FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 10 – Islands
La embarcación se movía lentamente abriéndose paso entre las aguas que
separaban la isla del continente. La misma intensa lluvia que nos había
encontrado en lo más alto de la Isle of Wight hacía tan sólo un par de horas,
ahora arreciaba sobre la cubierta del ferry que nos llevaría de vuelta al
muelle de Lymington, desde dónde habíamos zarpado hacia la isla cuando apenas
despuntaba el sol. Había sido un largo día de subidas y bajadas, siguiendo los
senderos que recorren la costa oeste de aquel enorme pedazo de tierra que sirve
de barrera contra los vientos del Atlántico. Los alrededor de 50 caminantes que
conformábamos el grupo habíamos, cada uno a su particular ritmo, logrado
caminar durante las siete horas que requería la ruta trazada por los guías. Una
ruta que nos llevaría desde Yarmouth, siguiendo las orillas del Solent y atravesando
bosques, subiendo colinas y circundando bahía tras bahía, hasta regresar al
punto de origen a la hora en que se pone el sol. A 11 mil y tantos kilómetros
de distancia de allí, y 150 días antes de la travesía a través del Solent, los
fríos vientos del canal de Chacao me
daban la bienvenida a Chiloé. Habiendo viajado las 13 horas que toma la ruta
Santiago-Puerto Montt en bus, y luego de abordar el transbordador en Pargua,
finalmente estábamos cruzando en pos de nuestro destino final, Castro. Enormes
masas de grises nubes se abrían a ratos dejando pasar sendos y tímidos rayos de
sol que no calentaban a nadie. Con las orejas y las manos frías, pasaba revista
en mi memoria a la innumerable riqueza vegetal que había hallado en los bosques
de Valdivia, los de Temuco y en todos los secretos rincones que guarda el seno
de Reloncaví. Así también a la calidad y calidez de su gente, al aroma de sus
preparaciones, el ritmo de su hablar. Ha de haber algo especial en aquello. La
gente en la Isle of Wight es distinta a aquellos de la Mainland. Los chilotes
son distintos de los chilenos continentales. Los británicos son distintos del
resto de los europeos. ¿Qué habrá en esto de ser isleño, que forma el carácter,
el tono y el trato de manera tan particular? El acto cotidiano de cruzar tal
vez. Ese acto casi místico que implica el zarpar, partir de la seguridad que
brinda la tierra para aventurarse a cruzar los canales en busca del hogar; la
isla, la sensación de refugio que brinda un aislamiento voluntario, el recelo
de lo privado, lo secreto, el tesoro en el corazón de una tierra que pareciese
destinada a zarpar un día, para internarse en las profundidades de un horizonte
aún por descubrir. Los que han cruzado hacia la isla saben de los cuarenta
minutos de prístino azul, de los nubarrones lejanos y de esa sensación a fin de
mundo que acompaña al Chile austral donde fuere que uno vaya. Las abundantes
masas de agua que desembocan en el Pacífico y que sólo pueden hallarse más allá
de la zona huasa, donde la distancia y el frío permiten la acumulación del
vital recurso, que cae como un regalo por doquier inervando los campos, las
verdes extensiones que cobijan los misterios de una isla perdida en una suerte
de deriva mitológica. Cruzar a Chiloé y visitarlo no es sólo un acto romántico,
la culminación de todo viaje por el centro-sur de Chile para cualquier viajero
que se precie de tal, es también hacerse parte de su mesa, su tradición e
historia, su gente y su música. Arrayán, Tepa, Canelo y Laurel extienden sus
raíces por los húmedos senderos que conforman la isla, aromatizando con sus
hojas las pisadas de los incansables viajeros en busca de los más insondables
parajes. Así también lo hacen los morales silvestres, penetrando tierra adentro
a la espera de la recolección anual para la preparación de mermeladas. El
viento, el frío y el verdor que corona los misterios de la Isla de los Brujos
en el confín del mundo, allá donde aún permanecen algunas reliquias de la
conquista española como los fuertes de San Antonio y San Carlos en Ancud. Estas
vistas, esos sabores y aromas eran los que me acompañarían mientras dejaba mis
pisadas en pos de contemplar Fort Albert desde la distancia. Las bahías
australes en relación a las que tenía ante mí: Alum, Colwell y Totland Bay. El
laurel creciendo junto a los caminos así como las negras moras en Inglaterra
denominadas blackberries pero que con las cuales prepararían exquisitas
mermeladas que me evocarían el sur del mundo. Llenarían nuestras retinas así
como nuestras cámaras fotográficas las escarpadas y blancas paredes que dan
forma a The Needles, así como las enormes formaciones rocosas en Freshwater Bay.
Recorrer la Isle of Wight, a campo traviesa, siguiendo la ruta del río Yar
hasta su desembocadura, expuestos al incierto clima de Inglaterra y a las
bandadas de aves que coronarían un espectáculo visual que nos acompañaría a
casa mientras estirábamos las piernas en el cruce de regreso. Teníamos aún la
poderosa fuerza del viento y la lluvia impregnadas en los huesos de cuando
habíamos alcanzado el Tennyson Monument, en las alturas de la Isle of Wight,
ahí donde se puede apreciar el Solent y el Atlántico en una sola mirada.
Fotografía/Photo por/by David Lethei
Alum Bay – Isle of Wight
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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