FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 32 – Song to say goodbye
Elizabeth Fraser
musita las notas de “Another Day” mientras afuera, tras las altas ventanas del
salón de clases, las lluvias de Mayo arrecian con fuerza remeciendo los tejados
del añoso colegio. Miro, a ratos, a los perros chapoteando en las aceras
mientras en los patios del colegio los de Quinto gritan sus nombres a la
lluvia. La pila de pruebas se acumula sobre el escritorio recordándome que aún
va quedando pega pendiente, sin embargo, yo tengo ganas de irme lejos, de
correr hasta otras brumas, las oscuras y húmedas brumas que enverdecen los
campos del sur de Inglaterra. Allá donde mientras pedaleaba por Hampshire
escuchaba las músicas nuevas de “Rhye” y de “Cigarettes after sex”, pensando en
cuan decididamente más fríos eran los otoños, y qué decir los inviernos, en
dichas tierras tan septentrionales. “The Smiths” para las calles de Manchester
y “U2” para las de Belfast, y mientras tanto se colaba “Dead can dance” para
capear los extensos viajes entre Londres y Edimburgo, era “Sting” y “Simply
Red” los que ayudaban camino a Bangor.
Y si ya el ponerle tanto oído a la música en inglés terminaba por agotar
a mi cerebro, bien recibidos eran los cantantes italianos de los 70 los cuales
amenizarían el periplo por tierras tanas entre Venezia y Bari. Voces francesas
y alemanas servirían de aliciente cuando tocaba continuar la travesía, mientras
que un sinfín de voces chilenas y argentinas serviría de remanso para cuando
evocar el hogar. Hay canciones que te transportan, es sabido, no sólo a lugares
sino también a momentos, a segundos, a sabores y tactos. Llovía en Southampton
y tras la ventana se perdía mi mirada mientras escuchaba los versos de “Holden”
y los arpegios de “Enya”, y evocaba besos dejados en casa y caminatas aún por
venir. Porque a veces la intuición también ayuda y con un tanto de imaginación
se puede, gracias a una que otra canción, hasta percibir sensaciones aún en
ciernes. Como cuando caminando por el Itchen Bridge, en un despejado y frío día
de Enero, los acordes de Lennon me llevarían a este instante indefinido y sin
embargo patente junto a esta ventana a
ningún lugar, en un colegio sin nombre y corrigiendo pruebas de alumnos
desconocidos en algún día de este otoño venido a invierno a miles de kilómetros
de ahí. Y es que la música tiene aquello de hacer de los recuerdos, buenos y
malos, una memoria sonora, un extracto poético cantado o musitado por el
viento. Tanto que por las noches, eran los susurros de “Sade” los que me hacían
anticipar noches más rojas y menos solitarias, recordando entre besos más
presentes besos más antiguos. Hoy, mientras apunto la última nota en el libro
de clases me detengo a pensar en esa vieja idea de hacer un compilado de la
propia existencia, como si eso pudiera siquiera ser posible. ¿Cómo compilar,
cómo hacer un único listado de canciones que pueda en forma alguna evidenciar
no sólo los sabores de esos labios italianos y esas sonrisas teutonas, no sólo
las caminatas por Escocia y el asombro parisino, no sólo el ir y venir de un
viaje inolvidable? ¿Cómo hacer patente en un único disco, vinilo, cassette o
listado MP3 el tropel de melodías que ha acompañado nuestras vidas hasta el
hoy, cómo siquiera compilar lo venidero? La música tiene algo indescriptible
que nos habla, directamente, sin mayor intermediario y aún sin que lo deseemos,
y sin embargo su significancia acarrea ese sino que acarreamos todos: la
canción, como este viaje y como el viaje de la vida misma eventualmente se termina, y no
queda más que quedarse musitando, entre fotografías, de todo lo que fue de lo
que reír y llorar, de todo lo por contar y compartir esperando perdure en la
canción de otros, y por supuesto de todo aquello que indefectiblemente nos
acompañará a la tumba, porque la canción de uno a la larga, sólo la puede
cantar uno.
Last day at Alma Road – Southampton
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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