Bitácora poético/cletera...que es lo mismo ni es igual
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal
Journal for poetry and cycling lovers ...that is the same yet it's not equal
martes, 19 de diciembre de 2017
viernes, 17 de noviembre de 2017
jueves, 2 de noviembre de 2017
sábado, 7 de octubre de 2017
sábado, 2 de septiembre de 2017
miércoles, 2 de agosto de 2017
sábado, 22 de julio de 2017
ALMA DÚO
M ú s i c a & L e t r a
"Videoreflexiones"; trabajo de poesía visual en soporte de video, sonido y epigrama.
"Música & Letra"; trabajo poético-musical que fusiona ambos formatos para llevar adelante piezas de índole lírica, música-teatro, canción, declamación y música instrumental. Este proyecto implica a la fecha 3 volúmenes los cuales compilan en conjunto una propuesta artística única que incluye fotografía, poesía, teatro, música y video.
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nace en 2016 como parte del esfuerzo colaborativo de los creadores
David Lethei & Salvatierra.
Fruto de dicha colaboración se desarrollan los proyectos:
Fruto de dicha colaboración se desarrollan los proyectos:
"Videoreflexiones"; trabajo de poesía visual en soporte de video, sonido y epigrama.
"Música & Letra"; trabajo poético-musical que fusiona ambos formatos para llevar adelante piezas de índole lírica, música-teatro, canción, declamación y música instrumental. Este proyecto implica a la fecha 3 volúmenes los cuales compilan en conjunto una propuesta artística única que incluye fotografía, poesía, teatro, música y video.
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ALMA DUO
is born in 2016 from the collaborative effort of the creators
David Lethei & Salvatierra.
As a result of this collaboration, the projects developed to this date
are:
"Videoreflections"; Visual poetry work by means of video,
sound and epigram.
"Music & Lyrics"; poetic-musical work that fuses both
formats to carry out pieces of lyric nature, music-theatre, song, declamation
and instrumental music. This project involves to date 3 volumes which
collectively compile a unique artistic proposal that includes photography,
poetry, drama, music and video.
martes, 20 de junio de 2017
Fall in Autumn - 33rd entry and last -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 33 – Home
Hablar del hogar
puede ser referir al lugar de origen, al domicilio más habitual e incluso, a
una tierra prometida por los ancestros. Hablar del hogar puede implicar también
ese dominio tangible e intangible que llamamos nuestro, un espacio físico o
emocional donde residen nuestros miedos, alegrías y esperanzas, una habitación
de luz y de sombra donde los claroscuros son más habituales de lo que uno
esperaría. El hogar. Tras más de un año en este viaje, 540 días de frío otoñal,
bruma y sólo esporádicos momentos de calor vernal, regresar a este momento en
la memoria se vuelve un acto poético poderoso en sí mismo, cierre y principio
de un ciclo inolvidable. Volver a caminar las calles de la Chimba con las
suelas aún olorosas a las aceras romanas; volver a pedalear Tupahue abajo con
las orejas aún resonando con las canciones de Bari; volver, sobre mis pasos, a
recorrer la Alameda con los Campos Eliseos aún en las pupilas. Comparar, si
bien una actividad inoficiosa, se vuelve entonces natural. ¿Cómo no
cuestionarse la falta de áreas verdes en esta urbe comprimida entre montañas?
¿Cómo no recriminar la falta de planificación urbana de sus autoridades, la
falta de probidad de sus habitantes, la desagradable costumbre de endiosar al
individuo, de exaltar la choreza, y reproducir inequidades? El hogar. Un
espacio que percibimos antiguo, familiar, cotidiano y que a la larga termina
por no tener nombre, ni bandera, ni lengua específica; un conjunto de calles,
rostros, prácticas que sirven de telón para grabar en ellos nuestros futuros
recuerdos. Southampton fue mi hogar. Asimismo lo fue Bari, Berlín, Belfast y
París, y entre esas y muchas otras no nombradas residieron mis ideas, mis
andares, emociones e incluso mis más inolvidables caricias. Pues así como
estando allá extrañaba a los de acá, extrañaba estas miradas conocidas, estos
tactos, estos actos cotidianos; extrañaba el caminar, por Recoleta, por
Bustamante, entre mis plantas, la marraqueta y el pastel del choclo; estando
acá lo que se extraña está en inglés, o en alemán, o en italiano y habla de
pasta, de albahaca y queso. El hogar se torna entonces un camino, una
experiencia en movimiento, un beso pendiente. Hoy llueve en Santiago de Chile y
un puñado de nombres repica en las ventanas. Y son nombres extranjeros, de
medio oriente o de las Highlands, de
China y Gales, Rusia y la costa mediterránea. Son nombres que acarrean consigo
rostros, luminosos y vívidos, y que despiertan instantes precisos y preciosos
en la memoria de la piel. El hogar. Mi
hogar. Tras dibujarlo en las paredes, evocarlo en las canciones, dolerlo en los
pies, llego a la conclusión de que mi hogar siempre estuvo donde estaban los
que amaba, por cientos de miles de kilómetros de distancia que hubiere entre
nosotros, mi hogar tenía una residencia específica en estas tierras
sudamericanas. Hoy, sin embargo, mi hogar es muchísimo más amplio. Hoy mi hogar también ha quedado allá, en las
blancas empedradas del sur de Italia, junto a La Rambla, bajo las montañas de
Snowdonia. Hoy mi hogar habla en chino mientras termina sus años de estudio en
Inglaterra, viaja entre München y Hamburg musitando en alemán, y ve los
amaneceres junto al mar mientras escucha los roncos estertores de los barcos en
Liverpool, Portsmouth o Calais. Hoy mi hogar sigue estando dentro mío, pero
camina con muchos. Hablando de lo de allá y lo de acá, versando en muchas
lenguas y saboreándose los labios y las pupilas en aromas nuevos y conocidos. Hoy
llueve en Santiago, en Southampton, en su ventana, en la mía; el día se va
cayendo por este lado del mundo, y lo que nos une, y nos desune, esto que
fuimos, y que somos, es un deseo agridulce de volver a ser. De volver a
caminar, a respirar, de reiniciar el viaje con todo lo ya sabido, de hacerse un
hogar nuevo y saborear esos besos ya conocidos, otra vez, como si fuera la
primera vez.
