(Dedicado a la memoria de Carlos Lizama Oyarce y José Domingo Gómez Rojas)
Carlos Andrés Lizama Oyarce nació en 1982. Cuando lo conocí ya se había titulado de profesor y compartía su tiempo entre sus labores docentes, el trabajo social, los viajes y las salidas en bicicleta. Fueron estas últimas las que nos harían conocernos y encontrar puntos en común en los cuales reconocernos. Nos hicimos a la aventura de pedalear por Santiago y sus alrededores, tan arriba como hasta el Arrayán o el Mahuida, y tan distante como el puerto de San Antonio. En esos días en los que aún las ciclovías eran escasas y las marchas aún no copaban las calles, nos dábamos a la tarea de escrudiñar la ciudad, sus rincones, sinsabores y maleficios. Y la ruta, improvisada como era costumbre, solía llevarnos junto al Mapocho, dilucidando misterios tras el nombre de calles, elogiando las arquitecturas de antaño, preguntándonos el porqué del entramado presente. Antes de que los museos fueran gratuitos y de que existiera un día del patrimonio, nosotros pasábamos horas elogiando a la lectura sobre los pastos del Parque Gómez Rojas, discutiendo sobre la relevancia de lo patrimonial, leyendo sobre el pasado, compartiendo libros y teorías sobre cómo la memoria de un pueblo era relevada a través de edificios, personas y magníficas obras que pretendían perpetuar un pedazo de la historia común y constitutiva de una identidad personal, barrial o nacional. No sin pesar, a la luz de los años, muchas de estas conversaciones acabarían siendo meros ejercicios intelectuales. En un país como Chile, donde su gente no es muy dada a poner en relieve la memoria ni la lectura, la noción de progreso y rédito inmediato terminaría imponiéndose a cualquier criterio no mercantilista. Los verdores de aquel parque que acunase nuestras charlas darían muestra de aquello.
José Domingo Gómez Rojas había nacido en 1896. Estudiante de Derecho y de Pedagogía en la Universidad de Chile, se había hecho un espacio en la escena artística y la bohemia vanguardista desde la trinchera literaria. Como Poeta, que es como yo lo conocí, había publicado a los 17 años sus Rebeldías líricas, obra altamente influenciada por Nietzsche y el pensamiento anarquista. Este ideario lo llevaría a defender desde posturas más radicales su visión política de la sociedad, al mismo tiempo que lo condenaría a la muerte. Apresado por agentes del Estado terminaría asesinado con tan sólo 24 años de edad. Tras su funeral, al que asistirían alrededor de cincuenta mil personas, y como homenaje póstumo, se declararía al antiguo Campos de Sport ubicado en la ribera norte del río Mapocho, entre Pío Nono y Loreto, como el flamante parque Gómez Rojas, en el afán de preservar la memoria del vate. 80 años después esos pastos serían los que cobijaran nuestras tertulias sobre la memoria junto a Carlos y nuestras bicicletas. 80 años después de una memoria casi diluida en los estertores del tiempo.
Esos pastos habían nacido en 1906, como una de las obras conmemorativas del primer Centenario de la República de Chile. Ideado por Alejandro Bertrand Huillard y llevado adelante por el arquitecto Pedro E. Wieland, el parque había sido concebido para mantener y aumentar los parques a lo largo del río Mapocho, paralelos a las costaneras y siguiendo el ejemplo de otras ciudades ribereñas como París y Londres. Tras la inauguración en 1938 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, ubicada como cabecera del entonces Campos de Sport, se tornaría natural renombrar esos pastos ya por aquel entonces repletos de universitarios y bohemios en honor al “poeta cohete”, como solían apodar al escritor. Coronado por árboles vetustos, 80 años después el parque Gómez Rojas ha guardado entre sus lindes sonrisas, disputas y más de alguna caricia. Reflexiones de poetas, amantes, y de amigos como Carlos y yo. Cuánta historia tras un nombre, tras una placa, un comentario proferido al viento. Con Carlos nos cuestionábamos cómo era posible que en Chile tuviésemos tan mala memoria. ¿Era que no nos importaba la historia, nuestros viejos, sus luchas y victorias? ¿Era que lo moderno, el progreso, lo actual, era acaso más atractivo, más rentable, y por ende más valioso?
