southampton. Tenía 6 horas para descubrir lo que me trajera el destino o la casualidad, y para encontrar la manera de regresar a tiempo. Las luces de Liverpool titilaban y bullía la vida en torno a sus calles y muelles. Las luces titilaban y sus ojos titilaban dentro mío.



Snowdonia Mountains – Eryri

Fotografía/Photo por/by David Lethei

viernes, 2 de diciembre de 2016

Fall in Autumn - 12th entry - Part I

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 12 Part I  Cymru (Into Wales and back)


                    Eran las 7 de la tarde. La noche había caído hacía rato en Cymru y yo hacía guardia al tren que me llevaría de vuelta a Chester. La pintoresca estación de trenes, un imán para los viajeros y turistas en la no menos pintoresca villa de Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch, me albergaba hacía ya una hora y la temperatura había disminuido considerablemente. Sin nadie más en la estación que este pobre peregrino, me preguntaba si de hecho alguien tomaba el tren desde allí en algún momento del día, tomando en cuenta que del largo rato que llevaba deambulando por el lugar no había logrado atisbar alma alguna en la terminal, además obviamente de los frecuentes viajeros y turistas ávidos por sacarse una foto junto al letrero con el sui generis nombre de aquel lugar perdido en la entrada a la isla de Anglesey. Con no menos frío la noche anterior había llegado desde Southampton tras un largo viaje de 8 horas en bus hasta Chester, ubicada en la frontera norte entre Inglaterra y Gales. Desde ahí, tras recorrer sus calles desiertas unas horas antes del alba, había tomado el tren hasta Bangor, en la costa oeste de la montañosa región; un viaje soñado junto a la orilla norte de Gales que me llevaría sobre el riel junto a las aguas del mar de Irlanda permitiéndome divisar a la distancia el puerto de Liverpool y la Isla de Man. Las luces del amanecer me acompañarían hasta descender del tren para rápidamente abordar un bus local hacia Caernarfon, mi primer destino oficial como parte de la travesía. En Caernarfon había nacido Edward II, infame hijo de Edward “Longshanks” igualmente infame por aplicar su brutalidad acostumbrada sobre Wallace y los Scots durante las guerras de independencia de Escocia. En Caernarfon uno podía hallar la magnificencia de su castillo medieval y atisbar a la distancia tanto a Anglesey por el oeste como al parque nacional de Snowdonia, con el pico más alto de toda Gales, el Snowdon, asomando la vista por sobre las nubes con sus 1085 metros de altura. Yr Wyddfa, como se le denomina en galés, se alza como una atalaya en el extremo noroeste de  Eryri, el nombre original del parque de 2.130 km cuadrados que me había hecho llegar hasta ahí en primer lugar. En Caernarfon, como en toda Gales, se podía oír a la gente charlando indistintamente en inglés o en galés, siendo dicha nación uno de los pocos lugares donde aún se mantiene viva la tradición y lengua de las culturas celtas de la Edad del Hierro. En Caernarfon me maravillaría con sus altos muros de piedra y sus vistas hacia el estrecho de Menai, aquel que separa Gales de la isla de Anglesey y que alguna vez el capitán Cook refiriese como el más peligroso entre los que le había tocado navegar. Caernarfon, pequeña villa con sabor a medioevo desde donde partiría de vuelta a Bangor, esta vez para explorarlo a cabalidad. Ahí, a diferencia de en Caernarfon, podría hallar una activa calle comercial, abundante en opciones tanto en artesanía local como en productos de producción masiva, activa vida universitaria dada la Universidad de Bangor emplazada en las alturas sobre el pueblo, además de un atractivo muelle abriéndose paso sobre las aguas del estrecho. Desde su extremo y al girar la cabeza, uno podía apreciar la belleza de las montañas nevadas de Eryri, coronando imponentes las alturas sobre Bangor junto a las aguas que rodean Gales por el norte. Un artesano local me enseñaría ahí que Wales (el nombre de Gales en inglés) era, si bien el nombre por el cual el país era internacionalmente conocido, no precisamente el más apreciado por los locales. Wales refiere en su acepción original al extranjero, a aquel que es un desconocido, mientras que su gente llama a sus tierras Cymru, que en galés significa amigo, un término mucho más apropiado para estas inmemoriales tierras habitadas por granjeros, pastores y amantes de las ovejas desde mucho antes de la llegada de los romanos a Gran Bretaña. Desde Bangor y antes de caer la tarde, me dirigiría hasta el puente colgante sobre el Menai en dirección a la villa con el nombre más largo en todo el Reino Unido, desde donde se prometía pasaría un tren a eso de las 7 que me llevaría de vuelta a Chester. Diez minutos después de la hora acordada, las luces del expreso me sacudirían la escarcha a esas alturas depositada en todos los rincones. Me dolían los pies, tenía hambre, frío y ganas de estar en casa, pero no precisamente en Santiago de vuelta en Chile, sino en algún lugar perdido en el corazón de Eryri, junto a las montañas, los bosques y el fuego de un hogar galés.