Autumn in Santiago – Santiago de Chile
Fotografía/Photo por/by David Lethei
lunes, 5 de junio de 2017
Fall in Autumn - 32nd entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 32 – Song to say goodbye
Elizabeth Fraser
musita las notas de “Another Day” mientras afuera, tras las altas ventanas del
salón de clases, las lluvias de Mayo arrecian con fuerza remeciendo los tejados
del añoso colegio. Miro, a ratos, a los perros chapoteando en las aceras
mientras en los patios del colegio los de Quinto gritan sus nombres a la
lluvia. La pila de pruebas se acumula sobre el escritorio recordándome que aún
va quedando pega pendiente, sin embargo, yo tengo ganas de irme lejos, de
correr hasta otras brumas, las oscuras y húmedas brumas que enverdecen los
campos del sur de Inglaterra. Allá donde mientras pedaleaba por Hampshire
escuchaba las músicas nuevas de “Rhye” y de “Cigarettes after sex”, pensando en
cuan decididamente más fríos eran los otoños, y qué decir los inviernos, en
dichas tierras tan septentrionales. “The Smiths” para las calles de Manchester
y “U2” para las de Belfast, y mientras tanto se colaba “Dead can dance” para
capear los extensos viajes entre Londres y Edimburgo, era “Sting” y “Simply
Red” los que ayudaban camino a Bangor.
Y si ya el ponerle tanto oído a la música en inglés terminaba por agotar
a mi cerebro, bien recibidos eran los cantantes italianos de los 70 los cuales
amenizarían el periplo por tierras tanas entre Venezia y Bari. Voces francesas
y alemanas servirían de aliciente cuando tocaba continuar la travesía, mientras
que un sinfín de voces chilenas y argentinas serviría de remanso para cuando
evocar el hogar. Hay canciones que te transportan, es sabido, no sólo a lugares
sino también a momentos, a segundos, a sabores y tactos. Llovía en Southampton
y tras la ventana se perdía mi mirada mientras escuchaba los versos de “Holden”
y los arpegios de “Enya”, y evocaba besos dejados en casa y caminatas aún por
venir. Porque a veces la intuición también ayuda y con un tanto de imaginación
se puede, gracias a una que otra canción, hasta percibir sensaciones aún en
ciernes. Como cuando caminando por el Itchen Bridge, en un despejado y frío día
de Enero, los acordes de Lennon me llevarían a este instante indefinido y sin
embargo patente junto a esta ventana a
ningún lugar, en un colegio sin nombre y corrigiendo pruebas de alumnos
desconocidos en algún día de este otoño venido a invierno a miles de kilómetros
de ahí. Y es que la música tiene aquello de hacer de los recuerdos, buenos y
malos, una memoria sonora, un extracto poético cantado o musitado por el
viento. Tanto que por las noches, eran los susurros de “Sade” los que me hacían
anticipar noches más rojas y menos solitarias, recordando entre besos más
presentes besos más antiguos. Hoy, mientras apunto la última nota en el libro
de clases me detengo a pensar en esa vieja idea de hacer un compilado de la
propia existencia, como si eso pudiera siquiera ser posible. ¿Cómo compilar,
cómo hacer un único listado de canciones que pueda en forma alguna evidenciar
no sólo los sabores de esos labios italianos y esas sonrisas teutonas, no sólo
las caminatas por Escocia y el asombro parisino, no sólo el ir y venir de un
viaje inolvidable? ¿Cómo hacer patente en un único disco, vinilo, cassette o
listado MP3 el tropel de melodías que ha acompañado nuestras vidas hasta el
hoy, cómo siquiera compilar lo venidero? La música tiene algo indescriptible
que nos habla, directamente, sin mayor intermediario y aún sin que lo deseemos,
y sin embargo su significancia acarrea ese sino que acarreamos todos: la
canción, como este viaje y como el viaje de la vida misma eventualmente se termina, y no
queda más que quedarse musitando, entre fotografías, de todo lo que fue de lo
que reír y llorar, de todo lo por contar y compartir esperando perdure en la
canción de otros, y por supuesto de todo aquello que indefectiblemente nos
acompañará a la tumba, porque la canción de uno a la larga, sólo la puede
cantar uno.
Last day at Alma Road – Southampton
Fotografía/Photo por/by David Lethei
miércoles, 24 de mayo de 2017
Fall in Autumn - 31st entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 31 – Royal Graffiti
Valparaíso.
Los fríos del otoño se abren paso entre las serpenteantes callejuelas y los
coloridos pasajes del Puerto principal de Chile. Caminas, oteando sus rincones,
descubriendo puertecillas, espantando perros que, callejeros, se cruzan a tu
paso, te ladran, te huelen, van dejando fecas por doquier. La porteña ciudad
tiene entre sus barrios, particularmente los del Cerro Concepción y Alegre, la
impronta indeleble del paso y residencia de varias migraciones de ingleses
desde recién nacida la República, quienes dejaron no sólo costumbres y nombres
insignes, sino también una huella arquitectónica y patrimonial. Mirando en
retrospectiva, caminar por Valparaíso es caminar por el Bristol del cono sur, o
al revés, Bristol reluce sus enormes murales y serigrafías evocándote un
Valparaíso enclavado entre cerros a miles de kilómetros de distancia. Ese día me había levantado temprano, me había
reunido con una cincuentena de estudiantes provenientes de lugares tan
disimiles como China, Alemania y México, con los cuales habíamos cogido un
atiborrado bus en dirección a Windsor, sede del palacio real de Inglaterra.
Ahí, y luego de disfrutar de una larga charla matutina con Danielle, oriunda de
Hamburg y de gran apetito por los sándwiches, me había deslumbrado con la magnificencia
del palacio real, sus salones impecables y el abundante conjunto de reliquias,
armas, vestuario, y cuadros disponible para la miríada de visitantes que
diariamente atiborraba sus dependencias. Windsor, cercano a Londres y sin
embargo distintivo, es un pequeño reducto de tiendas, comercio y residencias
distante aproximadamente a una hora hacia el noroeste de la capital británica.
