FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 5 – Moving out
Las
varillas perfumadas despiden un agradable aroma a lavanda mientras las pequeñas
flores del Brezo despuntan desde un rincón del escritorio. Son las 7 de la
tarde. Afuera atardece y una leve brisa remece las hojas de los árboles
mientras una ardilla que otra salta de rama en rama. Por fin hay silencio en
Archers Road. Se cumple una semana desde la mudanza desde Primrose Cottage y
por fin las cosas parecen asentarse. Alfonse, amablemente se había ofrecido a
traerme desde los verdes páramos de Allington Lane para instalarme en lo que
sería mi casa los próximos meses. Y al igual que una multitud de otros
estudiantes, me vi llegando ataviado con mi vida a cuestas resumida en los 19
kilos de mochila de viaje y los dos bolsos de mano. Al igual a medias, debo
decirlo, tomando en cuenta que mis nuevos compañeros de residencia llegaban con
sus padres y otros familiares, apertrechados hasta los dientes con cuanto
pudieron traer desde sus casas, venidos desde todos los lugares de Inglaterra
posibles, así como de Grecia, Kenia, China, España, Rumania, India, y otros
cuantos rincones del mundo aún por descubrir. Como un rito conocido, la marea
de muchachos y muchachas que con suerte alcanzaban los veinte años de edad se
instalaba en los dormitorios pre asignados por la Universidad, en los
residenciales dominios de Archers Road – Romero Accommodation Halls. Con ellos,
acarré mis escasas pertenencias hasta el Flat número 14, dormitorio 138; pequeña
habitación con baño privado, amplio escritorio, clóset empotrado, repisa,
cortinas y vista hacia el verde patio trasero del edificio por la módica suma
de 120 libras a la semana. Compartiría una amplia
cocina con Rose, Sasha, Giota, James y otros cuantos muchachos más ansiosos
porque empezara la fiesta, esta nueva vida que se les venía encima con
responsabilidades, independencia de sus padres y la tan preciada
autodeterminación, libertad que ocuparían principalmente en enfiestarse todas
las noches de la llamada “Freshers Week”. Evidentemente para mí el enfoque
sería distinto. Mi realidad como estudiante internacional se asemejaba más a la
de cientos de otros estudiantes venidos de todas partes del mundo, que
repartidos en los numerosos Halls con los que contaba la Universidad como
Bencraft, Mayflower, Glen Eyre, Wessex Lane, entre otros, así como en casas de
arriendo privado en lugares tan disímiles como Portswood o Northam, veníamos a
llevar adelante la promesa de estudiar en el extranjero por un semestre o dos
algunos, y otros durante los cuatro o cinco años de sus respectivas carreras.
La fiesta era una bienvenida para todos evidentemente. Pero como suele ser, no
todos estábamos interesados en ella. Habiendo llegado con las cosas
medianamente listas, traídos de la mano de sus padres, jóvenes y luminosos como
eran, no pasarían un par de horas para que estuvieran todos programando para la
celebración de turno. Mi caso sería diferente. Luego de asumir el cambio que significaba
mudarse de las mañanas brumosas a las ruidosas y del desayuno asegurado a la
incerteza de alimento, había que personalizar el espacio asignado,
aprovisionarse, pensar en los fríos venideros. Pasaría entonces el resto de la
semana recorriendo cuánta tienda hallare que diera aunque fuere indicios de
respetar mi escueta economía; Poundland, donde podrías encontrar todo por una
libra o menos, Ikea, el gigante sueco del retail, Sainsbury´s, Asda, Iceland,
Aldi serían las marcas y lugares que se harían familiares en los días por
venir, lugares donde hallar las ollas, los sartenes, los cubiertos, las
colchas; espacios para encontrar la Nutella a bajo precio, el atún en
promoción, los fideos, el arroz; rincones donde acopiarse de frutas a bajo
precio, jugos exóticos, galletas, pan, lentejas e infusiones para la hora del
té. Un sinfín de productos traídos de todas partes del mundo que invitaban a
ser probados, olidos, descubiertos como una agradable sorpresa, o una inesperada
desilusión. Por todas las céntricas calles que me tocaría caminar encontraría
todo lo necesario para aprovisionar la despensa sin desbancar mis finanzas y de
paso darle un toque internacional al menú personal. Y en el menester de hacer
del rincón 138 un lugar más acogedor, por esas calles y pasajes hallaría,
además del detergente, papel higiénico y otros artículos de aseo de turno, las
sendas varillas perfumadas que me recibirían después de cada jornada en la
Universidad, así como el pequeño macetero con pequeñas hojas y rosadas
florecillas que por 1 libra y 49 le daría a mi espíritu algo de lo
que cuidar y ver brotar en tierras tan lejanas.
Romero Hall of Residence – Southampton
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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