Caernarfon Castle – Caernarfon

Fotografía/Photo por/by David Lethei

domingo, 27 de noviembre de 2016

Fall in Autumn - 11th entry -

FALL IN AUTUMN
                 540 days off season


entry 11  Lothian

                      Una brisa suave, fría y refrescante me despierta antes del amanecer. En algún punto de la costa junto a Linne Foirthe me veo rodeado de mis compañeros montaraces en lo que ha sido el más largo de los viajes. Desde nuestra villa junto a las grandes aguas; tras cruzar An Caol Artach, hemos viajado a tierras cada vez más cálidas en busca de aquello que nos fuera arrebatado, aunando clanes a la marcha y apurando el tranco a medida que cae el sol. Una brisa suave, fría y dolorosa nos va despertando uno a uno, la luz se asoma desde el mar al este, iluminando las mil colinas y verdes hondonadas que en Alba abundan. Unas cuantas horas adelante, Lothian nos espera con Haggis recién cocinadas, junto a sus neeps y sus tatties y una buena mujer para recuperar el calor perdido en los gélidos páramos de Caledonia. Luego, hemos de retomar la marcha en dirección al sur. Pasando por Britannia en camino a Hibernia, recogeremos las migas que nos llevarán a destino, por sobre los lagos y las nevadas montañas, a través de los estrechos y la miríada de islas; la música resonará en nuestros oídos, recordando las veladas in Arcaibh, junto al hogar, donde el fuego no se extingue aún en la noche más obscura. Una brisa roja despierta a Wallace en la mitad del campamento. Cientos de heridos y cuerpos en descomposición se acumulan a su alrededor mientras él aún siente el aroma de su mujer en sus manos desnudas. La noche y el sueño los ha reunido nuevamente llevándolos más allá de las fronteras de Escocia. Allá donde el pasado y el futuro se unen y no existe la opresión de la sangre ni la bota extranjera. Allá donde pueden cabalgar juntos por entre los espesos bosques de Lanrik y bañarse en las frías aguas del Cluaidh, allá donde los ingleses invasores no los pueden alcanzar ni separar. El guardián de Escocia despierta intoxicado en tanta belleza, pero a su lado no está Marian sino su espada, aguardando paciente por nuevos cuerpos ingleses que rebanar tras verse derrotados en Falkirk, mientras una multitud de lamentos le rodea recordándole que debe continuar. Edward I no descansará hasta ver a Wallace y a sus huestes pudriéndose en una pica, salpicando los campos de las Midlands con la sangre de los herederos de Boudica.  Las altas tierras escocesas parecen lejanas en su memoria, así también el rastro antiguo de los Celtas cuyo linaje preservan, la búsqueda por la independencia debe continuar a pesar del horror, a pesar del cansancio, el hambre y la brutalidad; a pesar de la nostalgia enorme del hogar más allá de las colinas. Una brisa fría y vespertina me recubre mientras se van apagando mis sentidos. Me duermo. Han sido tres largos días de exploración y asombro por las calles de Edinburgo. Luego de viajar 677 kilómetros desde Southampton en dirección al norte, y tras pasar la campiña inglesa y el distrito de los lagos, arribamos a la ancestral ciudad en el corazón de Midlothian, alguna vez conocida como Dùn Èideann. La “Atenas de Europa” como le llaman los viajeros, nos recibe con los brazos abiertos; la galería de monumentos en Calton Hill o la atalaya que representa el Arthur´s Seat, gobiernan la ciudad y permiten al viajero contemplarla de punta a cabo tras hacer el esfuerzo de seguir sus escaleras de piedra hasta la cima. Desde ahí se pueden apreciar el Scott Monument, sus numerosos museos, iglesias y parroquias, el Princess Street Gardens, los edificios de The Scotsman, The Balmoral y The Caledonian y, por supuesto, el imponente Castillo de Edinburgo, dispuesto sobre una columna de piedra maciza en el corazón de la ciudad. Edinburgo; ciudad de fantasmas, secretos y catacumbas; ciudad de callejuelas, pasajes pintorescos, góticos reductos y greco-romanos diseños, se extiende en torno al promontorio principal, siendo flanqueada por sendos cerros y por el septentrional estuario de Forth, donde las aguas del Mar del Norte penetran en la tierra y deben ser cruzadas por los acorazados puentes que conectan Queensferry con Perth y el resto de las Highlands. Edinburgo; ciudad que me maravilla y que luego de tres días de recorrerla de punta a cabo y de alba a madrugada me hace sentir cierta nostalgia al momento de la partida. Parto de vuelta al sur, hacia la costa jurásica y Southampton, con la sensación de dejar algo tras de mí, un trozo de vida pasada o futura que me oprime levemente el centro del pecho, como si hubiese vivido en sus calles toda una vida y algo en ellas me fuere a extrañar. El bus se interna nuevamente en la campiña inglesa mientras la noche todo lo recubre. Son las 6 de la tarde; para amenizar el viaje se proyecta “Braveheart” y se bajan las luces. Algunos se acomodan para verla por enésima vez mientras otros se disponen a dormir para recuperar las fuerzas. Yo sólo puedo atinar a recordar el sonido de las gaitas en las calles de Edinburgo, y sonreír.




