FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 23 – Somewhere in Europe
Estación Central.
Avenida Matta. Patronato y Cal y Canto. Los barrios del Santiago antiguo
perduran a pesar de los intentos de renovación, saneamiento y traslado que han
debido enfrentar a través de los años, así como el estigma permanente de su
baja ralea y aún peor seguridad y condiciones higiénicas. Basura acumulándose
en los rincones, orines, perros vagos escudriñando entre improvisados puestos
comerciales junto a las esquinas, los cuales, junto con entorpecer el libre
tránsito de peatones y ciclistas, le dan vida y sabor a los cruces del Santiago
antiguo. Lejos, hacia el oriente, la capital chilena luce otro rostro, uno
limpio y ordenado donde los edificios de más moderna arquitectura se alzan al
cielo pretendiendo parecerse a los rascacielos de latitudes occidentales menos
periféricas, donde la globalización es un hecho real y tangible y no un mero
artefacto teórico del que hablar por televisión. Ahí donde se emplaza la torre
más alta de Sudamérica, donde las extensiones de verde son abundantes y el
planeamiento urbano parece seguir cierta racionalidad, Santiago se pretende
como un ejemplo de modernidad, una copia provinciana de ciudades de vanguardia
donde se hace vista gorda a lo que respira en los distritos aledaños, donde la
marginalidad es parte del paisaje junto con las sopaipillas y el mote con
huesillo. Particularmente similar, Bruselas, capital de Bélgica y sede del
Parlamento Europeo, se extiende como un pequeño enclave entre París y
Ámsterdam, sitios de alta carga turística junto a los cuales la capital belga
parece un pequeño reducto urbano, una parada intermedia, un mero lugar de paso.
Diametralmente opuesta entre norte y sur, la parte meridional de la ciudad abunda
en rincones mugrosos y rayados en las paredes, dispersos entre una miríada de
puestos comerciales de comida extranjera y artículos de bajo costo, mientras
que hacia el norte, una vez atravesado el centro histórico y siguiendo el curso
del río, las líneas urbanas se tornan rectas, los pasajes desaparecen así como
la basura y los grafiti, dando paso a grandes estructuras en vidrio y metal,
esculturas contemporáneas, bulevares y neones. A pesar de esta abierta similitud
entre las dos ciudades, la capital de Bélgica cuenta con hitos de carácter
monumental de los cuales Santiago adolece. El Arco del Cinquentenario, con
acceso gratuito a diferencia de su par parisino y dispuesto hacia el este de la
ciudad se alza como un hermoso conjunto arquitectónico común entre las ciudades
europeas, y que le da a Bruselas un carácter de magnificencia que hace inclinar
la balanza entre las dispares realidades visibles entre el norte y el sur de la
ciudad, hacia una apreciación de la misma a la altura de su lugar en el
conjunto europeo. Igualmente, el Palais de Justice, el Palais des Expositions y
el Atomium hacia el oeste de la ciudad, destacan como grandilocuentes ejemplos
de una ciudad caracterizada por sus coloridas y angostas casas céntricas de dos
plantas, dispuestas una junto a la otra vendiendo waffles, cervezas y los
mundialmente conocidos chocolates belgas. En algún lugar de Europa, entre la
pulcritud berlinesa y las playas mediterráneas, entre los café parisinos, la
cordialidad inglesa y las nieves suizas se emplaza un lugar donde una lengua
romance casi extinta como el flamenco persiste y sus condiciones de vida, con
sus barrios dispares, su simpleza urbanística y la naturalidad de su gente me
hicieron sentir en algún punto entre calle San Diego y Agustinas, en el corazón
de Santiago de Chile, donde la fealdad y la belleza caminan de la mano, donde
los murales se confunden con garabatos y viceversa, y las avenidas son
reducidas a callecitas sin aviso ni mucho planeamiento, y donde la gente se
mueve entre el gris y el color. Chile, a nivel macroeconómico se parece
muchísimo a Bélgica. Una economía pequeña en constante expansión donde el
turismo parece ser el norte más seguro para invertir como industria en el
futuro, donde los barrios son dramáticamente desiguales en su forma y su fondo,
y donde la inmigración va en aumento con sus riquezas y desafíos. Afortunada o
desafortunadamente, sólo el tiempo dirá, la gran diferencia (o la más
importante) entre ambas naciones estriba en que su capital Bruselas está
anclada al corazón de Europa, y sus poderosos vecinos la consideran lo
suficientemente neutral como para disponer de la sede de la Unión Europea entre
sus calles y tiendas; Santiago en otro tanto, vilipendiada y desdeñada por más
de alguna nación vecina, sigue siendo un reducto occidental camino al fin del
mundo. Allá donde lo internacional se consume por televisión y el turismo no
pasa de ser un ejercicio digital, la sureña capital aislada entre desierto y
cordillera, océano y Antártida, se sigue pretendiendo como un híbrido entre el
sueño americano y el ejemplo europeo de modernidad y tradición, mintiéndose a
sí misma mientras perdura incapaz de verse al espejo y reconocer y aceptar sus
diferencias. Santiago, donde hay barrios en los cuales parece uno estar
caminando por algún lugar de Europa hasta que un conductor impertinente nos
recuerda que por las calles chilenas hay que andar con cuidado; Bruselas, donde
más de algún rincón parece capital sudamericana hasta que nos da por probar un
chocolate y su sabor nos recuerda que han sido ellos los que han refinado la
técnica sobre un producto originario de las Américas, y que sin embargo nos
venden y compramos con gusto, como el cobre, el tabaco y cuantas cosas más.
Atomium – Brussels
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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