FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 9 – Goal!
El Gary corre. El Gary corre como si le pagaran millones por hacerlo.
Temprano en la mañana había
tenido que hacer mi primera presentación grupal sobre el fascinante tema del
Constructivismo social. Mientras canalizaba mis esfuerzos en hacerme entender,
sobre todo considerando lo intangible de la materia en cuestión, pensaba en el
nerviosismo de las chicas que me acompañaban, arrojadas de improviso a la
inédita experiencia de exponerse ante una audiencia de nivel universitario.
Habíamos estado preparando la presentación durante varias jornadas, mas aún así
los nervios en la cara de Beth eran evidentes. Jessica apretaba los dientes
mientras Yifan perseguía una sombra en el techo y Rosalie trataba de llamar su
atención. Mila miraba con detenimiento sus tarjetas. No quería cometer errores
y hacía un esfuerzo adicional por hacerse entender en una lengua que no era la
de ella. A veces miraba de reojo. El marcador decía 0-0 en tanto los Saints de
Southampton, el equipo local, trataban de hacer frente a la arremetida del
Inter. La pelota, rápida y liviana, se perdía de tanto en tanto en las tribunas
a lo que el partido se detenía a la espera de que fuera devuelta. Y era
devuelta. El equipo local, venido a menos en las últimas décadas, vestía la
albirroja característica, mismos tonos que adornaban el estadio de punta a
punta, atiborrado de fanáticos de todas las edades portando sus bufandas
bicolores y sus banderines. El olor a salchicha, tocino y otras especias se
paseaba a ratos y se entremezclaba con el agradable perfume de una de las
asistentes. Las más enérgicas sin duda, mujeres en los cincuenta y tantos; un
buen número de personas en lo que podríamos catalogar como tercera edad
mientras otro tanto repartido entre un amplio rango de edades adultas. Falla en la defensa. Gol
del Inter. La multitud se desarma por un breve instante para luego recomponerse
con más bríos y entusiasmo. Cantan, corean los himnos de la barra local, y no
hay un punto además del verde campo en el que no se agite una banderola
albirroja. Penal. Silencio en el estadio luego, júbilo. Tras un par de
escaramuzas entre los equipos rivales, el pateador designado se planta ante el
balón. Un minuto para el fin de la primera mitad. Esta es la oportunidad de
empatarlo. La masa expectante agita sus puños a la espera de una celebración
segura. Horror. El arquero contrario desvía el balón y el equipo local se va al
descanso en desventaja. Los rostros iluminados del resto de la clase se
estremecen, hacen gestos, muecas, por fin han entendido de que se trata la
teoría, por fin se puede atisbar en sus miradas la chispa del entendimiento.
Luego de la presentación, Hassan se acerca y me ofrece las entradas. Primer
partido de mi vida en un estadio. Southampton, frío, noche, multitud
enardecida, vítores, comienza el segundo tiempo. Cambio de lado y de pronto me
surge un extraño sentimiento de camaradería patriótica. Quiero apoyar al local
pero el Pitbull está ahí, mordiendo a sus oponentes a unos cuantos metros de
distancia. Me lo imagino ganando las Copas por tanto añoradas. Me lo imagino
corriendo por algún peladero en Conchalí, no muy lejos de las calles de las que
yo vengo. Me lo imagino chuteando piedras, latas, pelotas gastadas, jugando con
los del barrio. Me lo imagino cuando de pronto explota la alegría. Southampton
acaba de empatar y el estadio se viene abajo. Jamás habiendo sido un futbolero,
ni muchísimo menos un devoto de algún equipo local, lo único que me hubiese
gustado ir a ver alguna vez sería a la Selección Nacional. De hecho muchas
veces consideré debutar en la experiencia yendo a ver a la Roja de todos como
le llaman los marketeros. Sin embargo, con el frío en los huesos y rodeado de
entusiastas sajones me vi enfrentado por primera vez al rito de ver a una tropa
de atletas detrás de un balón, y a nosotros siguiendo la misma con la mirada
ansiosa. Faltan 5, sacan a Gary tras recibir amarilla y la gente se pregunta
por qué su equipo no ataca y más bien prefiere jugar de media cancha hacia
atrás. La pelota vuelve a las gradas y de ahí, de vuelta a la cancha. No hay
rejas ni vallas de contención para con el público. Los niños con sus padres se
escabullen de tanto en tanto para ir por más comida. La efervescencia aumenta.
Se oyen las quejas contra el árbitro. El balón se escabulle entre una maraña
de piernas y estamos todos casi de pie. No sabemos si sentarnos o no mientras
la jugada se apresura en llegar a portería. Disparo directo al arco pero el
arquero la desvía al travesaño. Rebote. Otro más, y otra vez pero en el rostro.
Un jugador caído. Los puños se aprietan, el partido se acaba, el Gary mira
atento desde la banca, el grito se ahoga, el grito ensordecedor que se
escuchase hace media hora. La pelota renuncia a entrar, se rehúsa, da de
costado, entra. La audiencia aplaude. Al terminar la exposición nos felicitan no sólo por el
contenido de la misma, sino también por la forma, por el estilo personal de
presentación que habíamos ofrecido. Hassan me recuerda que me esperará a las
7:15 junto a The Avenue. El reciente cambio de horario hace a la noche y al
frío más patente. Gol. La cuenta termina 2 a 1 y los equipos se despiden
respetuosamente a pesar de los encontrones. El Pitbull sigue corriendo, pero
esta vez al camarín, se me hace que le vino el hambre. A mí igual y aún queda
volver a casa.
St. Mary´s Stadium – Southampton
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
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