FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 15 – Paris
Cuando te hablan de París,
te hablan de romance, de moda o de cafés. Ya sea la televisión, la prensa o las
películas, los medios se han ocupado en instalarnos una visión de la llamada “ciudad
luz” que no sólo vende por sí misma sino que mantiene vivo el mito del
destino europeo por excelencia. Por supuesto, están los sobrevendidos hitos de
la ciudad como la Tour Eiffel, el Arc de Triomphe y el Musée
du Louvre, destinos infaltables para cualquiera que se precie de haber
visitado la populosa capital francesa, así como otros para gustos más específicos
como darse una vuelta por las tiendas de artículos eróticos en el barrio de
Pigalle, precisamente donde el famoso Moulin Rouge sigue moviendo sus aspas al
ritmo del jadeo, o internarse en los laberinticos túneles de las catacumbas
bajo la ciudad, los cuales aun sirven de albergue para alrededor de 6 millones
de cadáveres algunos de unos 300 años de antigüedad. Con todo y su pasado monárquico, evidenciado en
el Jardin des Tuileries con
sus cuidados diseños y sus esculturas al aire libre; revolucionario con la Place
de la Bastille aun en pie recordando el rodar de cabezas reales tras la gran
revuelta de 1789; imperial con la presencia de Napoleón I y su aspiración neoclásica
en pos de hacer de Paris una “nueva Roma”; y moderno con sus coloridos establecimientos
junto al rio Sena y los puentes de metal que interconectan la ciudad permitiéndonos
cruzar sobre él según antojo de turista y residente, Paris a mi entender se
evidencia mejor precisamente donde los mapas no detallan, es decir en sus
suburbios. Cercanos a las Puertas que flanquean y dan acceso al anillo interno
de la ciudad, sendos barrios se distinguen por valía propia, permitiendo al
viajero saborear un Paris que va más allá de los ridículamente ostentosos escaparates
de Champs-Élysées o del inflado valor que conlleva acceder a las
ya archiconocidas atracciones. En los peldaños de Monmartre, ahí donde te
ofrecen pulseritas a los pies de Sacré -Cœur, o a la vuelta de la manzana, donde pintores,
artesanos, músicos y malabaristas conforman su propio bulevar de las artes;
puede uno hallarse escuchando “La vie en Rose” en algún añejo acordeón mientras
cocineros musulmanes ofrecen sus productos entre los que se cuentan cabezas de
cordero asadas por unos cuantos euros. Más allá, tras haber pasado las ferias
libres en Belleville te puedes hallar los puestos con mariscos y pescados
frescos en plena calle, los aromas de las frutas, el vino caliente y las castañas
tostadas que desde un carrito de supermercado algún improvisado vendedor vocea haciéndole
el quite a la policía. En la misma huida se encuentran a veces con los
vendedores de suvenires no autorizados los que te ofrecen cinco llaveritos de
la torre Eiffel por un euro, o con las chicas que en grupo andan recolectando
firmas (y euros) por las esquinas de Paris según dicen para causas sociales.
Quesos, de todos los colores, tamaños y aromas se entremezclan con las especias
y los panini que por 4 euros te puede sacar del hambre imperiosa luego de horas
de caminata sin descanso. Y mientras comes puedes alzar la vista y apreciar las
barcazas pasando por el Sena cargadas de turistas reclinados en sus asientos
como casi vislumbrando una película sobre Paris desde la comodidad de sus
butacas. Están las chicas que te ofrecen crêpes y las innumerables panaderías y
cafés dispuestos por todo Paris junto a emporios de flores, recuerdos y libros.
Los parisinos leen, quepa mencionarlo. Leen cuanto pillan y no dudan en
gastarse unas monedas en cuanto les despierte el apetito lector o el digestivo
si así fuera el caso. Una ciudad cargada de aromas, a perfumes y a platos recién
servidos, a flores recién cortadas, a arte urbano, en su arquitectura, su baja
escala y la profusa distribución de esculturas neoclásicas y modernas. Y
mientras te pilla leyendo alguna sirena policial, yendo por Montparnasse, Ivry
o Notre-Dame, piensas en la cantidad de asiáticos y africanos que han hecho de
este sitio lo que los indios han hecho en Londres, un nuevo hogar muy lejos de
casa mas con un idioma común con el cual echar raíces. Así te encuentras al
parisino medio, sea cual fuere su procedencia, atestando las 14 líneas del
Metro, atiborrando las calles con sus vehículos eléctricos (los cuales cuentan
con cargadores en las aceras), sus motonetas de tres ruedas (dos delanteras y
con capó), monociclos automáticos, monopatines modernos y por supuesto,
bicicletas. El parisino medio ha encontrado la manera de desplazarse de manera
racional en una ciudad donde los automóviles no son la prioridad sino que el
transporte público, o bien privado en cualquiera de las modalidades ya
mencionadas. Y el que camina, camina como si la vereda le perteneciese por completo.
A diferencia del británico medio el cual pedirá disculpas por cualquier leve
roce que involuntariamente pudiere ocurrir al caminar, al parisino pareciera
importarle un carajo si es que te ha chocado al pasar, y sin embargo al entrar
a un lugar es el primero en saludarte. En su idioma, como corresponde, porque
hay que destacar que en Francia se habla francés, y punto. Con todo, Paris no
me sabe a romance. O por lo menos no especialmente en relación a otras ciudades
donde claramente, de estar acompañado, hasta el parque más estéril pudiere
parecernos idílico. Sin embargo su belleza sobrepasa lo meramente estético, histórico
y publicitario. Paris es bello porque es interminable, inabordable, inasible.
Habita en sus recetas, sus charlas a media tarde, sus pâté y sus curtidos.
Bulle de entre sus rincones como las promesas guardadas en los candados que
atestan el Pont Neuf. Germina en el verdor de sus jardines, sus infatigables galerías,
teatros y museos; así como fluye en sus lagunas y arboledas, en Bois de Vincennes
o Bois de Boulogne, allá donde las prostitutas ofrecen sus servicios al caer la
noche. Paris es luz sin duda. No necesariamente de neón (que dicho sea de paso
abunda para hermosear, no para saturar), sino la luz de la Ilustración, aquel
movimiento cultural e intelectual que abogase por la emancipación del individuo
a través de la educación del mismo y en
pro del bien común. Paris es luz y el romance, si es que lo hay, probablemente habite entre las piernas de
alguna cortesana parisina entregada al disfrute como en los tiempos de la Belle epoque, o tal vez en alguna de las incontables patisseries que
esconden los pasajes lejos del centro, rincones atendidos por sus dueños quienes,
particularmente en pareja, se esmeran en invitar al viajero a probar el romance
que ellos bien saben cocinar.
Rivière
Seine from Tour Eiffel – Paris
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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