Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

domingo, 26 de marzo de 2017

Fall in Autumn - 25th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 25  Memory

               Cuando se planteó la construcción del Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos de Santiago, cierto revuelo fue levantado por partidos de derecha y/o adherentes al régimen militar impuesto en Chile entre 1973 y 1990. Estos detractores veían con malos ojos la edificación de una entidad como la mencionada, ya que según ellos orientaría la visión histórica solamente hacia un lado político, aquel que llamaba al régimen dictadura y que veía en la anunciada institución a construirse en calle Matucana junto a la añosa y popular Quinta Normal, una forma y un lugar en el que reunir sus testimonios, registros documentales y en sí misma la memoria de todos aquellos hechos desaparecer, torturados o asesinados durante el régimen. En un país como Chile donde la memoria no se preserva, donde los memoriales terminan en urinarios y donde se reducen las horas de Historia en los colegios no es de extrañar este tipo de reacciones, muchísimo menos la desafección de la que dan cuenta sus ciudadanos promedio, ocupados en su quehacer diario y en la ganancia inmediata, al mismo tiempo que distanciados de su pasado por conveniencia o excesivo pragmatismo. Frase cliché sin duda pero no por menos verdadera, un pueblo sin memoria carece de Historia, y sin Historia, sin pasado, no parece inaudito que se sigan cometiendo los mismos errores una y otra vez. Muy lejos de calle Matucana, en las nevadas veredas de la Bernauer Straße en Berlín, el Museo de la Memoria al Muro que dividiera la ciudad por casi 40 años se levanta como un pequeño bastión entre decenas que poblan la capital germana. Incluyendo el punto aduanero más importante entre el lado soviético y el de los aliados, el llamado “Checkpoint Charlie” hoy visita obligada para millones de turistas, el Muro de Berlín es aún visible de manera simbólica, a través del arte, así como de forma tangible a lo largo y ancho de toda la ciudad. Ahí donde los bloques de concreto aún persisten convertidos en lienzo para murales como en la “East Side Gallery”, o como meros resabios aislados de un pasado no tan remoto, se sigue dando cuenta de la dolorosa cicatriz que dividiría al mundo entre dos colores, dos visiones y, más peligrosamente, dos potencias bélicas durante cuarenta años de guerra fría. Lejos del olvido, la capital alemana se levanta en medio de las frías planicies europeas como un enorme Museo de la Memoria, el cual respira y vocifera sobre los primeros asentamientos judíos en Spandau hace más de mil años, su pasado prusiano en el Castillo de Charlottenburg, así como el renovado edificio del Reichstag hoy coronado con una monumental cúpula de vidrio la cual permite el acceso al público de manera gratuita. Junto a él, la Puerta de Brandenburgo sigue recordándonos el paso de las huestes de todas las épocas desde la Columna de la Victoria más allá del Tiergarten en su paso victorioso por la calle del 17 de Junio, junto a la cual se disponen bélicos vestigios del pasado soviético de la capital teutona. Un tanto más allá, siguiendo los pasos del muro, un espacio vacío avisa sobre las instalaciones gubernamentales del Berlín Nazi, un espacio coronado con sendos museos que cultivan la memoria e invitan a la reflexión. Punto aparte para el monumental entramado de concreto que rememora a los judíos asesinados de Europa; una enorme red de pasadizos dibujados por sendos bloques de ennegrecido granito de distintos tamaños y alturas entre los cuales perderse es fácil y sobrecogerse más fácil aún. Incluso donde no hay gris, donde es el color el que reina Berlín invita a la memoria. Antiguos barrios judíos como el Hackesche Höfe o añosos mercados y estaciones de tren, tranvía, U-Bahn y S-Bahn dan cuenta en sus coloridas paredes de esa memoria que a Berlín no parece pesarle como en el caso de la capital chilena, sino muy contrariamente, parece ayudarle a seguir adelante desde un mejor lugar, mejor pensado e implementado. Porque Berlín es memoria y modernidad, caminando de la mano sin aparentes contratiempos. La visitada Postdamer Platz es muestra de ello. Ahí donde hace 25 años el muro se engrandecía y los sitios eriazos daban cuenta del paisaje, hoy se disponen modernos edificios, concurridas tiendas y por supuesto, museos al aire libre donde berlineses, viajeros y turistas pueden entregarse a una pausa en medio de la vorágine cotidiana. Si recordar es vivir, recordar lo malo o lo doloroso se torna esencial en estos tiempos actuales donde todo pareciera apuntar al goce inmediato, a una búsqueda desesperada por evitar lo que nos disgusta o que no queremos ver y que sin embargo es parte de la vida que hemos escogido y de cuyas consecuencias no podemos permitirnos quedar al margen. Nos guste o no, parecemos aprender cayéndonos. Es de esperar que luego de tantas caídas podamos aprender no sólo de las propias sino también de las ajenas y logremos, una vez recogida, comprendida y aceptada la Historia que nos ha hecho lo que somos, finalmente avanzar.