Sin embargo, su característica principal y el motor de su economía y relevancia
es sin duda el Palacio Real, lugar al que se puede acceder tras un riguroso
control de seguridad digno de un aeropuerto. En dichos aposentos se atesora,
además del guardarropa de la reina, una enorme cantidad de objetos preciados
tanto por su valor histórico como material, engalanados por los espacios,
estancias, vitrinas y cuartos altamente decorados que es posible apreciar
siguiendo el recorrido cuidadosamente trazado para disfrute y asombro de
visitantes de todo el mundo. Además de centro turístico internacional, el
Palacio de Windsor destaca por aún servir de sede del gobierno real, lo cual
prohíbe a los visitantes acceder a ciertas alas del enorme conglomerado de
piedra, madera y granito visibles de manera única tras recorrer la escueta
senda que entre cuidados jardines y añosos y alineados árboles, sirve de magna y
coronan un conjunto arquitectónico sin igual. Lejos de la suntuosidad y pompa
de los salones en Windsor, y distintivo también entre el pulcro paisaje de las
ciudades inglesas se halla, a unos pocos kilómetros de la frontera con Gales,
la ribereña ciudad de Bristol. Caracterizada por sus pasajes a ninguna parte,
murales, graffiti, y su sabor bohemio, la ciudad que fuera cuna del arte de
Bansky y la música de Portishead, Tricky y Massive Attack reluce como una
preciada joya de arte urbano y contrastes. Entre sus calles pueden hallarse
tabernas frecuentadas hace siglos por piratas así como piezas de tecnología y
arte moderno sin parangón en otras ciudades británicas. En Bristol la realeza
parece una broma, material para el humor y el arte callejero, materializada en
chicles que, pegados a algún muro ya pintarajeado, sirven de soporte para la
expresión de grafiteros y serigrafistas. Son sus calles en sí mismas un enorme
y colorido telón para levantar consignas de índole políticas o intelectualistas,
que consiguen conducir al debate a sus transeúntes cotidianos, y sin duda
logran sorprender a sus visitantes recurrentes. Caminar junto a Danielle por
las calles de Bristol era caminar con ella por Valpo, escapando de los orines
de los rincones y disfrutando del reflejo de las luces de neón sobre las aguas
que atraviesan la ciudad. En Valparaíso era el océano lo que en Bristol el río
Avon, ribera junto a la cual descansaban cafeterías y barcazas tanto añosas y
modernas. Y si bien en Bristol como en el resto de Inglaterra no era sencillo
hallar algún perro callejero haciendo de las suyas tras alguna esquina, ni
tampoco Valparaíso contaba con la magnificencia de alguna de las edificaciones
de Bristol como el puente que lleva su nombre o la Torre Memorial a Willis; ese
saborcito que ambas ciudades traía a mi memoria al caer la noche me hacía
sentirlas conectadas, enlazadas por algún misterioso hilo atemporal o tal vez
por alguno de los tantos relatos de corsarios que podía escucharse en alguno de
sus bares, tabernas o burdeles. Mirando los profundos ojos de Danielle y
compartiendo una sonrisa recordé las innumerables caminatas por Valparaíso,
hablé de ella y proyecté mis pasos hacia el futuro, hasta cuando tuviera
oportunidad de caminarla nuevamente. Hoy, son los empedrados del puerto los que
me recuerdan las aguas de Bristol, su contraste respecto a Windsor y al resto
de lo que llamamos “inglés”, lejos de la compostura esperada y la limpieza y
uniformidad de sus fachadas, lejos de ese peso monárquico y esa tradición
arrastrada por siglos. Bristol me supo a Valpo y Valpo me sabe a Bristol, a uno
latinoamericano, más caótico y definitivamente, más bello.
River Avon – Bristol
Windsor Castle – Windsor
Fotografía/Photo por/by David Lethei
sábado, 13 de mayo de 2017
Fall in Autumn - 30th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 30 – Going North
Atravesar
Francia, en tren de alta velocidad, yendo desde las costas mediterráneas hasta el Gare de Lyon en París era una idea
instalada en mí desde mis primeros años de adolescencia. Una idea romántica sin
duda, y cara como pocas. Sin embargo, la aventura que representaba viajar como
en las películas, como en aquella cautivadora cinta sobre aquella pareja que se
conoce en un tren mientras atraviesan la campiña francesa, y que luego pasan
una noche juntos, caminando, conociéndose, disfrutando las horas antes del
amanecer; me había sonado desde siempre una experiencia memorable, algo que
había que vivir considerando que mi ruta me llevaba de vuelta hasta Londres,
donde el frío del norte me haría extrañar la calidez mediterránea. Y si ya me
había maravillado atravesando los Alpes de norte a sur siguiendo la sinuosa
ruta entre las montañas a bordo del económico Flixbus, el recorrido de vuelta
no se quedaría atrás en cuanto a su vitrina de verdes lomares interrumpidos
sólo por la cadena montañosa incipiente allá en el horizonte. Y esto es porque
las vías del ferrocarril, tras pasar por Figueres-Vilapant, Perpignan,
Narbonne, Montpellier, Nimes, Valence y, por supuesto, tras haber surcado la
costa sur de la gran nación gala, ahí donde el Mediterráneo se disuelve entre manglares
y caseríos a bordemar; le regalan al pasajero la experiencia única de los
colores, olores y sabores de la campiña, la cual, a la hora del atardecer, se
desbanda en amarillos intensos, verdes generosos, montañas cobrizas, sierras
blanquecinas, y una miríada de techumbres, edificaciones en ladrillo pintado,
carreteras impecables, y sonrisas al pasar. Así, los 600 y tantos kilómetros
que separan Barcelona de París se vuelven un conjunto de postales sin igual,
imágenes que comienzan con los cálidos tonos del sur de Europa bajo un cielo
radiante, para irse constituyendo en una paleta de grises y marrones a medida
que cae la noche y la ruta enfila al norte hasta llegar a la gran urbe. París
te recibe con los brazos abiertos, como es usual, con la misma mueca agridulce
que caracteriza a sus habitantes, en general indiferentes ante viajeros y turistas.
Caminas por esas mismas calles por las que anduviste unos meses atrás, pero
ahora con mayores certezas de dónde ir y cómo llegar hasta ahí. Con tu escaso
francés te haces de unos panecillos y algo para beber, te sientas. Unos sujetos
se te acercan, te hablan, murmuran algo en un idioma que desconoces, ante tu
silencio se retiran. Comes ansioso, estás hambriento después de las 6 horas que
ha tomado el viaje desde Cataluña, miras el gran reloj dispuesto en la enorme
mole de fierro que te parece Gare de Lyon, la estación de trenes ubicada al sur
de la capital francesa. En una hora más deberás partir hacia Gallieni, a través
de la línea 3 del entramado del metro parisino, donde deberás alcanzar el
Eurolines que te llevará de vuelta a Inglaterra. Para tu sorpresa, y a
diferencia de cómo ha sido en el pasado, no cruzarás el canal sobre un ferry,
sino que el bus en el que viajarás subirá a uno de los trenes de alta velocidad
y será llevado, junto a decenas de otros buses y automóviles, a través del
Eurotúnel bajo las aguas del canal inglés. Llegarás a Londres a las 6 de la
madrugada, con el frío en los huesos recorrerás aquello que faltó las veces
anteriores, volverás a aquello a lo que te prometiste volver. Cargado de
experiencias y suvenires almorzarás en Camden Town para luego partir de la
capital inglesa con un sabor nostálgico en las papilas. Pasarás por última vez
por Winchester, a eso de las 8pm, para llegar a Southampton a las 9, ya
pensando en que en dos días más, en tan sólo dos días más, emprenderás el
regreso más largo de tu vida.