Arthur´s Seat – Edinburgh

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 21 de noviembre de 2016

Fall in Autumn - 10th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 10  Islands

               La embarcación se movía lentamente abriéndose paso entre las aguas que separaban la isla del continente. La misma intensa lluvia que nos había encontrado en lo más alto de la Isle of Wight hacía tan sólo un par de horas, ahora arreciaba sobre la cubierta del ferry que nos llevaría de vuelta al muelle de Lymington, desde dónde habíamos zarpado hacia la isla cuando apenas despuntaba el sol. Había sido un largo día de subidas y bajadas, siguiendo los senderos que recorren la costa oeste de aquel enorme pedazo de tierra que sirve de barrera contra los vientos del Atlántico. Los alrededor de 50 caminantes que conformábamos el grupo habíamos, cada uno a su particular ritmo, logrado caminar durante las siete horas que requería la ruta trazada por los guías. Una ruta que nos llevaría desde Yarmouth, siguiendo las orillas del Solent y atravesando bosques, subiendo colinas y circundando bahía tras bahía, hasta regresar al punto de origen a la hora en que se pone el sol. A 11 mil y tantos kilómetros de distancia de allí, y 150 días antes de la travesía a través del Solent, los fríos  vientos del canal de Chacao me daban la bienvenida a Chiloé. Habiendo viajado las 13 horas que toma la ruta Santiago-Puerto Montt en bus, y luego de abordar el transbordador en Pargua, finalmente estábamos cruzando en pos de nuestro destino final, Castro. Enormes masas de grises nubes se abrían a ratos dejando pasar sendos y tímidos rayos de sol que no calentaban a nadie. Con las orejas y las manos frías, pasaba revista en mi memoria a la innumerable riqueza vegetal que había hallado en los bosques de Valdivia, los de Temuco y en todos los secretos rincones que guarda el seno de Reloncaví. Así también a la calidad y calidez de su gente, al aroma de sus preparaciones, el ritmo de su hablar. Ha de haber algo especial en aquello. La gente en la Isle of Wight es distinta a aquellos de la Mainland. Los chilotes son distintos de los chilenos continentales. Los británicos son distintos del resto de los europeos. ¿Qué habrá en esto de ser isleño, que forma el carácter, el tono y el trato de manera tan particular? El acto cotidiano de cruzar tal vez. Ese acto casi místico que implica el zarpar, partir de la seguridad que brinda la tierra para aventurarse a cruzar los canales en busca del hogar; la isla, la sensación de refugio que brinda un aislamiento voluntario, el recelo de lo privado, lo secreto, el tesoro en el corazón de una tierra que pareciese destinada a zarpar un día, para internarse en las profundidades de un horizonte aún por descubrir. Los que han cruzado hacia la isla saben de los cuarenta minutos de prístino azul, de los nubarrones lejanos y de esa sensación a fin de mundo que acompaña al Chile austral donde fuere que uno vaya. Las abundantes masas de agua que desembocan en el Pacífico y que sólo pueden hallarse más allá de la zona huasa, donde la distancia y el frío permiten la acumulación del vital recurso, que cae como un regalo por doquier inervando los campos, las verdes extensiones que cobijan los misterios de una isla perdida en una suerte de deriva mitológica. Cruzar a Chiloé y visitarlo no es sólo un acto romántico, la culminación de todo viaje por el centro-sur de Chile para cualquier viajero que se precie de tal, es también hacerse parte de su mesa, su tradición e historia, su gente y su música. Arrayán, Tepa, Canelo y Laurel extienden sus raíces por los húmedos senderos que conforman la isla, aromatizando con sus hojas las pisadas de los incansables viajeros en busca de los más insondables parajes. Así también lo hacen los morales silvestres, penetrando tierra adentro a la espera de la recolección anual para la preparación de mermeladas. El viento, el frío y el verdor que corona los misterios de la Isla de los Brujos en el confín del mundo, allá donde aún permanecen algunas reliquias de la conquista española como los fuertes de San Antonio y San Carlos en Ancud. Estas vistas, esos sabores y aromas eran los que me acompañarían mientras dejaba mis pisadas en pos de contemplar Fort Albert desde la distancia. Las bahías australes en relación a las que tenía ante mí: Alum, Colwell y Totland Bay. El laurel creciendo junto a los caminos así como las negras moras en Inglaterra denominadas blackberries pero que con las cuales prepararían exquisitas mermeladas que me evocarían el sur del mundo. Llenarían nuestras retinas así como nuestras cámaras fotográficas las escarpadas y blancas paredes que dan forma a The Needles, así como las enormes formaciones rocosas en Freshwater Bay. Recorrer la Isle of Wight, a campo traviesa, siguiendo la ruta del río Yar hasta su desembocadura, expuestos al incierto clima de Inglaterra y a las bandadas de aves que coronarían un espectáculo visual que nos acompañaría a casa mientras estirábamos las piernas en el cruce de regreso. Teníamos aún la poderosa fuerza del viento y la lluvia impregnadas en los huesos de cuando habíamos alcanzado el Tennyson Monument, en las alturas de la Isle of Wight, ahí donde se puede apreciar el Solent y el Atlántico en una sola mirada.