Bernauer Straße – Berlin

Fotografía/Photo por/by David Lethei

domingo, 19 de marzo de 2017

Fall in Autumn - 24th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 24  Red lights

               La chica toca la puerta de cristal para llamar la atención de los curiosos transeúntes. Maquillada con sutileza, expone sus pechos tras la vitrina y un ajustado conjunto rojo de medias ligas le adorna las piernas más largas que el olvido. Si pasas atento y te animas, te acercas a hacer el trato, llegas a acuerdo, te abre la puerta y pasas. Adentro, un piso alargado sirve de reposo a sus nalgas luego de horas de pie. Se atisba una cortina, un lavabo pequeño y una cama tras la tela. Algunas cuentan con un espacio en el segundo piso, al cual se accede por una estrecha escalera, que tras cancelar una buena cantidad de euros te ofrece lo que incluya el paquete por un tiempo acotado, la versión más hardcore de Ámsterdam o la más delicada, todo dependiendo del precio.
Junto con los tulipanes, los canales y su barrio rojo, lo que más caracteriza a la capital de Holanda son las bicicletas. Estacionadas, colgadas, adornadas, apuradas, pasan llevando a sus usuarios a sus destinos dentro de la fragmentada geografía de la ciudad. En concéntricos anillos los canales de Ámsterdam permiten a aquel que cuente con transporte marítimo atravesar la ciudad de punta a cabo desde la Casa-Museo de Ana Frank por el noroeste hasta el Zoológico por el sureste, y si no es por los canales, sendas ciclovías se disponen por toda la urbe en un entramado planificado y pensado para peatones y ciclistas. Perdido entre sus pasajes, y guardando el cuidado suficiente como para no verse atropellado por alguna bicicleta disparada, uno puedo hallarse de pronto en medio del Bloemenmarkt, un extenso mercado de flores, suvenires, y artículos de jardinería dispuesto junto a uno de los cursos de agua más importantes de la ciudad. Allí, entre tiendas adornadas con quesos de todos los tamaños, colores y formas, y entre vitrinas luciendo los pintorescos zuecos de madera propios de la campiña,  los bulbos florecen y un millar de semillas se disponen a la venta en pos de mantener la tradición floral holandesa. En la misma línea, y junto con los famosos molinos holandeses, el arte de la cerámica pintada en azul es otra de las tradiciones propias de las bajas tierras europeas, cerámica que se puede encontrar en la más amplia gama de formatos y precios para aquellos que quieran llevarse un pedacito de Holanda para empotrar en alguna pared de sus casas. Más allá del distrito culinario se halla el Rembrandtplein, el Rijksmuseum y el Museo a Van Gogh, todo un espacio dedicado a las artes y a los referentes pictóricos que han hecho de Holanda un país internacionalmente conocido por algo más que por ser sede de La Haya y por su capital Ámsterdam. Paraíso de la libertad y el libertinaje, esta última debe también su fama a la facilidad con la que es posible acceder a drogas de diverso calibre y a lo regulado de su industria sexual. Emplazado entre varias iglesias, el Redlight District supone un barrio que hace lucir los sex shops de Pigalle en Paris como un esfuerzo amateur. El Museo del Sexo, el Museo Erótico y el Museo de la Marihuana son sólo algunas de las interesantes atracciones con las que cuenta el distrito, donde tanto viajeros como turistas se entregan a las indulgencias que promueve tanto la curiosidad como el apetito. Teatros con sexo en vivo así como una rica y variada oferta sexual puede ser disfrutada por unos cuantos euros en un barrio donde todo está rigurosamente regulado y vigilado, y que sin embargo brinda al visitante la ilusión de lo prohibido ofrecido a simple vista. Sendas farolas de rojo neón alertan a los paseantes de donde hallar a los maniquíes vivientes que tras vitrinas de cristal ofrecerán sus servicios sexuales desde media tarde en adelante, llegando a su peak ya caída la noche cuando los rojos centinelas encendidos por doquier le agregan aún más belleza a la ciudad al ser reflejados en las aguas de los canales. Latinas, africanas, asiáticas, transgénero, nórdicas y cuanto pueda esperarse en cuanto a la diversidad de lo ofrecido, incluido un par de puertas donde son hombres los que ofrecen sus servicios, puede encontrarse con facilidad a unos cuantos pasos de la Amsterdam-Zentraal, la estación de trenes que recibe los pasajeros de todas las líneas de metro de la ciudad así como trenes internacionales que tras pasar por Duivendrecht alimentan a la capital holandesa con viajeros y turistas de todas las latitudes en busca de los deleites diurnos y nocturnos que tiene para ofrecer.
La chica se mantiene impávida mientras otras miran a los transeúntes con ardor. Mientras otras se acicalan, revisan su maquillaje o entablan trato con algún transeúnte interesado, la chica mantiene la mirada perdida. Es sabido que si a algún transeúnte le interesa lo que ve irá hasta la puerta y solicitará un trato. Si al revés, es la chica la interesada, será ella quien toque el cristal desde su lado en pos de llamar tu atención y atraerte hacia ella. La chica, maquillada con sutileza, expone sus pechos tras la vitrina y un ajustado conjunto rojo de medias ligas le adorna las piernas mientras las separa un tanto proponiendo algo más sin decir palabra. La chica te mira, te abre la puerta y pasas.