Going North – France
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
miércoles, 3 de mayo de 2017
Fall in Autumn - 29th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 29 – Mediterranean
La
carta del Carro brillaba sobre la negra tela que cubría el altar. Corría Noviembre
del año 2006, y mi padre regresaba de una estadía en Barcelona en lo que había
sido su primer viaje fuera de Chile. Por motivos laborales había tenido
oportunidad de conocer la bella ciudad catalana, probado las tapas y otras
delicias españolas, además de tomar uno que otro baño en las aguas del
Mediterráneo. Al regreso y cargado de experiencias, pasaría horas mostrándonos
fotografías y contando anécdotas sobre todo el periplo, historias que nos
acompañarían por largo tiempo y durante muchos almuerzos, cenas, desayunos
familiares y eventos de escala mayor. Y por supuesto, cada una de sus
descripciones se grabaría en nuestra memoria emotiva de manera indeleble, en
tanto veíamos el brillo en sus ojos al hablar del Paseo de La Rambla, las
Plazas de España y Catalunya, así como del Maremagnum, el barrio Gótico y las
casas de Gaudí. Once años más tarde, sería yo quien caminase por esas mismas
calles, esos mismo barrios y reconociera esos rostros descritos tanto atrás.
Tras aterrizar desde Roma hallaría en las torres rojizas de la Plaza de España
mi primera parada. Los suelos daban cuenta de una larga lluvia ya en retirada y
los cielos, quebrados entre nubes y noche profunda, brindaban trasfondo a las
luces de dicha ciudad a orillas del Mediterráneo. Trepé a pesar del cansancio
las largas escalinatas hasta la fuente monumental y más allá, hasta el Palacio
Nacional arriba en el Montjuïc. Grité a los cuatro vientos saludando a la Barcelona
de la que había hablado mi padre, la de las películas, las fotografías y la de
los sabores que ahora tendría en bien probar. Me perdería las horas y días
siguientes por entre los adoquinados callejones, los coloridos mercados de
abasto y sintiendo, en mis pies descalzos, la textura de las arenas en la playa
de la Barceloneta más allá de la Rambla y el monumento a Colón. Me asombraría
con la Sagrada Familia y su cuerpo único proyectado por décadas de arduo y
constante trabajo, así como con la grandilocuencia del Monte Tibidabo oteando desde
las alturas a la perla catalana. Me perdería, me asombraría y muchísimo más
así, entre misterio y misterio. Como un designio antiguo, en algún punto de mi
transición a la adultez descubriría el tarot y éste, cual silencioso maestro,
se haría parte de todo lo que llamaría mío. Un mazo hecho en España, con un
antiguo diseño italiano y disponible en una tienda única en la materia en calle
Ürguell, me esperaría los once años de distancia entre uno y otro círculo. A tientas,
más bien guiado por la intuición que por razón alguna, había dispuesto una
parada en Barcelona durante mi periplo europeo, una parada que no buscaba sino
hacerme llegar donde había deseado once años antes, cuando veía en la
contraportada de un libro una dirección donde llegar en caso de un mazo ir a
buscar. La carta del Sol anunciaba un exitoso regreso a casa. Vestí mis últimas
ropas limpias disponibles y guardé aquellas que más tarde debería lavar.
Cuidadosamente, dispuse cada suvenir recogido durante el largo viaje dentro de
la bolsa que ella me había aconsejado comprar en Roma y en la cual llevaba no
sólo mis recuerdos. Salí del hostal donde había pasado las últimas dos noches y
el frío de las horas previas al alba me desperezó. Enfilé en dirección a la
Torre Agbar, por allá, tras pasar la arena taurina y la Plaza de las Glorias.
Las últimas fotos de una gran aventura darían testimonio de mis ganas de no
partir, de quedarme ahí o mejor, de volver a Roma, al sur de Italia y a sus
brazos. El tren de alta velocidad que me llevaría a través de Francia me
esperaba en la estación de Sants, en las afueras de Barcelona, como queriendo
irse antes que yo. Eran las 2 de la tarde, el sol brillaba en lo alto y en mi
retina se entremezclaban imágenes de toda la Europa recorrida; de los colores y
grises, la monumentalidad y lo leve. En mi boca por otra parte, permanecía un
único sabor mediterráneo, uno único e irrepetible. La carta de la Luna se
dejaría caer con la sutileza habitual sobre las restantes, anunciando el
advenimiento de una melancolía a esas alturas evidente. El tren partiría diez
minutos después.
Barcelona and
the Mediterranean – Barcelona
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
viernes, 21 de abril de 2017
Fall in Autumn - 28th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 28 – Eternal City
Las
notas de “Now we are free” en la majestuosa voz de Lisa Gerrard resonaban por
los audífonos a medida que me acercaba a la Ciudad Eterna. Sendas bandadas de
negras aves cubrían los cielos a medida que el alba despuntaba en el horizonte.
El bus, completamente lleno y quejumbroso avanzaba por la larga carretera por
la que habíamos cruzado media Italia y su mano, la misma que había probado unas
noches antes cenando en Bari, sostenía la mía a través del pasillo. Vetustos
pinos demarcaban la ruta de entrada a Roma mientras en la distancia se
divisaban los caseríos, luego las cúpulas, luego los entramados por los que
romanos de hoy y desde hace siglos habitan atrincherados entre las siete
colinas. La ciudad amurallada, erigida entre antiquísimas ruinas imperiales,
ahí donde gladiadores dejaban su sangre en la arena del Coliseo y aurigas se
aprestaban a su última carrera en los circuitos del Circo Massimo; ahí donde
las artes han estado al servicio de lo humano y lo divino; ahí donde las aguas
del Tíber parten la ciudad en dos y donde hay una fuente a cada cinco minutos.
Porque si algo caracteriza a Roma es la grandilocuencia y abundancia de sus
fuentes de agua, algunas magníficas como la Fontana di Trevi, y otras más
sencillas y meramente funcionales como las que uno puede hallarse dando un
paseo por las afueras. Arcos, columnas, imponentes mausoleos, templos, termas y
pabellones; que si Berlín es un Museo de la Memoria, Roma sin duda es un Museo
de Sitio, una enorme excavación arqueológica, una galería de arte al aire
libre. Y ahí donde la magnificencia del Panteón no brilla ni tampoco las
esculturas ni los egipcios obeliscos, sí salen a relucir las delicias
culinarias disponibles en cualquiera de su sinfín de restaurantes y emporios.
