Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

viernes, 21 de abril de 2017

Fall in Autumn - 28th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 28  Eternal City

               Las notas de “Now we are free” en la majestuosa voz de Lisa Gerrard resonaban por los audífonos a medida que me acercaba a la Ciudad Eterna. Sendas bandadas de negras aves cubrían los cielos a medida que el alba despuntaba en el horizonte. El bus, completamente lleno y quejumbroso avanzaba por la larga carretera por la que habíamos cruzado media Italia y su mano, la misma que había probado unas noches antes cenando en Bari, sostenía la mía a través del pasillo. Vetustos pinos demarcaban la ruta de entrada a Roma mientras en la distancia se divisaban los caseríos, luego las cúpulas, luego los entramados por los que romanos de hoy y desde hace siglos habitan atrincherados entre las siete colinas. La ciudad amurallada, erigida entre antiquísimas ruinas imperiales, ahí donde gladiadores dejaban su sangre en la arena del Coliseo y aurigas se aprestaban a su última carrera en los circuitos del Circo Massimo; ahí donde las artes han estado al servicio de lo humano y lo divino; ahí donde las aguas del Tíber parten la ciudad en dos y donde hay una fuente a cada cinco minutos. Porque si algo caracteriza a Roma es la grandilocuencia y abundancia de sus fuentes de agua, algunas magníficas como la Fontana di Trevi, y otras más sencillas y meramente funcionales como las que uno puede hallarse dando un paseo por las afueras. Arcos, columnas, imponentes mausoleos, templos, termas y pabellones; que si Berlín es un Museo de la Memoria, Roma sin duda es un Museo de Sitio, una enorme excavación arqueológica, una galería de arte al aire libre. Y ahí donde la magnificencia del Panteón no brilla ni tampoco las esculturas ni los egipcios obeliscos, sí salen a relucir las delicias culinarias disponibles en cualquiera de su sinfín de restaurantes y emporios. Ofreciendo una alcachofa junto a la puerta, bajo la ventana o sobre la mesa, la delicia verde es común en la cocina y el paladar romano, así como lo son los gatos de todos los colores pero decididamente gordos los cuales se pasean entre el millar de turistas en total dominio de sus terrenos. Y si uno ya se encuentra hasta el hartazgo de tanto monumento y magnífica fachada, bien vale ir por más y adentrarse en el centenar de iglesias y otro tanto de Basílicas que con su arte renacentista, sus frescos, decorados, reliquias y cuanta cosa más pudiera la Iglesia pretender atesorar, pululan por toda Roma en las cuatro direcciones. Tanto que desde las alturas del Parco del Gianicolo, entre el tono amarillo y rosado pálido abundante por doquier, no hay punto en la mirada que no alcance alguna iglesia tañendo sus campanas en invitación a sus fieles. Eso sin mencionar la Iglesia Mayor, la famosísima Basílica de San Pedro en el corazón del Vaticano, lugar desde donde, luego de pasar junto al Castel Sant´Angelo y proseguir hasta el final de la Via della Conciliazione, puedo uno entregarse a la contemplación de semejante conjunto arquitectónico e incluso, si la hora es la correcta, permanecer a escuchar la voz del Papa de turno enunciar su misa. De cualquier manera, ni los espléndidos parques, antiguas explanadas, ni las arboledas, promontorios, ni muchísimo menos el peculiar sepulcro de Cayo Cesio en forma de Pirámide se comparan con la aventura de sus besos, ni el aroma de su piel, ni sus pechos en vaivén, ni la aurora en su pelo. Ella, uno de los tantos sabores de Italia y sin embargo el único capaz de hacerme perder el sueño en tierras tan lejanas. Ella, que de la mano me llevaría por barrios conocidos y desconocidos, que me hablaría de historia, filosofía y cocina, que me regalaría sus besos y algo más. Ella, la Italia inesperada, la que se iría para no volver ya más tras despedirse en la estación de Triburtina, apresurada por atrapar el último bus de vuelta a casa, mientras yo partía en dirección contraria. Ella y la ciudad eterna, diciéndome adiós al caer la tarde, dejando recuerdos en el aire, por entre las piedras y silencios de Roma.