Redlight District – Ámsterdam

Fotografía/Photo por/by David Lethei

sábado, 11 de marzo de 2017

Fall in Autumn - 23rd entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season


entry 23  Somewhere in Europe

               Estación Central. Avenida Matta. Patronato y Cal y Canto. Los barrios del Santiago antiguo perduran a pesar de los intentos de renovación, saneamiento y traslado que han debido enfrentar a través de los años, así como el estigma permanente de su baja ralea y aún peor seguridad y condiciones higiénicas. Basura acumulándose en los rincones, orines, perros vagos escudriñando entre improvisados puestos comerciales junto a las esquinas, los cuales, junto con entorpecer el libre tránsito de peatones y ciclistas, le dan vida y sabor a los cruces del Santiago antiguo. Lejos, hacia el oriente, la capital chilena luce otro rostro, uno limpio y ordenado donde los edificios de más moderna arquitectura se alzan al cielo pretendiendo parecerse a los rascacielos de latitudes occidentales menos periféricas, donde la globalización es un hecho real y tangible y no un mero artefacto teórico del que hablar por televisión. Ahí donde se emplaza la torre más alta de Sudamérica, donde las extensiones de verde son abundantes y el planeamiento urbano parece seguir cierta racionalidad, Santiago se pretende como un ejemplo de modernidad, una copia provinciana de ciudades de vanguardia donde se hace vista gorda a lo que respira en los distritos aledaños, donde la marginalidad es parte del paisaje junto con las sopaipillas y el mote con huesillo. Particularmente similar, Bruselas, capital de Bélgica y sede del Parlamento Europeo, se extiende como un pequeño enclave entre París y Ámsterdam, sitios de alta carga turística junto a los cuales la capital belga parece un pequeño reducto urbano, una parada intermedia, un mero lugar de paso. Diametralmente opuesta entre norte y sur, la parte meridional de la ciudad abunda en rincones mugrosos y rayados en las paredes, dispersos entre una miríada de puestos comerciales de comida extranjera y artículos de bajo costo, mientras que hacia el norte, una vez atravesado el centro histórico y siguiendo el curso del río, las líneas urbanas se tornan rectas, los pasajes desaparecen así como la basura y los grafiti, dando paso a grandes estructuras en vidrio y metal, esculturas contemporáneas, bulevares y neones. A pesar de esta abierta similitud entre las dos ciudades, la capital de Bélgica cuenta con hitos de carácter monumental de los cuales Santiago adolece. El Arco del Cinquentenario, con acceso gratuito a diferencia de su par parisino y dispuesto hacia el este de la ciudad se alza como un hermoso conjunto arquitectónico común entre las ciudades europeas, y que le da a Bruselas un carácter de magnificencia que hace inclinar la balanza entre las dispares realidades visibles entre el norte y el sur de la