FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 31 – Royal Graffiti
Valparaíso.
Los fríos del otoño se abren paso entre las serpenteantes callejuelas y los
coloridos pasajes del Puerto principal de Chile. Caminas, oteando sus rincones,
descubriendo puertecillas, espantando perros que, callejeros, se cruzan a tu
paso, te ladran, te huelen, van dejando fecas por doquier. La porteña ciudad
tiene entre sus barrios, particularmente los del Cerro Concepción y Alegre, la
impronta indeleble del paso y residencia de varias migraciones de ingleses
desde recién nacida la República, quienes dejaron no sólo costumbres y nombres
insignes, sino también una huella arquitectónica y patrimonial. Mirando en
retrospectiva, caminar por Valparaíso es caminar por el Bristol del cono sur, o
al revés, Bristol reluce sus enormes murales y serigrafías evocándote un
Valparaíso enclavado entre cerros a miles de kilómetros de distancia. Ese día me había levantado temprano, me había
reunido con una cincuentena de estudiantes provenientes de lugares tan
disimiles como China, Alemania y México, con los cuales habíamos cogido un
atiborrado bus en dirección a Windsor, sede del palacio real de Inglaterra.
Ahí, y luego de disfrutar de una larga charla matutina con Danielle, oriunda de
Hamburg y de gran apetito por los sándwiches, me había deslumbrado con la magnificencia
del palacio real, sus salones impecables y el abundante conjunto de reliquias,
armas, vestuario, y cuadros disponible para la miríada de visitantes que
diariamente atiborraba sus dependencias. Windsor, cercano a Londres y sin
embargo distintivo, es un pequeño reducto de tiendas, comercio y residencias
distante aproximadamente a una hora hacia el noroeste de la capital británica.
Sin embargo, su característica principal y el motor de su economía y relevancia
es sin duda el Palacio Real, lugar al que se puede acceder tras un riguroso
control de seguridad digno de un aeropuerto. En dichos aposentos se atesora,
además del guardarropa de la reina, una enorme cantidad de objetos preciados
tanto por su valor histórico como material, engalanados por los espacios,
estancias, vitrinas y cuartos altamente decorados que es posible apreciar
siguiendo el recorrido cuidadosamente trazado para disfrute y asombro de
visitantes de todo el mundo. Además de centro turístico internacional, el
Palacio de Windsor destaca por aún servir de sede del gobierno real, lo cual
prohíbe a los visitantes acceder a ciertas alas del enorme conglomerado de
piedra, madera y granito visibles de manera única tras recorrer la escueta
senda que entre cuidados jardines y añosos y alineados árboles, sirve de magna y
coronan un conjunto arquitectónico sin igual. Lejos de la suntuosidad y pompa
de los salones en Windsor, y distintivo también entre el pulcro paisaje de las
ciudades inglesas se halla, a unos pocos kilómetros de la frontera con Gales,
la ribereña ciudad de Bristol. Caracterizada por sus pasajes a ninguna parte,
murales, graffiti, y su sabor bohemio, la ciudad que fuera cuna del arte de
Bansky y la música de Portishead, Tricky y Massive Attack reluce como una
preciada joya de arte urbano y contrastes. Entre sus calles pueden hallarse
tabernas frecuentadas hace siglos por piratas así como piezas de tecnología y
arte moderno sin parangón en otras ciudades británicas. En Bristol la realeza
parece una broma, material para el humor y el arte callejero, materializada en
chicles que, pegados a algún muro ya pintarajeado, sirven de soporte para la
expresión de grafiteros y serigrafistas. Son sus calles en sí mismas un enorme
y colorido telón para levantar consignas de índole políticas o intelectualistas,
que consiguen conducir al debate a sus transeúntes cotidianos, y sin duda
logran sorprender a sus visitantes recurrentes. Caminar junto a Danielle por
las calles de Bristol era caminar con ella por Valpo, escapando de los orines
de los rincones y disfrutando del reflejo de las luces de neón sobre las aguas
que atraviesan la ciudad. En Valparaíso era el océano lo que en Bristol el río
Avon, ribera junto a la cual descansaban cafeterías y barcazas tanto añosas y
modernas. Y si bien en Bristol como en el resto de Inglaterra no era sencillo
hallar algún perro callejero haciendo de las suyas tras alguna esquina, ni
tampoco Valparaíso contaba con la magnificencia de alguna de las edificaciones
de Bristol como el puente que lleva su nombre o la Torre Memorial a Willis; ese
saborcito que ambas ciudades traía a mi memoria al caer la noche me hacía
sentirlas conectadas, enlazadas por algún misterioso hilo atemporal o tal vez
por alguno de los tantos relatos de corsarios que podía escucharse en alguno de
sus bares, tabernas o burdeles. Mirando los profundos ojos de Danielle y
compartiendo una sonrisa recordé las innumerables caminatas por Valparaíso,
hablé de ella y proyecté mis pasos hacia el futuro, hasta cuando tuviera
oportunidad de caminarla nuevamente. Hoy, son los empedrados del puerto los que
me recuerdan las aguas de Bristol, su contraste respecto a Windsor y al resto
de lo que llamamos “inglés”, lejos de la compostura esperada y la limpieza y
uniformidad de sus fachadas, lejos de ese peso monárquico y esa tradición
arrastrada por siglos. Bristol me supo a Valpo y Valpo me sabe a Bristol, a uno
latinoamericano, más caótico y definitivamente, más bello.
River Avon – Bristol
Windsor Castle – Windsor
Fotografía/Photo por/by David Lethei