FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 21 – Blue Poppies
En
Inglaterra, a modo conmemorativo y no por ello no controversial, se suele
conmemorar a los caídos en batalla con corolarios de rojas flores artificiales
que la gente suele llevar en la forma de prendedores, colleras y otros
ornamentos además de hacer llegar pequeñas coronas a las tumbas, memoriales y
esquinas que rememoren a los valientes soldados perdidos. Estas rojas
escarapelas, también conocidas como “red poppies”, sirven de testimonio de la
memoria viva entre los ingleses de lo que ha significado el sacrificio de
tantos hijos de origen británico. Generaciones enteras perdidas en el fragor de
los campos de batalla que tiñesen de rojo las Europas durante al menos
cincuenta años. Si bien una tradición igualmente viva y respetada en Southampton donde los
mausoleos de guerra abundan en los mencionados motivos carmín, la generación
que más le duele a las calles de Soton no yace precisamente en tierras germanas
ni galas, sino en las gélidas profundidades del Atlántico Norte. Faltando 20
minutos para la medianoche del 14 de Abril de 1912, el así llamado “inhundible”
RMS Titanic impactaba con un iceberg de grandes dimensiones que lo haría,
rotura del casco mediante, partirse primero dramáticamente en dos mitades, para
luego hundirse a las profundidades de las congeladas aguas septentrionales.
1513 personas, de un total que apenas superaba las 2200 entre tripulantes y
pasajeros, perecería por ahogamiento o hipotermia durante las tres horas que
duraría el hundimiento o en las posteriores, a la espera del barco que los
rescataría. Si bien construido en los muelles de Belfast, la lujosa mole
metálica había zarpado en su viaje inaugural, como era costumbre, desde las
aguas del Solent, ahí donde el puerto de Southampton ha echado mano a la
abundante mano de obra proveniente de sus barrios más típicos. Northam,
Shirley, Chapel, habían contribuido con padres de familia, hermanos e hijos que
desempeñarían labores de cargadores de carbón, cocineros, meseros, personal de
cubierta, entre muchos otros; así también muchísimas mujeres habían sido
arrancadas de las calles familiares por la precariedad económica, la cual les
haría postular y agradecer un cupo en los grandes salones del famoso buque como
camarera, personal de aseo o costurera. Además de la tripulación, una buena
cantidad de los flamantes pasajeros de primera, segunda y tercera clase
provenían de las veredas de Southamtpon, una ciudad que seguiría esperando el
retorno de sus muchísimos y muchísimas hijos e hijas arrojadas por el
infortunio a las oscuras aguas y en medio de la noche. Menos de un cuarto de
aquellos que partieren de todos los rincones de la ciudad en busca de oportunidades
en el mar o simplemente por placer, lograría retornar a Soton semanas más
tarde. Desde la mañana siguiente aguardarían sus familias por alguna noticia
que pudiere brindar algo de esperanza para con los desaparecidos en alta mar.
Dicho anhelo, dicha espera interminable, se iría mar adentro a medida que las
noticias del naufragio llegaren a oídos de los habitantes del pueblo quienes,
con una herida que acarrean hasta hoy, se vieron en la obligación de identificar
los cuerpos que fuere posible rescatar, o brindar descanso a aquellos
desaparecidos en las profundidades para siempre. Hoy, un museo hace lo mejor
posible por resguardar la memoria de aquellos hijos e hijas que nunca
regresaron a las calles que les vieren nacer. Los linajes familiares acarrean
una sombra, una foto sin rostro, una tumba sin tierra. Una huella indeleble que
puede apreciarse como una miríada de puntos azules señaladas en el plano de la
ciudad; un sinfín de momentos que quedaron a medias, promesas inconclusas,
labores a medias tintas que los planos de los viejos cementerios destacan entre
sus tumbas. En Southampton una familia de cada tres perdió a alguien en dicho
hundimiento. Una de cada tres casas, tres calles, tres historias, albergan o
pretenden perpetuar a aquellos desaparecidos. Ya fuere con una añeja
fotografía, una anécdota, o un ramillete de flores, los deudos aún lloran su
pesar; y es su lamento la aflicción de una ciudad entera al enterarse de la noticia de su insospechado
destino. Las tumbas del viejo cementerio son ahora las que, en respetuoso
silencio, dan cuenta de esos lugares vacíos que alguna vez estuvieren plenos de
alegría y paz. Hoy, son los “blue poppies” los que señalan las tumbas de
aquellos que nunca regresaron. Hoy, los hijos de los hijos siguen recordando.
SeaCity Museum – Southampton
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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