Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

lunes, 31 de octubre de 2016

Fall in Autumn - 7th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 7  Bicycle days

               40 km por hora por el Itchen Bridge para llegar a Woolston. 40 km por hora en picada por el Redbridge para llegar a Totton. 40km por hora. Un número así para un amante de los automóviles puede sonar hasta ridículo, pero para los que amamos las bicicletas, 40 kilómetros por hora descendiendo por una senda rodeada de verdes arboledas, con el viento del Atlántico en el rostro, sin más carrocería que el cuerpo mismo, y con una vista plena a todo el estuario en el que se ubica Southampton, es precisamente algo por lo que vale la pena escribir una reseña. Me había pasado los últimos 15 años de mi vida arriba de la cleta. La había usado para los tramos cortos, diariamente hacia la Universidad o hacia el trabajo, y para los más largos y exigentes, como a San Antonio, al Arrayán, a Buin o a Valparaíso. De noche y de día, de día y de noche, los tensos rayos de alguna de mis bicicletas me habían acompañado en mis largas andanzas ya fuere que éstas hubieren sido en compañía de otros cleteros, o en la soledad del pedalero en ruta. Me había hecho de un buen número de bicicletas a lo largo de todo ese tiempo, cada una bautizada según una experiencia particular pudiere referirme a cada una de ellas. Como el capitán a su velero, mis bicicletas traían consigo no sólo muchísimos kilómetros y otras tantas huellas del camino sino que, a mis ojos, también una identidad propia y una funcionalidad distintiva. “La Micro” para ir al trabajo, “La Chandelle” para ir a la playa, y así “La Grillo”, “La Viuda” o “La Sinfónica” para otros tantos distintos recorridos. Entre ellas había varias antiguas, de las Caloi con el asiento con respaldo, y de las mini CIC aro 20”. También había en la colección algunas modernas como la Dahon plegable y una con modelo híbrido entre playera y rutera, y por supuesto una tropelía de accesorios desde luces hasta herramientas de la más alta especificidad. Con tanta tradición cletera a cuestas, no sería extraño que me dispusiera a pasar los últimos seis meses previos al viaje, ejercitando aún más los músculos y preparando las condiciones físicas para afrontar futuros pedaleos en tierras extranjeras. Cada día, o día por medio, se hacía necesario algún pique por breve que fuera al Tupahue. Cerro arriba, el aire se enrarecía y la vista se aclaraba ante los 845 msnm que alcanzaba la atalaya, frondosamente habitada por especias autóctonas como el pimiento o el quillaye. A través de tramos cortos y constantes, preparaba mis piernas, nuca y muñecas para los futuros pedaleos que esperaba me permitieran llegar más allá de los límites de la ciudad conocida. De esa forma, además de seguir yendo a los lugares habituales a los que me llevaba la cleta, me insté paciente y constantemente a extender las vueltas, a pedalear no más lejos de lo que ya lo había hecho, sino de manera más recurrente e intensa, en tramos cortos y presurosos, en caídas libres por verdes cuestas. El Cobbden Bridge, entre Bitterne y Portswood, me vería entonces atravesándolo presuroso, siguiendo la ruta sobre mis propias pisadas, revisitando los lugares ya caminados pero ahora desde la perspectiva del cletero; más veloz y más enérgica. Subí las pendientes de Eastleigh hasta llegar a Fair Oak; me interné en su Stoke Park y pedaleé en el barro. Atravesé los bosques y los páramos. Crucé los cauces y los caseríos en Totton. En dos ruedas alcanzaría los castaños manglares del Río Test y las tranquilas orillas de Bartley Water, allá en Eiling Hill donde la ciudad sucumbe ante la olorosa muralla del New Forest. El dolor, el sudor, el apetito que hace al cletero seguir pedaleando más allá de sus fuerzas me mantendría en movimiento de ahí en más. Había llegado a mis manos, por tan sólo 50 libras, una bicicleta urbana aro 26” igualita a varias de las que había dejado en casa. “Brexit”, como con ironía sería llamada, me haría llegar más allá de los bordes de Southampton, donde siempre teniendo en cuenta aquello de que por acá se ha de manejar por la izquierda, gratamente me encontraría con un sinfín de otros cleteros repartidos entre ruta y ruta, yendo a solas o en familiones. Aprendería en estos periplos, que la cortesía habitual del británico medio se extiende más allá de sus compuestos modales, llegando incluso a la civilidad con la que conducen sus vehículos. Siempre atentos al peatón de turno o al eventual ciclista, no hay conductor que no esté dispuesto a ceder el paso ante el interés ajeno, ni hay quien se atreva a hacer sonar su bocina para hacer saber que la tiene. Pareciera que tuvieran la palabra respeto tatuada en el alma, o al menos civilidad urbana. 40 kilómetros, 50 kilómetros, 100. Todos los que queden aún por recorrer. La confianza que permiten tales costumbres al volante te hace pensar que no hay límite, más que el de las propias ganas y energías. 40 kilómetros por hora con las nubes como telón de fondo; un nuevo camino, una vuelta, un desvío por descubrir: La felicidad en dos ruedas.




Botley Road – Fair Oak

Fotografía/Photo por/by David Lethei


  

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