Alum Bay – Isle of Wight

Fotografía/Photo por/by David Lethei

domingo, 13 de noviembre de 2016

Fall in Autumn - 9th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 9  Goal!

               El Gary corre. El Gary corre como si le pagaran millones por hacerlo.
Temprano  en la mañana había tenido que hacer mi primera presentación grupal sobre el fascinante tema del Constructivismo social. Mientras canalizaba mis esfuerzos en hacerme entender, sobre todo considerando lo intangible de la materia en cuestión, pensaba en el nerviosismo de las chicas que me acompañaban, arrojadas de improviso a la inédita experiencia de exponerse ante una audiencia de nivel universitario. Habíamos estado preparando la presentación durante varias jornadas, mas aún así los nervios en la cara de Beth eran evidentes. Jessica apretaba los dientes mientras Yifan perseguía una sombra en el techo y Rosalie trataba de llamar su atención. Mila miraba con detenimiento sus tarjetas. No quería cometer errores y hacía un esfuerzo adicional por hacerse entender en una lengua que no era la de ella. A veces miraba de reojo. El marcador decía 0-0 en tanto los Saints de Southampton, el equipo local, trataban de hacer frente a la arremetida del Inter. La pelota, rápida y liviana, se perdía de tanto en tanto en las tribunas a lo que el partido se detenía a la espera de que fuera devuelta. Y era devuelta. El equipo local, venido a menos en las últimas décadas, vestía la albirroja característica, mismos tonos que adornaban el estadio de punta a punta, atiborrado de fanáticos de todas las edades portando sus bufandas bicolores y sus banderines. El olor a salchicha, tocino y otras especias se paseaba a ratos y se entremezclaba con el agradable perfume de una de las asistentes. Las más enérgicas sin duda, mujeres en los cincuenta y tantos; un buen número de personas en lo que podríamos catalogar como tercera edad mientras otro tanto repartido entre un amplio rango  de edades adultas. Falla en la defensa. Gol del Inter. La multitud se desarma por un breve instante para luego recomponerse con más bríos y entusiasmo. Cantan, corean los himnos de la barra local, y no hay un punto además del verde campo en el que no se agite una banderola albirroja. Penal. Silencio en el estadio luego, júbilo. Tras un par de escaramuzas entre los equipos rivales, el pateador designado se planta ante el balón. Un minuto para el fin de la primera mitad. Esta es la oportunidad de empatarlo. La masa expectante agita sus puños a la espera de una celebración segura. Horror. El arquero contrario desvía el balón y el equipo local se va al descanso en desventaja. Los rostros iluminados del resto de la clase se estremecen, hacen gestos, muecas, por fin han entendido de que se trata la teoría, por fin se puede atisbar en sus miradas la chispa del entendimiento. Luego de la presentación, Hassan se acerca y me ofrece las entradas. Primer partido de mi vida en un estadio. Southampton, frío, noche, multitud enardecida, vítores, comienza el segundo tiempo. Cambio de lado y de pronto me surge un extraño sentimiento de camaradería patriótica. Quiero apoyar al local pero el Pitbull está ahí, mordiendo a sus oponentes a unos cuantos metros de distancia. Me lo imagino ganando las Copas por tanto añoradas. Me lo imagino corriendo por algún peladero en Conchalí, no muy lejos de las calles de las que yo vengo. Me lo imagino chuteando piedras, latas, pelotas gastadas, jugando con los del barrio. Me lo imagino cuando de pronto explota la alegría. Southampton acaba de empatar y el estadio se viene abajo. Jamás habiendo sido un futbolero, ni muchísimo menos un devoto de algún equipo local, lo único que me hubiese gustado ir a ver alguna vez sería a la Selección Nacional. De hecho muchas veces consideré debutar en la experiencia yendo a ver a la Roja de todos como le llaman los marketeros. Sin embargo, con el frío en los huesos y rodeado de entusiastas sajones me vi enfrentado por primera vez al rito de ver a una tropa de atletas detrás de un balón, y a nosotros siguiendo la misma con la mirada ansiosa. Faltan 5, sacan a Gary tras recibir amarilla y la gente se pregunta por qué su equipo no ataca y más bien prefiere jugar de media cancha hacia atrás. La pelota vuelve a las gradas y de ahí, de vuelta a la cancha. No hay rejas ni vallas de contención para con el público. Los niños con sus padres se escabullen de tanto en tanto para ir por más comida. La efervescencia aumenta. Se oyen las quejas contra el árbitro. El balón se escabulle entre una maraña de piernas y estamos todos casi de pie. No sabemos si sentarnos o no mientras la jugada se apresura en llegar a portería. Disparo directo al arco pero el arquero la desvía al travesaño. Rebote. Otro más, y otra vez pero en el rostro. Un jugador caído. Los puños se aprietan, el partido se acaba, el Gary mira atento desde la banca, el grito se ahoga, el grito ensordecedor que se escuchase hace media hora. La pelota renuncia a entrar, se rehúsa, da de costado, entra. La audiencia aplaude. Al terminar la exposición nos felicitan no sólo por el contenido de la misma, sino también por la forma, por el estilo personal de presentación que habíamos ofrecido. Hassan me recuerda que me esperará a las 7:15 junto a The Avenue. El reciente cambio de horario hace a la noche y al frío más patente. Gol. La cuenta termina 2 a 1 y los equipos se despiden respetuosamente a pesar de los encontrones. El Pitbull sigue corriendo, pero esta vez al camarín, se me hace que le vino el hambre. A mí igual y aún queda volver a casa.