Ofreciendo una alcachofa junto a la puerta, bajo la ventana o sobre la mesa, la
delicia verde es común en la cocina y el paladar romano, así como lo son los
gatos de todos los colores pero decididamente gordos los cuales se pasean entre
el millar de turistas en total dominio de sus terrenos. Y si uno ya se
encuentra hasta el hartazgo de tanto monumento y magnífica fachada, bien vale
ir por más y adentrarse en el centenar de iglesias y otro tanto de Basílicas
que con su arte renacentista, sus frescos, decorados, reliquias y cuanta cosa
más pudiera la Iglesia pretender atesorar, pululan por toda Roma en las cuatro
direcciones. Tanto que desde las alturas del Parco del Gianicolo, entre el tono
amarillo y rosado pálido abundante por doquier, no hay punto en la mirada que
no alcance alguna iglesia tañendo sus campanas en invitación a sus fieles. Eso
sin mencionar la Iglesia Mayor, la famosísima Basílica de San Pedro en el
corazón del Vaticano, lugar desde donde, luego de pasar junto al Castel
Sant´Angelo y proseguir hasta el final de la Via della Conciliazione, puedo uno
entregarse a la contemplación de semejante conjunto arquitectónico e incluso,
si la hora es la correcta, permanecer a escuchar la voz del Papa de turno
enunciar su misa. De cualquier manera, ni los espléndidos parques, antiguas
explanadas, ni las arboledas, promontorios, ni muchísimo menos el peculiar
sepulcro de Cayo Cesio en forma de Pirámide se comparan con la aventura de sus
besos, ni el aroma de su piel, ni sus pechos en vaivén, ni la aurora en su
pelo. Ella, uno de los tantos sabores de Italia y sin embargo el único capaz de
hacerme perder el sueño en tierras tan lejanas. Ella, que de la mano me
llevaría por barrios conocidos y desconocidos, que me hablaría de historia,
filosofía y cocina, que me regalaría sus besos y algo más. Ella, la Italia
inesperada, la que se iría para no volver ya más tras despedirse en la estación
de Triburtina, apresurada por atrapar el último bus de vuelta a casa, mientras
yo partía en dirección contraria. Ella y la ciudad eterna, diciéndome adiós al
caer la tarde, dejando recuerdos en el aire, por entre las piedras y silencios
de Roma.
Via dei Fori
Imperiali – Roma
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
miércoles, 12 de abril de 2017
Fall in Autumn - 27th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 27 – Tasting Italy
El tren Intercity
entre Santa Lucía y Bologna dejó Venezia alrededor de las 8 de la tarde. Luego
de un último paseo en vaporetto por el Gran Canal, me vi apostado en los
cómodos asientos del convoy express con miras a alcanzar el tren nocturno que
me llevaría hasta Bari, donde las coloridas casas comunes en Venezia serían
reemplazadas por la pulcritud de las líneas rectas, la piedra blanca como
material fundamental y la soleada vista al Adriático y su hereda balcánica.
Antes de deslumbrarme con sus callejones, debí encontrar un lugar entre los
camarotes del tren, provistos con seis asientos con reposeras en el entendido
de que los viajantes no harían en ellos sino dormir. Unas amplias caderas
italianas se situaron ante mí tratando de acomodar las largas piernas que le
seguían entre las mías, que recogidas, trataban de no abusar de algún roce
incómodo. Con la calidez acostumbrada en tierras tanas, la muchacha me sonrió
mientras el resto de los ocupantes se saludaba como si se conociere de toda la
vida dando rienda suelta a la lengua vernácula hasta bien entrada la noche. A
medida que nos adentrábamos en tierras meridionales, los ocupantes fueron
descendiendo uno a uno, estación a estación, hasta vernos a solas con mi
compañera de vagón y con la negrura profunda tras las ventanas.
Las calles de Bari,
olorosas a comida casera, a plática cotidiana y a modorra, no son un
espectáculo digno de ser apreciado por algún sendo monumento o famosísimo
edificio en ruinas. Muy por el contrario, las calles de la sureña ciudad
italiana son de lo más corrientes que podría esperarse, con un sector histórico
atiborrado de blancas y sobrias iglesias dispuestas entre un laberíntico ir y
venir de pasajes adornados con pequeños altares a algún santo; y otro sector
más bien anclado en una arquitectura setentera y con escasos atributos
extraordinarios. Sin embargo, es precisamente en el corazón de la Puglia donde
puede hallarse ese sabor a Italia que los anuncios turísticos no alcanzan a
describir ni a vislumbrar siquiera. Hospedado por italianos, pude a ratos
sentirme parte de esa gente no tan distinta a aquella dejada al otro lado del
Atlántico. Apasionada, cálida y atenta, la familia italiana te recibe y te
alimenta, ríe contigo y discute con el mismo ahínco con el que defenderían sus
más sagradas convicciones, aunque sólo estén hablando de fútbol o de cómo
preparar bien la pasta. Porque en Italia se come bien, sin duda. Luego del antipasto que no es otra cosa que una
entrada, bienvenido sea el primo que
de usual es pasta con algo más, en mi caso los garbanzos más exquisitos que he
probado en mi vida. Como si no fuera suficiente luego hay que hacer espacio al secondo, que bien puede ser carne con
alguna ensalada o con queso mozzarella, para finalmente dar cabida al dolce que enhorabuena puede ser alguna
fruta de temporada o il gelato. Los
famosos helados italianos se disfrutan mejor en compañía de locales, caminando
por el bulevar bosquejado por Mussolini entre el Castello Svevo y la Caserma
Bergia, o en la Piazza Mercantile donde alguna vez los condenados de la región
encontraran la muerte apedreados por la multitud. Una región tumultuosa sin
duda. Las Perlas de la Puglia que incluyen el famosísimo Castel del Monte, las
pintorescas viviendas tipo tipis de Alberobello, Bari por supuesto así como la
deslumbrante topografía de Polignano a Mare; se han caracterizado por ser cuna,
así como en la Sicilia, de cruentos
linajes familiares donde la tal llamada mafia no es ya un mero producto
cinematográfico. Aún a pesar de este estigma, la Puglia respira autenticidad y
un delicioso aire a familiaridad que en tierras más angloparlantes no deja de
ser una rara excepción. Ya fuere en los Pumos,
caseros adornos que invitan a la prosperidad a quienes los poseen; en el
hecho de que ya a eso de la 1 las mujeres abandonan las bandejas en las que
preparan a vista y paciencia del transeúnte las pastas con la mano desnuda, un
abandono justificado por cierto en la sagrada hora de almuerzo en la cual los
comedores y cocinas se atiborran de voces, risas y sabores y las calles se
quedan vacías; o en la poesía que abunda en los blancos peldaños en los
caseríos de Polignano, donde las edificaciones sobre la roca desnuda deslumbran
por sobre los acantilados y las aguas lucen un azul sin precedente; el sur de
Italia se sirve sobre la mesa generoso y genuino, sabroso a aceite de oliva,
especias y otras savias, y donde sentirse como en casa no es una esperanza sino
más bien un hecho.
El nocturno tren me
dejó en Bari Centrale a eso de las 6
de la mañana. Despuntando el alba, descendí del vagón con un apetito voraz y
con ganas de más. Tendría dos días para entregarme a lo que la región de la
Puglia tuviere para ofrecer y para comprobar si esto de la calidez italiana era
una invención publicitaria o el mero producto de un viaje nocturno en la
intimidad de un camarote de tren. Después, vendría un largo viaje en bus hasta
la Ciudad Eterna hasta donde llegaría sólo acompañado de mis memorias o
prendido a la boca de una belleza italiana. Eso aún estaba por verse pues me
tocaba esperar dos horas por una promesa incierta y una mirada esquiva. A las
9am ella llegó con ambas.