Via dei Fori Imperiali – Roma


Fotografía/Photo por/by David Lethei

miércoles, 12 de abril de 2017

Fall in Autumn - 27th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 27  Tasting Italy

               El tren Intercity entre Santa Lucía y Bologna dejó Venezia alrededor de las 8 de la tarde. Luego de un último paseo en vaporetto por el Gran Canal, me vi apostado en los cómodos asientos del convoy express con miras a alcanzar el tren nocturno que me llevaría hasta Bari, donde las coloridas casas comunes en Venezia serían reemplazadas por la pulcritud de las líneas rectas, la piedra blanca como material fundamental y la soleada vista al Adriático y su hereda balcánica. Antes de deslumbrarme con sus callejones, debí encontrar un lugar entre los camarotes del tren, provistos con seis asientos con reposeras en el entendido de que los viajantes no harían en ellos sino dormir. Unas amplias caderas italianas se situaron ante mí tratando de acomodar las largas piernas que le seguían entre las mías, que recogidas, trataban de no abusar de algún roce incómodo. Con la calidez acostumbrada en tierras tanas, la muchacha me sonrió mientras el resto de los ocupantes se saludaba como si se conociere de toda la vida dando rienda suelta a la lengua vernácula hasta bien entrada la noche. A medida que nos adentrábamos en tierras meridionales, los ocupantes fueron descendiendo uno a uno, estación a estación, hasta vernos a solas con mi compañera de vagón y con la negrura profunda tras las ventanas.
Las calles de Bari, olorosas a comida casera, a plática cotidiana y a modorra, no son un espectáculo digno de ser apreciado por algún sendo monumento o famosísimo edificio en ruinas. Muy por el contrario, las calles de la sureña ciudad italiana son de lo más corrientes que podría esperarse, con un sector histórico atiborrado de blancas y sobrias iglesias dispuestas entre un laberíntico ir y venir de pasajes adornados con pequeños altares a algún santo; y otro sector más bien anclado en una arquitectura setentera y con escasos atributos extraordinarios. Sin embargo, es precisamente en el corazón de la Puglia donde puede hallarse ese sabor a Italia que los anuncios turísticos no alcanzan a describir ni a vislumbrar siquiera. Hospedado por italianos, pude a ratos sentirme parte de esa gente no tan distinta a aquella dejada al otro lado del Atlántico. Apasionada, cálida y atenta, la familia italiana te recibe y te alimenta, ríe contigo y discute con el mismo ahínco con el que defenderían sus más sagradas convicciones, aunque sólo estén hablando de fútbol o de cómo preparar bien la pasta. Porque en Italia se come bien, sin duda. Luego del antipasto que no es otra cosa que una entrada, bienvenido sea el primo que de usual es pasta con algo más, en mi caso los garbanzos más exquisitos que he probado en mi vida. Como si no fuera suficiente luego hay que hacer espacio al secondo, que bien puede ser carne con alguna ensalada o con queso mozzarella, para finalmente dar cabida al dolce que enhorabuena puede ser alguna fruta de temporada o il gelato. Los famosos helados italianos se disfrutan mejor en compañía de locales, caminando por el bulevar bosquejado por Mussolini entre el Castello Svevo y la Caserma Bergia, o en la Piazza Mercantile donde alguna vez los condenados de la región encontraran la muerte apedreados por la multitud. Una región tumultuosa sin duda. Las Perlas de la Puglia que incluyen el famosísimo Castel del Monte, las pintorescas viviendas tipo tipis de Alberobello, Bari por supuesto así como la deslumbrante topografía de Polignano a Mare; se han caracterizado por ser cuna, así como en la Sicilia,  de cruentos linajes familiares donde la tal llamada mafia no es ya un mero producto cinematográfico. Aún a pesar de este estigma, la Puglia respira autenticidad y un delicioso aire a familiaridad que en tierras más angloparlantes no deja de ser una rara excepción. Ya fuere en los Pumos, caseros adornos que invitan a la prosperidad a quienes los poseen; en el hecho de que ya a eso de la 1 las mujeres abandonan las bandejas en las que preparan a vista y paciencia del transeúnte las pastas con la mano desnuda, un abandono justificado por cierto en la sagrada hora de almuerzo en la cual los comedores y cocinas se atiborran de voces, risas y sabores y las calles se quedan vacías; o en la poesía que abunda en los blancos peldaños en los caseríos de Polignano, donde las edificaciones sobre la roca desnuda deslumbran por sobre los acantilados y las aguas lucen un azul sin precedente; el sur de Italia se sirve sobre la mesa generoso y genuino, sabroso a aceite de oliva, especias y otras savias, y donde sentirse como en casa no es una esperanza sino más bien un hecho.
El nocturno tren me dejó en Bari Centrale a eso de las 6 de la mañana. Despuntando el alba, descendí del vagón con un apetito voraz y con ganas de más. Tendría dos días para entregarme a lo que la región de la Puglia tuviere para ofrecer y para comprobar si esto de la calidez italiana era una invención publicitaria o el mero producto de un viaje nocturno en la intimidad de un camarote de tren. Después, vendría un largo viaje en bus hasta la Ciudad Eterna hasta donde llegaría sólo acompañado de mis memorias o prendido a la boca de una belleza italiana. Eso aún estaba por verse pues me tocaba esperar dos horas por una promesa incierta y una mirada esquiva. A las 9am ella llegó con ambas.