St. Mary´s Stadium – Southampton

Fotografía/Photo por/by David Lethei

domingo, 6 de noviembre de 2016

Fall in Autumn - 8th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 8  Fireworks

               El 5 de Noviembre de 1605, un grupo de católicos provincianos liderado por Robert Catesby intentó volar en mil pedazos el Parlamento británico. La casa de los Lores, como es también conocido el edificio, se aprestaba a su tradicional apertura anual, momento ideal al ojo de los conspiradores para enviar a James I de Inglaterra y VI de Escocia, el rey de turno, al quinto infierno junto con toda la clase política.  La disputa entre católicos y la corona se había extendido ya por casi un siglo, desde que el rey de la dinastía Tudor Henry VIII, había decidido crear su propia iglesia y ponerse a la cabeza de ella tras haber sido rechazada su petición de divorcio por el Vaticano. Nacía así la Iglesia de Inglaterra (o anglicana), la cual motivada más bien por criterios políticos y/o sentimientos revanchistas, se había dedicado a perseguir a cuanto fiel hubiere de la fe católica dentro de las fronteras del reino. La cabeza del reino se convertía así en el más alto representante de la fe en Inglaterra, desconociendo la autoridad del Papa romano y sus directrices lo que llevaría a una persecución y amedrentamiento sin precedentes sobre todos los católicos ingleses la cual se extendería durante todo el reinado de Elizabeth I, sucesora del creador de la Iglesia anglicana. La nueva reina tenía sus propias razones para afrentar a los católicos. Felipe II de España, ferviente católico y defensor de los intereses de la iglesia romana, amenazaba contrastantemente la supremacía británica en los mares y las colonias que ambas naciones pretendían dominar, afrenta que se prolongaría y acarrearía consecuencias en el reinado del primo de Elizabeth y su sucesor, James I. A este le tocaría entonces enfrentarse cara a cara con el producto de un siglo de tensiones y escaramuzas, en lo que sería el intento más avezado de destrucción de la corona en la historia de Inglaterra. El 5 de Noviembre de 2006 llegaría a mis manos la película “V for Vendetta”, adaptación fílmica de la novela gráfica publicada en 1988 por DC comics bajo la autoría de Alan Moore y David Lloyd. La película, siguiendo los preceptos de la novela del mismo nombre, se presenta como una alegoría de la opresión y corrupción representada por los gobiernos del mundo. En ella, en un futuro distópico se nos presenta a una Inglaterra sometida a una dictadura sustentada en el miedo a los aparatos de información estatal, y en la ignorancia de la población general ante los maniqueísmos orquestados por el régimen para hacerse y mantenerse en el poder. El personaje principal, producto de estas mismas maquinaciones, se ha convertido en un ser deforme y lleno de venganza quien, siguiendo el ejemplo de los conspiradores de 1605, pretende llevar adelante la destrucción total del Parlamento y con él como símbolo de toda organización de gobierno de carácter vertical. Para mantener su identidad oculta, el personaje principal, haciéndose llamar “V”, utiliza un teatral atuendo negro que incluye capa y sombrero, además de una máscara que lo asemeja a Guy Fawkes, el único de los conspiradores de 1605 que fue posible atrapar en el acto, a sólo minutos de llevar a cabo el destructivo plan.  