En 2005 se inauguró la Costanera Norte. Parte de una red de autopistas urbanas que partió barrios y comunas en dos, que apartó comunidades, cubrió edificios emblemáticos y erigió columnas de cemento donde antes había verdor, la horizontal mole de concreto se extendió como una lombriz solitaria vomitando automóviles desde las profundidades y por los alrededores de todo Santiago, mermando la calidad de vida de sus habitantes, el patrimonio cultural de sus comunidades y el acceso a áreas verdes de calidad. Una de estas sería el parque Gómez Rojas. Atónitos junto a Carlos veríamos al añoso proyecto de parque ribereño partido en dos para facilitar la salida y entrada de los automóviles. Uno de sus extremos, aquel entre Pío Nono y Purísima, se vería amenazado por un cambio de nombre y la construcción de una estatua de 13 metros del Papa Juan Pablo II. Si bien dicha idea no prosperó, nada pudo evitar la precarización de su entorno urbanístico con la construcción del complejo inmobiliario San Sebastián, el cual acabaría por alterar la escala de altura con la construcción de varias torres de departamentos. El otro extremo del parque correría peor suerte. Flanqueado por las entradas y salidas de la Costanera, avenidas Bellavista y Santa María, y por un también antiguo club de tenis, el otrora proyectado parque Gómez Rojas terminaría en su cara poniente convertido en un enjuto pastizal. Casi como para resarcirse de culpas, autoridades de la época decidieron entonces erigir un solitario monumento para elogiar la lectura, en un esfuerzo por aunar y relevar los valores literarios que dignificasen alguna vez a nuestro país. “Elogio de los Libros”, escultura monumental en metal de casi once metros de altura representaría, en voz de su autor el artista plástico Benito Rojo, un homenaje al patrimonio literario nacional al compilar en forma de una pila de libros a autores insignes como Mistral, Blest Gana, Encina, y María Luisa Bombal, entre otros. Ubicado ahí para destacar el tenor cultural y bohemio del barrio en que se emplaza, el monumento a la lectura así como el parque Gómez Rojas ha quedado a merced de la frágil memoria chilena, a la suerte de las autoridades de turno y a la desidia del ciudadano común. Inaugurado en 2007, hoy dicha pila de libros figura como un sitio baldío, uno más de los tantos microbasurales y baños públicos clandestinos que abundan en Santiago.
La defensa del patrimonio es la defensa de la memoria. Es el culto a la identidad, el respeto al pasado y a lo que tenga para enseñarnos. El estado actual del monumento que elogia a la lectura es un triste retrato de una sociedad que lee libros cada vez menos y que posee escasa educación sobre el valor del patrimonio. El estado actual del parque Gómez Rojas y las vicisitudes que ha debido enfrentar es una muestra lamentable de cómo el respeto por el patrimonio en nuestro país sigue siendo un valor escaso incluso en quienes planifican la ciudad, autoridades políticas, profesionales y técnicas. La memoria está entregada a su suerte. Hoy es 4 de Agosto de 2018 y se cumplen 122 años desde el natalicio de José Domingo Gómez Rojas, poeta. Hoy es 4 de Agosto, y se cumplen 43 días del fallecimiento de mi amigo Carlos Andrés Lizama Oyarce, profesor. Yo que me he convertido en ambos escribo hoy este ensayo sobre el patrimonio como un ejercicio sobre la memoria, sobre ese esfuerzo por conservar vivo aquello que ya no podemos leer, contemplar o abrazar. Que a fin de cuentas respetar la memoria es respetar lo que fuimos, atesorarlo, para entender lo que somos, aprender para avanzar y, por una vez, dejar de cometer los mismos errores.
Ensayo escrito hace 10 meses para la convocatoria "Ensayos de la Memoria".
Publicado aquí hoy en la víspera del primer aniversario de tu partida.
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