FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 27 – Tasting Italy
El tren Intercity
entre Santa Lucía y Bologna dejó Venezia alrededor de las 8 de la tarde. Luego
de un último paseo en vaporetto por el Gran Canal, me vi apostado en los
cómodos asientos del convoy express con miras a alcanzar el tren nocturno que
me llevaría hasta Bari, donde las coloridas casas comunes en Venezia serían
reemplazadas por la pulcritud de las líneas rectas, la piedra blanca como
material fundamental y la soleada vista al Adriático y su hereda balcánica.
Antes de deslumbrarme con sus callejones, debí encontrar un lugar entre los
camarotes del tren, provistos con seis asientos con reposeras en el entendido
de que los viajantes no harían en ellos sino dormir. Unas amplias caderas
italianas se situaron ante mí tratando de acomodar las largas piernas que le
seguían entre las mías, que recogidas, trataban de no abusar de algún roce
incómodo. Con la calidez acostumbrada en tierras tanas, la muchacha me sonrió
mientras el resto de los ocupantes se saludaba como si se conociere de toda la
vida dando rienda suelta a la lengua vernácula hasta bien entrada la noche. A
medida que nos adentrábamos en tierras meridionales, los ocupantes fueron
descendiendo uno a uno, estación a estación, hasta vernos a solas con mi
compañera de vagón y con la negrura profunda tras las ventanas.
Las calles de Bari,
olorosas a comida casera, a plática cotidiana y a modorra, no son un
espectáculo digno de ser apreciado por algún sendo monumento o famosísimo
edificio en ruinas. Muy por el contrario, las calles de la sureña ciudad
italiana son de lo más corrientes que podría esperarse, con un sector histórico
atiborrado de blancas y sobrias iglesias dispuestas entre un laberíntico ir y
venir de pasajes adornados con pequeños altares a algún santo; y otro sector
más bien anclado en una arquitectura setentera y con escasos atributos
extraordinarios. Sin embargo, es precisamente en el corazón de la Puglia donde
puede hallarse ese sabor a Italia que los anuncios turísticos no alcanzan a
describir ni a vislumbrar siquiera. Hospedado por italianos, pude a ratos
sentirme parte de esa gente no tan distinta a aquella dejada al otro lado del
Atlántico. Apasionada, cálida y atenta, la familia italiana te recibe y te
alimenta, ríe contigo y discute con el mismo ahínco con el que defenderían sus
más sagradas convicciones, aunque sólo estén hablando de fútbol o de cómo
preparar bien la pasta. Porque en Italia se come bien, sin duda. Luego del antipasto que no es otra cosa que una
entrada, bienvenido sea el primo que
de usual es pasta con algo más, en mi caso los garbanzos más exquisitos que he
probado en mi vida. Como si no fuera suficiente luego hay que hacer espacio al secondo, que bien puede ser carne con
alguna ensalada o con queso mozzarella, para finalmente dar cabida al dolce que enhorabuena puede ser alguna
fruta de temporada o il gelato. Los
famosos helados italianos se disfrutan mejor en compañía de locales, caminando
por el bulevar bosquejado por Mussolini entre el Castello Svevo y la Caserma
Bergia, o en la Piazza Mercantile donde alguna vez los condenados de la región
encontraran la muerte apedreados por la multitud. Una región tumultuosa sin
duda. Las Perlas de la Puglia que incluyen el famosísimo Castel del Monte, las
pintorescas viviendas tipo tipis de Alberobello, Bari por supuesto así como la
deslumbrante topografía de Polignano a Mare; se han caracterizado por ser cuna,
así como en la Sicilia, de cruentos
linajes familiares donde la tal llamada mafia no es ya un mero producto
cinematográfico. Aún a pesar de este estigma, la Puglia respira autenticidad y
un delicioso aire a familiaridad que en tierras más angloparlantes no deja de
ser una rara excepción. Ya fuere en los Pumos,
caseros adornos que invitan a la prosperidad a quienes los poseen; en el
hecho de que ya a eso de la 1 las mujeres abandonan las bandejas en las que
preparan a vista y paciencia del transeúnte las pastas con la mano desnuda, un
abandono justificado por cierto en la sagrada hora de almuerzo en la cual los
comedores y cocinas se atiborran de voces, risas y sabores y las calles se
quedan vacías; o en la poesía que abunda en los blancos peldaños en los
caseríos de Polignano, donde las edificaciones sobre la roca desnuda deslumbran
por sobre los acantilados y las aguas lucen un azul sin precedente; el sur de
Italia se sirve sobre la mesa generoso y genuino, sabroso a aceite de oliva,
especias y otras savias, y donde sentirse como en casa no es una esperanza sino
más bien un hecho.
El nocturno tren me
dejó en Bari Centrale a eso de las 6
de la mañana. Despuntando el alba, descendí del vagón con un apetito voraz y
con ganas de más. Tendría dos días para entregarme a lo que la región de la
Puglia tuviere para ofrecer y para comprobar si esto de la calidez italiana era
una invención publicitaria o el mero producto de un viaje nocturno en la
intimidad de un camarote de tren. Después, vendría un largo viaje en bus hasta
la Ciudad Eterna hasta donde llegaría sólo acompañado de mis memorias o
prendido a la boca de una belleza italiana. Eso aún estaba por verse pues me
tocaba esperar dos horas por una promesa incierta y una mirada esquiva. A las
9am ella llegó con ambas.
Lunchtime – Bari
The Adriatic at Polignano – Polignano a Mare
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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