Exaltando su importancia histórica y  libertaria aspiración, “V” orquesta una serie de atentados calculados en pos de eliminar a altos personeros de gobierno, para finalmente acabar con el Canciller Supremo del nuevo estado Inglés. Desde el estreno de la película y producto de grandes movimientos sociales alrededor del mundo motivados por causas no siempre símiles, la máscara de Guy Fawkes utilizada en la película se ha convertido en un símbolo tanto de anonimato como de anarquía y emancipación de toda forma de opresión, alzando la figura de Guy Fawkes el estatus de ídolo o mito. El 5 de Noviembre de 2016, me vi caminando por las calles de Winchester siguiendo la procesión de la Bonfire Night. En esta fiesta ya centenaria, además se ofrecerse los platos tradicionales como las manzanas de caramelo y los “bonfire toffee”, se instalan sendas ferias ofreciendo sus productos artesanales y/o culinarios además de servir de antesala para la procesión. Ésta, que toma lugar al caer la noche, es conducida por las calles principales de la mayoría de las ciudades inglesas, generalmente lideradas por el alcalde respectivo y otras autoridades, además de una banda de bronces local. Tras de esta comitiva, miles de personas provenientes de todas partes se agrupan para caminar en procesión llevando consigo sendas antorchas o velas además de juguetes reflectantes y similares. Niños, ancianos y familias enteras se conducen entonces por las calles en dirección al campo de juegos local, lugar donde son esperados por una decena de carros de comida, bebidas y cervezas. En el centro del campo, resguardado éste por una valla de contención, se encuentra una réplica del parlamento de unos 5 metros de alto por 5 de ancho y rodeada de cañones y símbolos de la ciudad. Música de las últimas tres décadas suena por los parlantes mientras el animador hace preguntas de historia a los niños presentes a cambio de premios sorpresa. Cuando la procesión ha llegado en su totalidad, se inicia el conteo luego del cual la edificación al centro coronada con una efigie de Guy Fawkes, es incendiada por completo. Los tres grados de temperatura ambiente, los cuales duelen en los huesos, se alivian en algo con el halo de calor proveniente de la hoguera. En tan sólo minutos los cuales son enormemente disfrutados por la multitud, tanto la figura de Guy como la réplica son reducidas a cenizas, a lo cual le sigue el lanzamiento de coloridos y resonantes fuegos artificiales por al menos otra media hora. Desde todos los lugares, a la distancia y provenientes de otras ciudades, pueden también verse los destellos de la miríada de “Bonfire” que toman lugar la noche del 5. Una noche para celebrar lo que no ocurrió. Una noche con muchas caras y sin embargo con un único rostro.




