Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal

viernes, 20 de enero de 2017

Fall in Autumn - 20th entry -

FALL IN AUTUMN
                     540 days off season



entry 20 – The Shire

                 Barro en las ruedas, pasto en las zuelas. Cuando niño, mi padre solía llevarme a escalar los cerros que circundan mis calles de infancia. Caminos hechos por senderistas aguerridos y/o por aficionados a la exploración; sendas cubiertas de maleza, espinos, árboles enjutos y pedregosos descansos. Podíamos pasarnos días enteros subiendo y bajando los cerros, ansiosos de conquistar otra colina, decididos a descubrir hasta donde llegaba la ruta. Ese gusto por la exploración, ese apetito por hacerse al camino me haría perderme por enésima vez, esta vez arriba de mi bicicleta inglesa, por los verdes senderos de la comarca. Hampshire, condado al sur de Inglaterra y unidad a la que pertenecen Portsmouth y Southampton, se extiende río arriba más allá de la naciente del Itchen River y del Test, dejando dentro de sus fronteras la grandilocuencia de los bosques del New Forest y los acantilados de cal del South Downs National Park. Como pintorescas motas una miríada de pequeños pueblos brindan descanso y alimento al viajero empedernido, que maravillado por las extensas verdes tierras fértiles, deja de lado el raciocinio de pensar que ya ha avanzado lo suficiente, y lo invitan a ir por más. Caseríos en madera y piedra, despidiendo humillo por sus chimeneas pueden hallarse tras una curva, un vericueto del camino, un desvío en la ruta. Los arroyos alimentan las siembras y los jabalíes salvajes, vecinos habituales en la comarca así como los ciervos rojos de gran cornamenta, se dejan ver de tanto en tanto entre la espesura de las hojas. Totton, Eling, Hythe, Stockbridge, World´s End, son sólo algunos de los nombres de esos caseríos desperdigados por la gran comarca en la que los puertos de Southampton y Portsmouth aparecen como costeras rarezas en el paisaje, y en donde la añosa Winchester se eleva como cabeza de condado en título y espíritu. Por esos surcos embarrados, tras las lluvias matutinas y las brisas vespertinas, viérame junto a mi Brexit escudriñando hasta donde podía llegar la ruta trazada, y también la que no. En la gran comarca están los bares, esos centenarios junto al camino, de los que se ven en las películas sobre la Inglaterra de antaño. Y así también los puentes escondidos, el aroma a “English breakfast”, y las parroquias entre los ramajes. Como aquella que me hallase en Romsey, una milenaria abadía aún en pie y brindando calurosa bienvenida, y sin cobrar un penny como sí lo harían otras más turísticas desperdigadas por comarcas vecinas. Leña, siembra, firmamento abierto. Eran los mismos esos días en que trepaba con mi padre por los cerros mientras soñaba con estrellas. Yo las quería cerca, mías. Nunca pensé en ser astronauta, mucho peso y andamiaje pensaba yo. Había que llegar ahí a pie, flotando en el vacío, o pedaleándolo. Había que dilucidar el misterio que habitaba en la negrura, traducir el lenguaje de la luz, leer las líneas de la noche. Fue así que apilado entre los libros de la biblioteca del colegio fue que hallare “Observar el cielo”, colorido manual de astronomía para neófitos que despertaría el apetito por conocer más de las esferas celestes, y ambicionar la compra de un telescopio cuando la solvencia de la adultez lo permitiese. No podía tener el libro por la misma falta de solvencia, la cual mi padre reemplazaría por una fotocopia del libro entero, como para pensar que podía ser posible, caminar a las estrellas de sólo tener dicho libro y escudriñar sus secretos. Pasarían años hasta poder hacerme de un telescopio que, con suerte, me permitiría ver la luna y sus cicatrices, pero al menos sentiría que algo de aquel sueño infantil se hacía carne, verdad, testimonio de lo que alguna vez fuere. En algún punto perdido en la gran Comarca, pensando en cuanto extrañaría a Brexit al deber dejarla en estas tierras tan lejanas, en un escaparate escondido en un pueblillo sin nombre, mi yo de niño despertó de su sueño. Aquel libro sobre las estrellas estaba ahí, en su versión inglesa, al alcance de mi mano adulta y mi saber bilingüe. Como una perla de despedida, como un intercambio, dejaría la bicicleta que me había acompañado todos estos meses por los rincones de Hampshire, a cambio de un libro sobre la infancia perdida. Sobre el barro en las manos, de caerse a ratos. Sobre la idea ingenuamente luminosa de que se puede llegar a cualquier parte si se tiene voluntad. Sobre el sueño de explorar con mi padre, con mis amigos de infancia, con la persona que amo, la Tierra entera y por qué no, todavía más. El sueño de una ruta que nunca acabe, de un viaje sin origen ni destino.



Lee Ln – Hampshire

Fotografía/Photo por/by David Lethei

1 comentario:

  1. Viajar, viajar...nuestra mente cambia queriendo explorar más allá, entregarnos al mundo. Hay un tiempo y espacio para eso. Estás en el, disfruta y atesora

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