Lunchtime – Bari
The Adriatic at Polignano – Polignano a Mare
Fotografía/Photo por/by David Lethei
martes, 4 de abril de 2017
Fall in Autumn - 26th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 26 – Channels
and Masks
La ruta se hacía cada vez más sinuosa a medida que se adentraba en las montañas. Los campos semi verdes del sur de Alemania habían quedado atrás y habían dado paso a blancas extensiones de tierra entre bosques oscurecidos, campiña y una inquieta bruma que manaba de las cimas más adelante. Trenes resolutos y otros cansinos pasaban junto a la escueta carretera por en medio de pequeños villorrios que, cual lunares amarillos, parecía que colgaban por entre las abruptas laderas de los enormes montes. Aguas prístinas y congeladas se abrían paso por entre el cajón de rocas. El cinturón de Los Alpes atravesando Austria, se yergue como la frontera natural por la cual la ruta en dirección a Bolzano y Trento en el norte de Italia debía pasar. Yo iba más allá. Más allá donde llovía de arriba abajo y al revés en tanto los canales venecianos se desbordaban de tanta agua, la mundialmente famosa Piazza di San Marco lucía solitaria como nunca, las líquidas calles escurrían sin góndolas, y nadie fotografiaba el puente de los Suspiros ni los enigmáticos rostros blanquecinos enmascarando deseos. Las máscaras de Venezia, las hechas a mano por artesanos y no aquellas producidas en masa por alguna fábrica en la remota China, dan cuenta de los personajes de la Comedia del Arte, corriente artística que nutriera la escena teatral desde el siglo XVI en adelante y que se convirtiera en referente tanto para la elaboración de las mencionadas así como para el teatro como disciplina. Con tintes naturales y el tradicional papel maché moldeado, los portadores del oficio mantienen sus tiendas atiborradas de hermosos y algunos perturbadores ejemplos del trabajo en máscaras, algunas de las cuales salen a la luz exclusivamente a razón del famosísimo Carnaval Veneciano que se toma los canales de la fragmentada ciudad durante la medianía del mes de Febrero. En la línea de la tradición, Venezia también es reconocida por la calidad de su papelería, su lustro (estuco) veneciano, así como por la calidad del vidrio producido en Murano, uno de los tantos reductos habitados que conforman la insular ciudad italiana. Adornos, joyería y utensilios son sólo algunos de los usos que se le da al vidrio vistosamente colorido producido en la mencionada isla, destino obligado para los turistas y viajeros que se aventuran a no sólo experimentar un paseo por los canales más estrechos a bordo de una góndola, sino que también a navegar más allá de los mismos a bordo de algún vaporetto o transporte turístico que los lleve a través de las marismas del río Po hasta Lido o a Giudecca. Agua, pasajes, máscaras. Venezia se iba desenredando ante mis pasos a medida que me aventuraba por un nuevo callejón, otro pequeño puente, y otro. En Mestre, el distrito continental de la famosa ciudad, también es posible hallar algo de lo que caracteriza al entramado veneciano, pero más allá de suvenires a menor precio y alojamiento módico, el laberíntico ir y venir de las acuosas callejuelas es lo que, junto con su centenar de iglesias entre pilones, hace de Venezia un espectáculo urbano único en el mundo. Un escenario sin igual para el desfile de secretos que tras la máscara de la noche se abría paso en la negrura. Las luces de los restaurantes y de los hoteles titilaban reflejando sus colores en las abiertas aguas del Gran Canal, ahí donde el Puente de Rialto elegantemente posa para el millar de turistas, y donde los lanchones se abren camino entre Arsenale y la estación de Santa Lucía. Un escenario sin igual para el baile enmascarado de amantes furtivos, ahí donde Casanova redefiniera el deseo y el libertinaje cuando Venezia aún era un Reino independiente y el placer deambulaba entre las cortes como un precioso pecado. Un escenario sin igual para enmascarar los deseos y ahí, entre la elegancia del millar de preciosamente elaborados atuendos entregarse al fragor de algún lecho ardiente. Venezia, definitivamente un escenario, sin igual.
Gran Canale – Venezia
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
domingo, 26 de marzo de 2017
Fall in Autumn - 25th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 25 – Memory
Cuando
se planteó la construcción del Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos de
Santiago, cierto revuelo fue levantado por partidos de derecha y/o adherentes
al régimen militar impuesto en Chile entre 1973 y 1990. Estos detractores veían
con malos ojos la edificación de una entidad como la mencionada, ya que según
ellos orientaría la visión histórica solamente hacia un lado político, aquel
que llamaba al régimen dictadura y que veía en la anunciada institución a
construirse en calle Matucana junto a la añosa y popular Quinta Normal, una
forma y un lugar en el que reunir sus testimonios, registros documentales y en
sí misma la memoria de todos aquellos hechos desaparecer, torturados o
asesinados durante el régimen. En un país como Chile donde la memoria no se
preserva, donde los memoriales terminan en urinarios y donde se reducen las
horas de Historia en los colegios no es de extrañar este tipo de reacciones,
muchísimo menos la desafección de la que dan cuenta sus ciudadanos promedio,
ocupados en su quehacer diario y en la ganancia inmediata, al mismo tiempo que distanciados
de su pasado por conveniencia o excesivo pragmatismo. Frase cliché sin duda
pero no por menos verdadera, un pueblo sin memoria carece de Historia, y sin
Historia, sin pasado, no parece inaudito que se sigan cometiendo los mismos
errores una y otra vez. Muy lejos de calle Matucana, en las nevadas veredas de
la Bernauer Straße en Berlín, el Museo de la Memoria al Muro que dividiera la
ciudad por casi 40 años se levanta como un pequeño bastión entre decenas que
poblan la capital germana. Incluyendo el punto aduanero más importante entre el
lado soviético y el de los aliados, el llamado “Checkpoint Charlie” hoy visita obligada para millones
de turistas, el Muro de Berlín es aún visible de manera simbólica, a través del
arte, así como de forma tangible a lo largo y ancho de toda la ciudad. Ahí
donde los bloques de concreto aún persisten convertidos en lienzo para murales
como en la “East Side Gallery”, o como meros resabios aislados de un pasado no
tan remoto, se sigue dando cuenta de la dolorosa cicatriz que dividiría al
mundo entre dos colores, dos visiones y, más peligrosamente, dos potencias
bélicas durante cuarenta años de guerra fría. Lejos del olvido, la capital
alemana se levanta en medio de las frías planicies europeas como un enorme
Museo de la Memoria, el cual respira y vocifera sobre los primeros
asentamientos judíos en Spandau hace más de mil años, su pasado prusiano en el
Castillo de Charlottenburg, así como el renovado edificio del Reichstag hoy
coronado con una monumental cúpula de vidrio la cual permite el acceso al
público de manera gratuita. Junto a él, la Puerta de Brandenburgo sigue
recordándonos el paso de las huestes de todas las épocas desde la Columna de la
Victoria más allá del Tiergarten en su paso victorioso por la calle del 17 de
Junio, junto a la cual se disponen bélicos vestigios del pasado soviético de la
capital teutona. Un tanto más allá, siguiendo los pasos del muro, un espacio
vacío avisa sobre las instalaciones gubernamentales del Berlín Nazi, un espacio
coronado con sendos museos que cultivan la memoria e invitan a la reflexión.
