"Mi padre me hacía mirarles
con detenimiento. Pretendía él que yo fijase en mi retina cada detalle de los
equinos y sus monturas en pos de que tuviera en bien ilustrarlos al volver a
casa. Él había sido siempre el más interesado en que plasmara cada una de mis
experiencias de niño en el papel, ya fuera a modo de dibujo o de garabato
escrito al pasar. Y bien sabía que ninguna de estas salidas podría el paso del
tiempo desprender siquiera en un ápice de mi memoria. Por ello me hacía oler
los ajos, distinguir la forma de las yerbas de las hiedras que junto a los
adobes de las casonas crecía descontrolada y oír, con dedicación, como el
arroyo pasaba bajo nuestros pies para irrigar los campos de sembradío apostados
a uno y el otro lado del antiguo camino. Y si a la izquierda parecía nada
limitar el verdor y al refulgente sol inmiscuyéndose por cada rincón, por cada
línea de lechugas y tomates que seguía hasta perderse en algún punto de fuga
que a mis ojos de niño siempre lucía inalcanzable; a la derecha el muro, hasta
ese entonces infranqueable de cerros, quebraba la luz en dos entre lo que abajo
era una sombra húmeda y verdusca de lo que arriba era el cielo de un diáfano
celeste. Mi madre me enseñaría entonces que el cerro Tupahue no era sólo donde
se erguían esas albirojas torres de comunicaciones, sino que se extendía, cual
si fuera un cometa, hacia atrás en dirección de nuestra casa y que su estela
venían a ser todos estos cerros hasta llegar hasta las mismísimas dos puntas de
flecha del cerro La Pirámide."
Extracto de "Mi Ciudad Empresarial", relato incluido en el libro "De la Calle a las Letras", proyecto llevado adelante por la Red de Bibliotecas Populares y Alarido Ediciones
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