Bonfire Night – Winchester

Fotografía/Photo por/by David Lethei

lunes, 31 de octubre de 2016

Fall in Autumn - 7th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 7  Bicycle days

               40 km por hora por el Itchen Bridge para llegar a Woolston. 40 km por hora en picada por el Redbridge para llegar a Totton. 40km por hora. Un número así para un amante de los automóviles puede sonar hasta ridículo, pero para los que amamos las bicicletas, 40 kilómetros por hora descendiendo por una senda rodeada de verdes arboledas, con el viento del Atlántico en el rostro, sin más carrocería que el cuerpo mismo, y con una vista plena a todo el estuario en el que se ubica Southampton, es precisamente algo por lo que vale la pena escribir una reseña. Me había pasado los últimos 15 años de mi vida arriba de la cleta. La había usado para los tramos cortos, diariamente hacia la Universidad o hacia el trabajo, y para los más largos y exigentes, como a San Antonio, al Arrayán, a Buin o a Valparaíso. De noche y de día, de día y de noche, los tensos rayos de alguna de mis bicicletas me habían acompañado en mis largas andanzas ya fuere que éstas hubieren sido en compañía de otros cleteros, o en la soledad del pedalero en ruta. Me había hecho de un buen número de bicicletas a lo largo de todo ese tiempo, cada una bautizada según una experiencia particular pudiere referirme a cada una de ellas. Como el capitán a su velero, mis bicicletas traían consigo no sólo muchísimos kilómetros y otras tantas huellas del camino sino que, a mis ojos, también una identidad propia y una funcionalidad distintiva. “La Micro” para ir al trabajo, “La Chandelle” para ir a la playa, y así “La Grillo”, “La Viuda” o “La Sinfónica” para otros tantos distintos recorridos. Entre ellas había varias antiguas, de las Caloi con el asiento con respaldo, y de las mini CIC aro 20”. También había en la colección algunas modernas como la Dahon plegable y una con modelo híbrido entre playera y rutera, y por supuesto una tropelía de accesorios desde luces hasta herramientas de la más alta especificidad. Con tanta tradición cletera a cuestas, no sería extraño que me dispusiera a pasar los últimos seis meses previos al viaje, ejercitando aún más los músculos y preparando las condiciones físicas para afrontar futuros pedaleos en tierras extranjeras. Cada día, o día por medio, se hacía necesario algún pique por breve que fuera al Tupahue. Cerro arriba, el aire se enrarecía y la vista se aclaraba ante los 845 msnm que alcanzaba la atalaya, frondosamente habitada por especias autóctonas como el pimiento o el quillaye. A través de tramos cortos y constantes, preparaba mis piernas, nuca y muñecas para los futuros pedaleos que esperaba me permitieran llegar más allá de los límites de la ciudad conocida. De esa forma, además de seguir yendo a los lugares habituales a los que me llevaba la cleta, me insté paciente y constantemente a extender las vueltas, a pedalear no más lejos de lo que ya lo había hecho, sino de manera más recurrente e intensa, en tramos cortos y presurosos, en caídas libres por verdes cuestas. El Cobbden Bridge, entre Bitterne y Portswood, me vería entonces atravesándolo presuroso, siguiendo la ruta sobre mis propias pisadas, revisitando los lugares ya caminados pero ahora desde la perspectiva del cletero; más veloz y más enérgica. Subí las pendientes de Eastleigh hasta llegar a Fair Oak; me interné en su Stoke Park y pedaleé en el barro. Atravesé los bosques y los páramos. Crucé los cauces y los caseríos en Totton. En dos ruedas alcanzaría los castaños manglares del Río Test y las tranquilas orillas de Bartley Water, allá en Eiling Hill donde la ciudad sucumbe ante la olorosa muralla del New Forest. El dolor, el sudor, el apetito que hace al cletero seguir pedaleando más allá de sus fuerzas me mantendría en movimiento de ahí en más. Había llegado a mis manos, por tan sólo 50 libras, una bicicleta urbana aro 26” igualita a varias de las que había dejado en casa. “Brexit”, como con ironía sería llamada, me haría llegar más allá de los bordes de Southampton, donde siempre teniendo en cuenta aquello de que por acá se ha de manejar por la izquierda, gratamente me encontraría con un sinfín de otros cleteros repartidos entre ruta y ruta, yendo a solas o en familiones. Aprendería en estos periplos, que la cortesía habitual del británico medio se extiende más allá de sus compuestos modales, llegando incluso a la civilidad con la que conducen sus vehículos. Siempre atentos al peatón de turno o al eventual ciclista, no hay conductor que no esté dispuesto a ceder el paso ante el interés ajeno, ni hay quien se atreva a hacer sonar su bocina para hacer saber que la tiene. Pareciera que tuvieran la palabra respeto tatuada en el alma, o al menos civilidad urbana. 40 kilómetros, 50 kilómetros, 100. Todos los que queden aún por recorrer. La confianza que permiten tales costumbres al volante te hace pensar que no hay límite, más que el de las propias ganas y energías. 40 kilómetros por hora con las nubes como telón de fondo; un nuevo camino, una vuelta, un desvío por descubrir: La felicidad en dos ruedas.