Punto aparte para el monumental entramado de concreto que rememora a los judíos
asesinados de Europa; una enorme red de pasadizos dibujados por sendos bloques
de ennegrecido granito de distintos tamaños y alturas entre los cuales perderse
es fácil y sobrecogerse más fácil aún. Incluso donde no hay gris, donde es el
color el que reina Berlín invita a la memoria. Antiguos barrios judíos como el Hackesche
Höfe o añosos mercados y estaciones de tren, tranvía, U-Bahn y S-Bahn dan
cuenta en sus coloridas paredes de esa memoria que a Berlín no parece pesarle
como en el caso de la capital chilena, sino muy contrariamente, parece ayudarle
a seguir adelante desde un mejor lugar, mejor pensado e implementado. Porque
Berlín es memoria y modernidad, caminando de la mano sin aparentes
contratiempos. La visitada Postdamer Platz es muestra de ello. Ahí donde hace
25 años el muro se engrandecía y los sitios eriazos daban cuenta del paisaje,
hoy se disponen modernos edificios, concurridas tiendas y por supuesto, museos
al aire libre donde berlineses, viajeros y turistas pueden entregarse a una
pausa en medio de la vorágine cotidiana. Si recordar es vivir, recordar lo malo
o lo doloroso se torna esencial en estos tiempos actuales donde todo pareciera
apuntar al goce inmediato, a una búsqueda desesperada por evitar lo que nos
disgusta o que no queremos ver y que sin embargo es parte de la vida que hemos
escogido y de cuyas consecuencias no podemos permitirnos quedar al margen. Nos
guste o no, parecemos aprender cayéndonos. Es de esperar que luego de tantas
caídas podamos aprender no sólo de las propias sino también de las ajenas y
logremos, una vez recogida, comprendida y aceptada la Historia que nos ha hecho
lo que somos, finalmente avanzar.
Bernauer Straße – Berlin
Fotografía/Photo
por/by David Lethei
domingo, 19 de marzo de 2017
Fall in Autumn - 24th entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 24 – Red lights
La chica toca la puerta de cristal para
llamar la atención de los curiosos transeúntes. Maquillada con sutileza, expone
sus pechos tras la vitrina y un ajustado conjunto rojo de medias ligas le
adorna las piernas más largas que el olvido. Si pasas atento y te animas, te
acercas a hacer el trato, llegas a acuerdo, te abre la puerta y pasas. Adentro,
un piso alargado sirve de reposo a sus nalgas luego de horas de pie. Se atisba
una cortina, un lavabo pequeño y una cama tras la tela. Algunas cuentan con un
espacio en el segundo piso, al cual se accede por una estrecha escalera, que
tras cancelar una buena cantidad de euros te ofrece lo que incluya el paquete
por un tiempo acotado, la versión más hardcore de Ámsterdam o la más delicada,
todo dependiendo del precio.
Junto con los tulipanes, los canales y su
barrio rojo, lo que más caracteriza a la capital de Holanda son las bicicletas.
Estacionadas, colgadas, adornadas, apuradas, pasan llevando a sus usuarios a
sus destinos dentro de la fragmentada geografía de la ciudad. En concéntricos
anillos los canales de Ámsterdam permiten a aquel que cuente con transporte
marítimo atravesar la ciudad de punta a cabo desde la Casa-Museo de Ana Frank por
el noroeste hasta el Zoológico por el sureste, y si no es por los canales,
sendas ciclovías se disponen por toda la urbe en un entramado planificado y
pensado para peatones y ciclistas. Perdido entre sus pasajes, y guardando el
cuidado suficiente como para no verse atropellado por alguna bicicleta
disparada, uno puedo hallarse de pronto en medio del Bloemenmarkt, un extenso
mercado de flores, suvenires, y artículos de jardinería dispuesto junto a uno
de los cursos de agua más importantes de la ciudad. Allí, entre tiendas
adornadas con quesos de todos los tamaños, colores y formas, y entre vitrinas
luciendo los pintorescos zuecos de madera propios de la campiña, los bulbos florecen y un millar de semillas se
disponen a la venta en pos de mantener la tradición floral holandesa. En la
misma línea, y junto con los famosos molinos
holandeses, el arte
de la cerámica pintada en azul es otra de las tradiciones propias de las bajas
tierras europeas, cerámica que se puede encontrar en la más amplia gama de
formatos y precios para aquellos que quieran llevarse un pedacito de Holanda
para empotrar en alguna pared de sus casas. Más allá del distrito culinario se
halla el Rembrandtplein, el Rijksmuseum y el Museo a Van Gogh, todo un espacio
dedicado a las artes y a los referentes pictóricos que han hecho de Holanda un
país internacionalmente conocido por algo más que por ser sede de La Haya y por
su capital Ámsterdam. Paraíso de la libertad y el libertinaje, esta última debe
también su fama a la facilidad con la que es posible acceder a drogas de
diverso calibre y a lo regulado de su industria sexual. Emplazado entre varias
iglesias, el Redlight District supone un barrio que hace lucir los sex shops de
Pigalle en Paris como un esfuerzo amateur. El Museo del Sexo, el Museo Erótico
y el Museo de la Marihuana son sólo algunas de las interesantes atracciones con
las que cuenta el distrito, donde tanto viajeros como turistas se entregan a
las indulgencias que promueve tanto la curiosidad como el apetito. Teatros con
sexo en vivo así como una rica y variada oferta sexual puede ser disfrutada por
unos cuantos euros en un barrio donde todo está rigurosamente regulado y
vigilado, y que sin embargo brinda al visitante la ilusión de lo prohibido
ofrecido a simple vista. Sendas farolas de rojo neón alertan a los paseantes de
donde hallar a los maniquíes vivientes que tras vitrinas de cristal ofrecerán
sus servicios sexuales desde media tarde en adelante, llegando a su peak ya
caída la noche cuando los rojos centinelas encendidos por doquier le agregan
aún más belleza a la ciudad al ser reflejados en las aguas de los canales.
Latinas, africanas, asiáticas, transgénero, nórdicas y cuanto pueda esperarse
en cuanto a la diversidad de lo ofrecido, incluido un par de puertas donde son
hombres los que ofrecen sus servicios, puede encontrarse con facilidad a unos
cuantos pasos de la Amsterdam-Zentraal, la estación de trenes que recibe los
pasajeros de todas las líneas de metro de la ciudad así como trenes
internacionales que tras pasar por Duivendrecht alimentan a la capital
holandesa con viajeros y turistas de todas las latitudes en busca de los
deleites diurnos y nocturnos que tiene para ofrecer.