Lunchtime – Bari
The Adriatic at Polignano – Polignano a Mare


Fotografía/Photo por/by David Lethei

martes, 4 de abril de 2017

Fall in Autumn - 26th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 26  Channels and Masks

               La ruta se hacía cada vez más sinuosa a medida que se adentraba en las montañas. Los campos semi verdes del sur de Alemania habían quedado atrás y habían dado paso a blancas extensiones de tierra entre bosques oscurecidos, campiña  y una inquieta bruma que manaba de las cimas más adelante. Trenes resolutos y otros cansinos pasaban junto a la escueta carretera por en medio de pequeños villorrios que, cual lunares amarillos, parecía que colgaban por entre las abruptas laderas de los enormes montes. Aguas prístinas y congeladas se abrían paso por entre el cajón de rocas. El cinturón de Los Alpes atravesando Austria, se yergue como la frontera natural por la cual la ruta en dirección a Bolzano y Trento en el norte de Italia debía pasar. Yo iba más allá. Más allá donde llovía de arriba abajo y al revés en tanto los canales venecianos se desbordaban de tanta agua, la mundialmente famosa Piazza di San Marco lucía solitaria como nunca, las líquidas calles escurrían sin góndolas, y nadie fotografiaba el puente de los Suspiros ni los enigmáticos rostros blanquecinos enmascarando deseos. Las máscaras de Venezia, las hechas a mano por artesanos y no aquellas producidas en masa por alguna fábrica en la remota China, dan cuenta de los personajes de la Comedia del Arte, corriente artística que nutriera la escena teatral desde el siglo XVI en adelante y que se convirtiera en referente tanto para la elaboración de las mencionadas así como para el teatro como disciplina. Con tintes naturales y el tradicional papel maché moldeado, los portadores del oficio mantienen sus tiendas atiborradas de hermosos y algunos perturbadores ejemplos del trabajo en máscaras, algunas de las cuales salen a la luz exclusivamente a razón del famosísimo Carnaval Veneciano que se toma los canales de la fragmentada ciudad durante la medianía del mes de Febrero. En la línea de la tradición, Venezia también es reconocida por la calidad de su papelería, su lustro (estuco) veneciano, así como por la calidad del vidrio producido en Murano, uno de los tantos reductos habitados que conforman la insular ciudad italiana. Adornos, joyería y utensilios son sólo algunos de los usos que se le da al vidrio vistosamente colorido producido en la mencionada isla, destino obligado para los turistas y viajeros que se aventuran a no sólo experimentar un paseo por los canales más estrechos a bordo de una góndola, sino que también a navegar más allá de los mismos a bordo de algún vaporetto o transporte turístico que los lleve a través de las marismas del río Po hasta Lido o a Giudecca. Agua, pasajes, máscaras. Venezia se iba desenredando ante mis pasos a medida que me aventuraba por un nuevo callejón, otro pequeño puente, y otro. En Mestre, el distrito continental de la famosa ciudad, también es posible hallar algo de lo que caracteriza al entramado veneciano, pero más allá de suvenires a menor precio y alojamiento módico, el laberíntico ir y venir de las acuosas callejuelas es lo que, junto con su centenar de iglesias entre pilones, hace de Venezia un espectáculo urbano único en el mundo. Un escenario sin igual para el desfile de secretos que tras la máscara de la noche se abría paso en la negrura. Las luces de los restaurantes y de los hoteles titilaban reflejando sus colores en las abiertas aguas del Gran Canal, ahí donde el Puente de Rialto elegantemente posa para el millar de turistas, y donde los lanchones se abren camino entre Arsenale y la estación de Santa Lucía. Un escenario sin igual para el baile enmascarado de amantes furtivos, ahí donde Casanova redefiniera el deseo y el libertinaje cuando Venezia aún era un Reino independiente y el placer deambulaba entre las cortes como un precioso pecado. Un escenario sin igual para enmascarar los deseos y ahí, entre la elegancia del millar de preciosamente elaborados atuendos entregarse al fragor de algún lecho ardiente. Venezia, definitivamente un escenario, sin igual.




Gran Canale – Venezia

Fotografía/Photo por/by David Lethei