Botley Road – Fair Oak

Fotografía/Photo por/by David Lethei


  

viernes, 21 de octubre de 2016

Fall in Autumn - 6th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 6  At the U

               La marea de estudiantes de todos los colores, vestimentas, tamaños y facciones nos llevaba, de aquí para allá, mientras nos conducíamos por la “Bunfight” de la Students Union.  Ya habíamos hecho todos los trámites de rigor, inscrito en cuanto portal, edificio, programa y lista esperara nuestros nombres, asistido a las inducciones, obtenido las credenciales, firmado los compromisos, hasta que por fin, ya estábamos ad portas de iniciar nuestras clases. Cuatro años antes, cinco para Génesis y otros miembros del grupo de chilenos que hasta ahí habíamos llegado, habíamos iniciado un periplo similar 11560.4 kilómetros atrás, en Santiago de Chile. Habíamos caminado, abrumados entre el tropel de trámites e inducciones, citas y reuniones que nos habían permitido iniciar nuestros estudios de Pedagogía en Lengua Inglesa en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, heredera histórica y legal del centenario Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Nos habíamos maravillado con sus añosos árboles, su tradición y la memoria latente en cada uno de sus muros y rincones; habíamos descubierto su carga histórica, sus estudiantes con sus panfletos políticos y recreativos, con sus ventas de chucherías en los pastos, sus carretes vespertinos, sus pitos, los completos, los Barros Luco y Barros Jarpa que podía uno comprar en alguno de sus kioscos por una luca y media, su gente, amablemente chilena, cálida, arribista, solidaria y doble estándar. También nos habíamos ido defraudando con su entorpecedora maquinaria de procedimientos, anquilosada gestión financiera y su abundante precariedad de recursos, elementos todos que, con el paso de los años irían poco a poco mellando nuestra confianza para con la capacidad de la institución de llevar adelante con propiedad la tarea que ella misma y la Historia le habían asignado. Aun así, seguían postulando a ella cientos de estudiantes ansiosos por hacer de Chile un mejor lugar a través de la herramienta emancipadora de la educación, así como seguían egresando de ella cientos de profesionales resilientes que con propiedad sentían que podrían hacer cualquier cosa, por escasos que fueren los recursos, debido precisamente a que habían aprendido a trabajar con la escasez. Politizadas desde las trincheras políticas habituales, las sociedades de estudiantes eran escasas y, las que había, se reducían a un disminuido y anónimo número. La principal, votada con el mismo ejercicio democrático debilitado por la escasa participación con que se elegía al Presidente de la República, movía sus deprivados recursos en pro de actividades de acotada convocatoria, debido principalmente a la desidia característica del chileno medio, más interesado en sus espacios personales que en lo público, más bien dedicado a enriquecerse de manera privada, que a compartir y trabajar desde lo social, produciendo instancias nuevas de interés común y crecimiento comunitario. Lejos de lo comunitario como pudiere ser entendido desde la escasez, pero infinitamente más comprometidos a participar en lo que se ha hecho llamar “vida universitaria”, los estudiantes en Southampton están ansiosos por ser parte del amplio espectro de posibilidades que la Universidad y la Students Union, su asociación de estudiantes, está dispuesto y en capacidad financiera de ofrecerles. Con más de 300 sociedades de estudiantes formadas y autodeterminadas por los propios estudiantes integrantes, todas ellas amparadas por los recursos y directrices de la Students Union, los recién llegados tenemos la posibilidades de asociarnos a cualquiera (sino a todas) de las diversas sociedades disponibles que van desde aquellas abocadas a labores sociales como aquellas deportivas, pasando por sociedades de idiomas, magia, filosofía, música, culturas del mundo, baile, folclor, entre muchísimas otras que pueden dirigir sus esfuerzos a causas tan relevantes como reducir el hambre en África o la contaminación medioambiental, a las conformadas con el mero afán de reunirse a compartir un rato entre pares en torno a una taza de té e historias de vida. La “Bunfight” es esa instancia única en la semana de iniciados en la cual todas estas sociedades ponen sobre la mesa en una larga feria repartida por varios edificios de la Universidad sendos stands con panfletos, promotores, degustaciones, modelos, y demostraciones en pos de que te les unas, de hacerte parte de una microcomunidad en una macrocomunidad en la que todo parece estar pensado para que tu vida gire, realmente, en torno a la Universidad y sus prerrogativas. Claramente, a años luz de lo que podría esperarse en Chile, donde los recursos no parecen alcanzar, lo cosmopolita está aún en ciernes,  las ideas son entrampadas por papeleos y la abulia parece dominar todas las esferas. 





University of Southampton – Southampton

Fotografía/Photo por/by David Lethei