La chica se mantiene impávida mientras
otras miran a los transeúntes con ardor. Mientras otras se acicalan, revisan su
maquillaje o entablan trato con algún transeúnte interesado, la chica mantiene
la mirada perdida. Es sabido que si a algún transeúnte le interesa lo que ve
irá hasta la puerta y solicitará un trato. Si al revés, es la chica la
interesada, será ella quien toque el cristal desde su lado en pos de llamar tu
atención y atraerte hacia ella. La chica, maquillada con sutileza, expone sus
pechos tras la vitrina y un ajustado conjunto rojo de medias ligas le adorna
las piernas mientras las separa un tanto proponiendo algo más sin decir
palabra. La chica te mira, te abre la puerta y pasas.
Redlight District – Ámsterdam
Fotografía/Photo por/by David Lethei
sábado, 11 de marzo de 2017
Fall in Autumn - 23rd entry -
FALL IN AUTUMN
540 days off season
entry 23 – Somewhere in Europe
Estación Central.
Avenida Matta. Patronato y Cal y Canto. Los barrios del Santiago antiguo
perduran a pesar de los intentos de renovación, saneamiento y traslado que han
debido enfrentar a través de los años, así como el estigma permanente de su
baja ralea y aún peor seguridad y condiciones higiénicas. Basura acumulándose
en los rincones, orines, perros vagos escudriñando entre improvisados puestos
comerciales junto a las esquinas, los cuales, junto con entorpecer el libre
tránsito de peatones y ciclistas, le dan vida y sabor a los cruces del Santiago
antiguo. Lejos, hacia el oriente, la capital chilena luce otro rostro, uno
limpio y ordenado donde los edificios de más moderna arquitectura se alzan al
cielo pretendiendo parecerse a los rascacielos de latitudes occidentales menos
periféricas, donde la globalización es un hecho real y tangible y no un mero
artefacto teórico del que hablar por televisión. Ahí donde se emplaza la torre
más alta de Sudamérica, donde las extensiones de verde son abundantes y el
planeamiento urbano parece seguir cierta racionalidad, Santiago se pretende
como un ejemplo de modernidad, una copia provinciana de ciudades de vanguardia
donde se hace vista gorda a lo que respira en los distritos aledaños, donde la
marginalidad es parte del paisaje junto con las sopaipillas y el mote con
huesillo. Particularmente similar, Bruselas, capital de Bélgica y sede del
Parlamento Europeo, se extiende como un pequeño enclave entre París y
Ámsterdam, sitios de alta carga turística junto a los cuales la capital belga
parece un pequeño reducto urbano, una parada intermedia, un mero lugar de paso.
Diametralmente opuesta entre norte y sur, la parte meridional de la ciudad abunda
en rincones mugrosos y rayados en las paredes, dispersos entre una miríada de
puestos comerciales de comida extranjera y artículos de bajo costo, mientras
que hacia el norte, una vez atravesado el centro histórico y siguiendo el curso
del río, las líneas urbanas se tornan rectas, los pasajes desaparecen así como
la basura y los grafiti, dando paso a grandes estructuras en vidrio y metal,
esculturas contemporáneas, bulevares y neones. A pesar de esta abierta similitud
entre las dos ciudades, la capital de Bélgica cuenta con hitos de carácter
monumental de los cuales Santiago adolece. El Arco del Cinquentenario, con
acceso gratuito a diferencia de su par parisino y dispuesto hacia el este de la
ciudad se alza como un hermoso conjunto arquitectónico común entre las ciudades
europeas, y que le da a Bruselas un carácter de magnificencia que hace inclinar
la balanza entre las dispares realidades visibles entre el norte y el sur de la
ciudad, hacia una apreciación de la misma a la altura de su lugar en el
conjunto europeo. Igualmente, el Palais de Justice, el Palais des Expositions y
el Atomium hacia el oeste de la ciudad, destacan como grandilocuentes ejemplos
de una ciudad caracterizada por sus coloridas y angostas casas céntricas de dos
plantas, dispuestas una junto a la otra vendiendo waffles, cervezas y los
mundialmente conocidos chocolates belgas. En algún lugar de Europa, entre la
pulcritud berlinesa y las playas mediterráneas, entre los café parisinos, la
cordialidad inglesa y las nieves suizas se emplaza un lugar donde una lengua
romance casi extinta como el flamenco persiste y sus condiciones de vida, con
sus barrios dispares, su simpleza urbanística y la naturalidad de su gente me
hicieron sentir en algún punto entre calle San Diego y Agustinas, en el corazón
de Santiago de Chile, donde la fealdad y la belleza caminan de la mano, donde
los murales se confunden con garabatos y viceversa, y las avenidas son
reducidas a callecitas sin aviso ni mucho planeamiento, y donde la gente se
mueve entre el gris y el color. Chile, a nivel macroeconómico se parece
muchísimo a Bélgica. Una economía pequeña en constante expansión donde el
turismo parece ser el norte más seguro para invertir como industria en el
futuro, donde los barrios son dramáticamente desiguales en su forma y su fondo,
y donde la inmigración va en aumento con sus riquezas y desafíos. Afortunada o
desafortunadamente, sólo el tiempo dirá, la gran diferencia (o la más
importante) entre ambas naciones estriba en que su capital Bruselas está
anclada al corazón de Europa, y sus poderosos vecinos la consideran lo
suficientemente neutral como para disponer de la sede de la Unión Europea entre
sus calles y tiendas; Santiago en otro tanto, vilipendiada y desdeñada por más
de alguna nación vecina, sigue siendo un reducto occidental camino al fin del
mundo. Allá donde lo internacional se consume por televisión y el turismo no
pasa de ser un ejercicio digital, la sureña capital aislada entre desierto y
cordillera, océano y Antártida, se sigue pretendiendo como un híbrido entre el
sueño americano y el ejemplo europeo de modernidad y tradición, mintiéndose a
sí misma mientras perdura incapaz de verse al espejo y reconocer y aceptar sus
diferencias. Santiago, donde hay barrios en los cuales parece uno estar
caminando por algún lugar de Europa hasta que un conductor impertinente nos
recuerda que por las calles chilenas hay que andar con cuidado; Bruselas, donde
más de algún rincón parece capital sudamericana hasta que nos da por probar un
chocolate y su sabor nos recuerda que han sido ellos los que han refinado la
técnica sobre un producto originario de las Américas, y que sin embargo nos
venden y compramos con gusto, como el cobre, el tabaco y cuantas cosas más.
Atomium – Brussels
Fotografía/Photo por/by David Lethei
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