ciudad, hacia una apreciación de la misma a la altura de su lugar en el conjunto europeo. Igualmente, el Palais de Justice, el Palais des Expositions y el Atomium hacia el oeste de la ciudad, destacan como grandilocuentes ejemplos de una ciudad caracterizada por sus coloridas y angostas casas céntricas de dos plantas, dispuestas una junto a la otra vendiendo waffles, cervezas y los mundialmente conocidos chocolates belgas. En algún lugar de Europa, entre la pulcritud berlinesa y las playas mediterráneas, entre los café parisinos, la cordialidad inglesa y las nieves suizas se emplaza un lugar donde una lengua romance casi extinta como el flamenco persiste y sus condiciones de vida, con sus barrios dispares, su simpleza urbanística y la naturalidad de su gente me hicieron sentir en algún punto entre calle San Diego y Agustinas, en el corazón de Santiago de Chile, donde la fealdad y la belleza caminan de la mano, donde los murales se confunden con garabatos y viceversa, y las avenidas son reducidas a callecitas sin aviso ni mucho planeamiento, y donde la gente se mueve entre el gris y el color. Chile, a nivel macroeconómico se parece muchísimo a Bélgica. Una economía pequeña en constante expansión donde el turismo parece ser el norte más seguro para invertir como industria en el futuro, donde los barrios son dramáticamente desiguales en su forma y su fondo, y donde la inmigración va en aumento con sus riquezas y desafíos. Afortunada o desafortunadamente, sólo el tiempo dirá, la gran diferencia (o la más importante) entre ambas naciones estriba en que su capital Bruselas está anclada al corazón de Europa, y sus poderosos vecinos la consideran lo suficientemente neutral como para disponer de la sede de la Unión Europea entre sus calles y tiendas; Santiago en otro tanto, vilipendiada y desdeñada por más de alguna nación vecina, sigue siendo un reducto occidental camino al fin del mundo. Allá donde lo internacional se consume por televisión y el turismo no pasa de ser un ejercicio digital, la sureña capital aislada entre desierto y cordillera, océano y Antártida, se sigue pretendiendo como un híbrido entre el sueño americano y el ejemplo europeo de modernidad y tradición, mintiéndose a sí misma mientras perdura incapaz de verse al espejo y reconocer y aceptar sus diferencias. Santiago, donde hay barrios en los cuales parece uno estar caminando por algún lugar de Europa hasta que un conductor impertinente nos recuerda que por las calles chilenas hay que andar con cuidado; Bruselas, donde más de algún rincón parece capital sudamericana hasta que nos da por probar un chocolate y su sabor nos recuerda que han sido ellos los que han refinado la técnica sobre un producto originario de las Américas, y que sin embargo nos venden y compramos con gusto, como el cobre, el tabaco y cuantas cosas más.



Atomium – Brussels

Fotografía/Photo por/by David Lethei