Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

domingo, 1 de enero de 2017

Fall in Autumn - 16th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season




entry 16 – New Year´s day

               Diez. Sobre las aguas del río Támesis un espiral de colores se refleja mientras miles de espectadores contemplan atentos a cada giro, figura y cambio de ritmo. Los estruendos, sucesivos, sacuden los tímpanos de quienes hemos venido desde todos los rincones del mundo a contemplar el espectáculo pirotécnico, rememorando tal vez en nuestras mentes los otros de los que hemos sido testigos; desde Berlín sobre la puerta de Brandenburgo, Paris con las luces sobre a Torre Eiffel, Valparaíso con sus luces sobre el Pacífico, Times Square en Nueva York , Sao Paulo, Moscú, Tokyo o Singapur, la cortina cae sobre 2016 en el mundo occidental y cada ciudad merece una fiesta, cada familia un festín, y cada monumento un show de fuegos artificiales. Nueve, ocho. La nochevieja anterior había tenido patente aquel sabor a la partida, esa sensación agridulce que deja la celebración cuando se sabe en los adentros que no se repetirá, para bien o para mal, de la misma forma en el siguiente día de año nuevo. Corrían las ensaladas de papas con mayo, choclo, tomate y arroz primavera, sendas presas de pollo adobado en especias desde temprano por mamá, ponche preparado por papá, y cola de mono comprada en la botillería. Sonarían las tradicionales cumbias de Tommy Rey y la Sonora Palacios, mientras el resto de la familia se adornaría con las mejores pilchas para recibir el nuevo año como corresponde. Ante la imposibilidad de ir a ver los fuegos en directo a la Torre Entel, Valparaíso u otro reducto nacional, bienvenida sería la transmisión televisada para acompañar el conteo a la medianoche y de ahí pasar a los abrazos sentidos, los lacrimógenos y los de cortesía. Se descorcharía el champagne y el bullicio provendría de las calles, los vecinos, los bocinazos y los perros al ladrar. Se susurrarían los buenos deseos al oído y otros decretos serían dichos a viva voz, como para que no quedara duda de las nuevas resoluciones para con el nuevo período. Empezaba el 2016 y nadie sabía en casa que para la próxima no lo pasaría con ellos, ni siquiera yo mismo. Siete, seis. A pesar de lo que podría creerse, sendos conteos en español podían oírse en la multitud de angloparlantes de oficio y de los otros, los locales. Familias se habían aprestado junto a las vallas de contención que separaban al gentío del grandilocuente London Eye, una noria-mirador de 135 metros de altura situado en el banco sur del río Támesis en torno al cual, y con vista a la mencionada atracción, cientos de miles de personas disfrutarían del espectáculo de luces, colores, fuegos artificiales y sonidos perfectamente sincronizados a los cuales daría el puntapié el Big Ben con sus tradicionales doce campanadas justo a la medianoche. Y mientras resonaban los parlantes con música electrónica que pretendía encender la fiesta, las Casas del Parlamento verían su reflejo multicolor desplegado sobre las aguas bajo el Puente de Westminster para deleite de todos los que pasarían algo más de 4 horas de pie y bajo el frío londinense a la espera del inicio del espectáculo. Cinco, cuatro, tres. Mientras caminaba en busca de algún acceso al Metro, gratuito en dicha ocasión hasta pasadas las 4am, pude ver la cantidad de jóvenes entregada al desenfreno, al goce entre amigos, o lisa y llanamente al sufrimiento en alguna esquina. Plastas de vómito adornaban los rincones mientras cientos de miles de botellas de vidrio, plásticas y latas daban testimonio del consumo alcohólico habitual a la ocasión, haciendo de las otrora limpias avenidas un reguero de microbasurales. No faltó tampoco el imberbe entregado a alguna práctica sexual arrinconada tras algún escondrijo sin luminaria, o la jovencita maquillada hasta la memoria con la falda a la altura del ombligo y la mirada perdida en alguna que otra reflexión descotada. Era el año nuevo en Londres, donde afortunadamente no existen las cumbias del tío Tommy ni tristemente no abunda el cotillón ni el abrazo espontáneo entre desconocidos, donde el espectáculo pirotécnico está calculado como una secuencia de momentums, con pausas bien calculadas y en relación con la música, y donde las familias que se aventuran emigran rápidamente de vuelta a sus casas dejándole las calles a generaciones más nuevas, inquietas y a ratos estúpidas. Dos, uno. Mientras pasaban los últimos segundos del 2016 me pregunté en qué me encontraría el fin de año próximo, cuando este proceso lejos de Chile ya fuere un vívido y patente recuerdo, y el 2017 hubiera ya dejado su huella sobre el fin de estos 540 días fuera de temporada. Cuando nuevamente viviera un año nuevo con 30 y tantos de calor en el ambiente y no con menos 3 como fuere estando en Inglaterra, cuando para mi pesar la pachanga volviera a escucharse por doquier y para mi gusto los abrazos cayeren espontáneos, y el 1 de enero volviera a sentirse con esa pesada carga entre resaca y calor abrumador, y no como este, atiborrado de bruma, llovizna y silencio. Feliz año nuevo, decimos los que seguimos este calendario. Ya 2017 tendrá otras historias que contar.




City of London at New Year´s eve London

Fotografía/Photo por/by David Lethei

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